Han pasado semanas desde que volví a la universidad.
También al trabajo.
No voy a decir que sea fácil. A veces, hay días en los que me cuesta afrontar todo lo que me deparan las nuevas responsabilidades, pero soy feliz.
Durante un año entero había dejado de vivir. Me convencí de que no tenía derecho, de que no era justo que todo se hubiese parado para Benjamin mientras, para mí, el mundo seguía girando a la misma velocidad sin sentido de siempre.
Me abandoné a la comodidad del miedo, a la tranquilidad que me reportaba quedarme en casa. Creí que los problemas se quedarían al otro lado, pero los fantasmas nunca llamaron a la puerta de mi casa; llamaron a otra puerta, más cercana, más íntima, que conectaba directamente con mi ser, y lograron entrar. Yo los dejé pasar.
A veces, vuelvo a sentir el mismo miedo, la misma presión tirando de mí hacia el abismo. Sin embargo, he aprendido que no estoy sola, y ahora dejo que quienes se preocupan por mí me ayuden.
Sigo visitando a mi psicóloga. En ocasiones, cuando mejor me siento y pienso que estoy cerca de superar la muerte de Benjamin, tengo ganas de dejarlo y seguir por mi cuenta, pero Ana no me deja hacerlo. Y yo he aprendido a dejar que me cuide, así que sigo acudiendo a las sesiones al menos una vez por semana, hasta asegurarme de que esté completamente curada.
Nuestra casa es un poco caótica.
Creo que estamos infringiendo algún contrato con tanta gente durmiendo aquí, pero mientras no se den cuenta, a nosotros no nos importa.
Me siento bien rodeada de amigos, de gente a la que cada vez aprecio más.
Luka sigue durmiendo en el sofá, y el novio de Abby ha vuelto a París para quedarse en su cuarto. Sigue sin saber dar una respuesta clara cuando le preguntamos qué harán. En cuanto a ella respecta, no hay decisiones sobre el futuro que deba tomar.
Me cae bien. Tenía razón. Somos muy parecidas; ya sea por un motivo u otro, a las dos nos asustan las mismas cosas. Somos, como ella diría, del equipo de los duros, pero en el fondo tenemos las mismas preocupaciones, y es bueno contar con alguien así cerca, que te comprenda y sepa escuchar.
He mantenido unas cuantas conversaciones telefónicas más con Emile y con ella. Desde que un día Abby lo llamó delante de mí para contarle que todo había salido bien, se ha convertido en una especie de ritual.
Me gusta tenerlos cerca, a todos ellos.
Luka ha aparecido con la cara llena de golpes una vez más, y sigue sin decirnos en qué anda metido. Su hermana está preocupada, pero sigue intentando respetar su espacio y espera que algún día se lo cuente él.
A Ana se le da bien adivinar cuándo alguien necesita tiempo.
Hace una semana volví al pueblo, e hice una visita que debería haber hecho hace mucho. Estuve en casa de Benjamin, con sus padres, y hablé largo y tendido con ellos.
Resultó extraño al principio, violento. Nunca llegué a hacerlo. A pesar de que todos estábamos sufriendo la misma pérdida, no quise acercarme. En esa época, procuré alejarme de todo lo que me recordara a él, y hablar con sus padres habría resultado impensable. Incluso me costaba estar cerca de Luka, que era su mejor amigo.
Hice las paces con ellos, les pedí perdón por no haberlos visitado, y me descubrí a mí misma hablando sobre Benjamin como si no fuera parte de un recuerdo doloroso.
Me asaltaron las lágrimas en el momento en el que me enseñó un álbum de fotos de cuando era pequeño, y no pude evitar llorar cuando imaginé que en otro mundo, en otra vida, su madre estaría enseñándome entonces ese mismo álbum mientras Benjamin protestaba avergonzado, y le pedía que lo guardara. Nos habríamos reído juntas, y ella me habría regalado a escondidas una foto suya de pequeño, con esos ojazos oscuros y ese pelo alborotado, para que la llevara siempre conmigo.
No voy a engañarme. El dolor sigue ahí. No sé si podré superarlo por completo algún día. Recuperarse de una tragedia nunca es fácil, y más cuando hay preguntas sin respuesta, cuando no entiendes lo que ocurrió.
Sin embargo, yo he dado el primer paso, he buscado el perdón, no solo el mío, también empiezo a perdonar a Benjamin. Parte del odio que sentía hacia mí misma era causa de un pensamiento peligroso, de una culpa que había dejado caer sobre él, y no sobre su enfermedad. Ahora, he comenzado a aceptar ese dolor que siento como parte de mi pasado, como algo que siempre estará conmigo, pero que no debería condicionarme en el futuro.
Volví a imprimir el manuscrito terminado, y ahora lo guardo en un cajón del cuarto de Ana, a buen recaudo.
No sé si algún día intentaré que vea la luz. Aunque la mayor parte la escribiese Benjamin, también creo que me pertenece a mí, y lo siento como algo muy íntimo, muy personal. De momento, prefiero guardarlo para mí.
Lo que sí he hecho es empezar mi propia historia. Personajes nuevos, un escenario distinto y una trama salida de mi corazón, no del suyo.
Creo que eso es lo que hago en la vida real. Cada vez estoy más convencida. Lo veo cuando me tumbo en el sofá con Ana, Luka, Abby y Elliot y hablamos durante horas sobre una película de serie B o debato sobre arte con Emile. Lo siento en cada beso que Ana me regala, en cada respiración cuando descanso a su lado y siento su corazón latiendo junto al mío.
Esta es mi historia; una historia que empezó con siete semanas en París.
Fin
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Siete semanas (Warmi, finalizada)
Fanfiction"Porque el cariño consiste en hacer cosas que no tienes por qué hacer para la persona a la que quieres" [Adaptación, AU]