49 - La vida real (Mimi)

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Estamos en la barra de la cafetería esperando a que comience la siguiente clase. Algunos de mis compañeros han salido a echarse un cigarro, otros esperamos mientras repasamos apuntes antes de entrar. Un par de chicas se han acercado a mí. Compartimos varias asignaturas, y parecen agradables. Pronto acaba acercándose más gente y yo me siento cada vez más cómoda compartiendo bromas y anécdotas, hasta que los apuntes pierden interés.

Alguien que conozco acaba acercándose también. Es Julien, el tío del gimnasio. Recuerdo vagamente que comentó que estudiaba periodismo, pero aun así me sorprende verlo por aquí. Lo saludo con una simple inclinación de cabeza y él me devuelve un saludo igual de sucinto, esbozando una sonrisa que no le llega a los ojos. Casi todos se conocen, soy yo la intrusa, la nueva, así que les cuento que necesitaba un tiempo y que dejé la carrera aparcada un año.

Creo que me he librado de dar más explicaciones cuando alguien pregunta por qué.

—Una mala racha —respondo, sin entrar en detalles.

Es entonces cuando lo escucho, un murmullo apagado, un cuchicheo. Casi todos me prestan atención a mí y yo agacho la cabeza. Es incómodo y violento, y me hace sentir mal.

Sin embargo, ese sentimiento dura dos segundos. Pienso en la envidia que me da Ana y en lo libre que es, y decido que parte de ello está en mi mano.

—¿Decís algo? —inquiero, con aplomo.

Cuando da un paso adelante, me doy cuenta de quién es el chico que ha hablado. Julien no vacila, no se acobarda, cuando pregunta sin ningún pudor:

—¿Es verdad que eras la novia de Benjamin Winnick?

Se hace el silencio, un silencio denso y cargado de muerte.

—Sí —respondo, más seria de lo que pretendía.

Una chica, a mi lado, apoya una mano en mi hombro.

—Lo siento mucho —dice.

Sé que no lo hace con mala intención, que ninguno de los que me dan el pésame lo hace. Así que me concentro en eso, en que esta situación es incómoda, difícil y extraña para todos, no solo para mí, y aguanto el tipo mientras soporto el silencio y la lástima.

Pronto dejarán de sentirla; acabarán viéndome como a una más, acabarán comprendiendo que...

—¿No te diste cuenta de lo que le pasaba? —interviene Julien.

—Eh, tío —le reprocha un compañero.

Él no se da por aludido, y yo no pretendo dejar que nadie me defienda.

—Benjamin tenía depresión. Verlo triste y alicaído era algo bastante habitual.

—Mi tía tiene depresión y creo que en su casa se darían cuenta si quisiera matarse.

El chico que tiene al lado le da un codazo que debe de doler bastante. Me alegro, pero eso no hace que yo me sienta mejor.

Me sudan las palmas de las manos y siento la garganta seca.

—No pretendo ser insensible —añade—, es que tengo curiosidad. Quiero decir... ¿no era feliz contigo? ¿Teníais problemas o algo así?

Esta vez, nadie lo reprende. Hay unas diez personas a mi alrededor, junto a mí en la barra o en frente, igual que Julien, y todos me miran y esperan. Todos saben que esa pregunta es políticamente incorrecta, pero tienen curiosidad por saber qué responderé, y eso puede más que hacer lo correcto.

Siete semanas (Warmi, finalizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora