30 - A tu lado (Mimi)

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Cuando comienzo a recobrar la consciencia sobre el entorno, estoy en la cama, envuelta con el edredón, con las puntas del pelo húmedas y el corazón palpitando en mis costillas.

Recuerdo lo sucedido vagamente, como si fuera algo lejano que ocurrió hace años. Recuerdo el miedo devorándome desde dentro, la ansiedad subiendo por mi garganta. Y a Ana. Ana en la bañera, tumbada, con los ojos cerrados.

Se me revuelve el estómago de solo pensarlo.

De pronto, siento presión sobre los brazos, y descubro que Ana está a mi espalda, apoyada en el cabecero de la cama mientras me frota los brazos para hacerme entrar en calor.

Ahora mismo tengo sudores fríos.

Sigo viendo las mismas imágenes, lo mismo que ha invadido mi mente. Al igual que el día que vomité en los baños de aquel local, todo a mi alrededor parecía desaparecer. La realidad se tambaleaba. He sentido que el mundo se venía abajo, que todo se fundía en la oscuridad, que los sonidos se distorsionaban y se retorcían.

Hemos acabado en la bañera. Luego, Ana me ha sacado de allí. Me ha ayudado a desnudarme, me ha secado con una toalla y me ha envuelto en el edredón.

Empiezo a serenarme, mi corazón comienza a latir a un ritmo más normal, más sano. Y el mundo parece que deja de dar vueltas.

Pero sigo un poco ida.

—Lo siento tanto —murmuro, comida por la culpa y la vergüenza.

Ana detiene sus caricias y siento que se mueve un poco, como si se hubiera sorprendido de escuchar mi voz.

No sé cuánto tiempo llevamos en silencio.

—No has hecho nada malo. No te preocupes —responde dulce, y noto cómo se mueve para ponerse en pie.

La veo caminar hasta el baño y volver con un botiquín entre las manos.

—Estira las piernas —me pide, y yo obedezco casi por inercia.

Agarra mi tobillo y se sienta en el borde de la cama mientras comienza a curar unos rasponazos que tengo en las rodillas. Ni siquiera me había dado cuenta.

—Por suerte no había ningún cristal —dice, suave—. ¿Te duele?

Sacudo la cabeza y contengo el aliento. Hay algo agradable en la forma en la que sus dedos suben con delicadeza por mi piel. A pesar del escozor, la sensación es cálida.

No sé cuánto tiempo pasa hasta que vuelvo a hablar. Todo, incluso el tiempo, es confuso ahora.

—¿No vas a preguntarme qué ha pasado?

Tarda unos segundos en volver a responder.

—Ha sido lo mismo que aquella vez que salimos de fiesta, ¿verdad? —dice, y siento el miedo vibrando en su voz.

Eso me mata.

—Sí.

Silencio.

—¿Quieres explicármelo?

—Si me lo preguntas te lo contaré. Después de lo que te acabo de hacer, te lo mereces.

Silencio de nuevo.

—¿Pero tú quieres hablar sobre ello?

—Sí. Pero todavía no.

—Entonces no preguntaré.

Escuchar eso supone tal alivio para mí que rompo a llorar. Lloro desconsolada y amargamente mientras Ana me abraza, y deja de importarme lo que piense de mí.

—Gracias —le digo, y me doy la vuelta hacia ella, intentando calmarme. Busco su mano y la oprimo con suavidad, todavía conmocionada—. Estoy dando un paso enorme gracias a ti.

Ana me mira apenada. Me devuelve el apretón.

—Voy a seguir a tu lado.

Es simple, sencillo y poderoso.

Tan poderoso que llena mi pecho de calor, mi alma de un color menos triste.

Cuando me acuesto sigo un poco desorientada. Aún siento las lágrimas secas en las mejillas, pero recuerdo esa frase, esa promesa y no me cuesta dormir.

Siete semanas (Warmi, finalizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora