55 - Cita de helado (Ana)

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Anoche Abby y mi hermano me contaron lo que hicieron y estuve un buen tiempo haciéndoles ver lo horrible que había sido. Al parecer, la idea principal se le ocurrió a Emile, al hermano de Elliot, y si tuviese más confianza con él, iría ahora mismo a Oslo y le diría un par de cosas. Tal vez más.

Los tres se han portado fatal.

Por eso, Luka y Abby se han comprometido a invitarme hoy a un helado. No tengo ganas de salir de casa; ni siquiera tengo hambre en ningún momento del día, pero prácticamente me han obligado, así que ahora me dirijo camino de una cita que espero que termine cuanto antes para poder marcharme a casa, ponerme el pijama y dormir hasta que amanezca.

Me han citado en una heladería que queda cerca de nuestro apartamento; a tan solo unas manzanas. Es aquí donde conocí a Mimi, donde me dio un empujón y yo le dije que era una capulla.

Parece que hace una eternidad de eso.

Entro a toda velocidad, sin prestar real atención a lo que ocurre a mi alrededor. Solo busco en las mesas, intentando ver un rostro familiar, cuando choco con alguien.

El golpe es demasiado brusco como para que haya sido sin querer, y levanto la cabeza dispuesta a quejarme cuando un par de ojos verdes me devuelven la mirada.

—Oh, perdona —murmura Mimi.

Lleva una camiseta de tirantes, y los hombros cubiertos por su chupa de cuero. Tiene vaqueros oscuros y botas y se ha pintado los labios de rojo.

—¿Estás bien? —pregunta, esperando a que reaccione—. Lo siento mucho, soy un poco torpe. ¿Me dejas compensártelo invitándote a un helado?

Abro la boca con consternación, y miro a los lados buscando señales de Abby o mi hermano, pero empiezo a entender enseguida que esto no es más que una encerrona.

Y Mimi... no sé qué pretende Mimi.

Tampoco deja que responda, no me da la oportunidad de pensar y decirle que no. Simplemente me toma de la mano y me conduce hasta la mesa más apartada del local. Se sienta frente a mí y me doy cuenta de que sus cosas ya estaban aquí.

Me estaba esperando. Ha aguardado hasta que he entrado y ha venido en mi encuentro para que me chocara con ella.

No entiendo nada.

—Me llamo Mimi, ¿y tú?

—¿Mimi, qué haces? —inquiero, aturdida.

—Pedirte perdón —responde, seria. Hay gravedad en sus palabras—. Por el empujón —añade, y baja una mano hasta el asiento donde guarda sus cosas para volver a alzarla con una flor.

Es un tulipán amarillo.

Se me encoge el corazón.

—Me gusta el amarillo porque me recuerda a un regalo que hice una vez a una chica preciosa —confiesa—. Ten, es para ti.

De nuevo, me mira con intensidad, sin decir palabra, hasta que toma aire.

—La he cogido en mi trabajo. Soy florista.

Me doy cuenta de que espera que hable, de que la ansiedad en sus palabras es por mí, por mi silencio.

—¿Estás trabajando? —pregunto, recelosa. Ella asiente.

—Para pagar la universidad.

El corazón se me llena de algo cálido cuando la escucho. No puedo evitar sonreír.

Mimi se quita la chupa de cuero y se queda en tirantes. Coge la cartera de sus cosas y me hace un gesto.

—Espérame, voy a pedir.

Estoy a punto de decirle que esté quieta, que no quiero helado, solo quiero hablar, pero no me da la opción. Está tan nerviosa y es tan rápida que no tengo tiempo.

Cuando regresa, mi corazón sigue martilleando con fuerza contra mis costillas.

Sé a qué está jugando, y me parece adorable, pero ahora mismo necesito hablar en serio, necesito dejar de lado los rodeos, incluso si estropeo esta fantasía.

—Dime que es verdad que vas a volver a estudiar —le pido.

Mimi parece un poco sorprendida de que haya roto la burbuja tan pronto. Se yergue en su asiento y dice que sí con la cabeza lentamente.

—Tenías razón. No puedo renunciar a la primera de cambio. Es posible que llegue el día en el que no pueda más, pero ese día aún está muy lejos, y hasta entonces no pienso rendirme antes de tiempo.

Entiendo lo que le ocurre, lo que siente. No puede comprometerse al cien por cien, debe tener una salida, una vía de escape por si las cosas se ponen demasiado feas, y creo que yo debo respetarlo.

—Si llega ese día, yo te apoyaré.

—Gracias —murmura.

Se queda unos instantes mirándome fijamente, con una intensidad que me atraviesa. El helado se derrite sobre la mesa, y el rumor de los clientes que entran y salen nos envuelve y nos libra de un silencio penetrante.

De pronto, se me ocurre algo.

—¿Dónde has pasado la noche?

—En un motel.

Se frota la nuca.

—Podrías haberte dado cuenta de todo esto anoche y haber dormido en casa.

Mimi suspira y sonríe un poco, solo un poco. Me doy cuenta de que hay algo que sigue atormentándola, y aguardo, paciente, hasta que decida alzar la voz. Se palpa cierta tensión, cierta preocupación, revoloteando a su alrededor.

—Sobre nosotras... sobre lo nuestro... —empieza.

Ahí está. Era eso.

Me concentro para no reírme y ponerla aún más nerviosa. Sin embargo, decido ser un poco mala.

—Tendremos tiempo para hablar.

Cojo el helado y se lo enseño. El dulce resbala sobre mis dedos.

—Come, o se derretirá —insisto.

Mimi me mira sin dar crédito, y yo me pregunto si se atreverá a replicar, si dirá lo que tenga que decir o la inquietud y el temor a haber metido la pata podrán con ella.

Coge el helado, y yo tengo que hacer un gran esfuerzo por no reírme.

—Tengo que contarte algo sobre Julien.

—¿Sobre Julien? —inquiere, fuera de juego.

—Sí. Abby dio un espectáculo con él hace dos días. Fue estupendo.

Tiene una expresión encantadora mientras me mira con sus ojazos abiertos de par en par, como un cervatillo deslumbrado, pero no creo que yo aguante mucho tiempo siendo un poco mala.

Siete semanas (Warmi, finalizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora