1 - Capulla (Mimi)

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París, en la actualidad

Esta es mi última parada antes de llegar al nuevo apartamento.
La moto está aparcada a un par de manzanas de aquí y, según mi móvil, el sitio no queda lejos, así que iré a pie.

Llevo todo lo que necesito echado a la espalda. Es curioso que todo lo que de verdad importa quepa en una mochila. Un pliego de papeles cuya primera página nunca me he atrevido a pasar, algo de ropa que escogí sin prestar mucha atención, y el pasaporte; solo lo imprescindible. Pienso quedarme algún tiempo, y si necesito algo más simplemente lo compraré.

Luka dice que a su hermana le encanta el helado, y como quiero empezar con buen pie pienso presentarme a mi nueva compañera de piso con una tarrina enorme. O lo haría si la muñequita que tengo delante se diese prisa.

—Disculpa, algunas queremos...

—Un momento —dice ella, sin dejar que termine.

Está hablando por el móvil, delante del mostrador de autoservicio. Lleva una bolsa de deporte colgada del brazo, el teléfono en una mano y en la otra la tarrina que debe llenar de helado.

Suspiro, exasperada, y miro el reloj.

Llego bastante tarde. Puede que la hermana de Luka tuviese planes, puede que le esté haciendo esperarme.

—Si necesitas tiempo para decidir... —insisto.

—No. Ya está —dice, cortante y sin mirar atrás, y da un paso adelante para empezar a rellenar su tarrina por fin.

Sin embargo, su móvil vuelve a sonar y se detiene de nuevo, frente al mostrador y en medio de todo, sin dejar que nadie más pase.
Empiezo a ponerme nerviosa, pero intento controlarme. Soy consciente de que a veces puedo resultar un poco... explosiva.

Así que tomo aire y espero, paciente. De nuevo, guarda su móvil en la bolsa de deporte y, cuando parece que por fin se ha decidido, este suena y se detiene otra vez para atenderlo.

—¡Por favor! —exclamo, perdiendo los nervios, y paso a su lado sin miramientos.

A la mierda. La paciencia está sobrevalorada. Cojo una tarrina, le arrebato la cuchara de la mano y la empujo a un lado para pasar por delante de ella.

—¿Qué te crees que estás haciendo? —me espeta, malhumorada.
Aparta la vista del móvil y me dedica una mirada furiosa. Cuando alza el rostro hacia mí, me detengo un instante, tan solo uno, para observarla. Tiene el pelo castaño, tan oscuro que casi parece negro, y despeinado y los ojos color chocolate más bonitos que he visto nunca. La verdad es que le hacen juego con su pelo... Lleva un top ajustado, y unas mallas que marcan sus curvas perfectas. Por la ropa y la bolsa de deporte que lleva al hombro, parece que acaba de salir del gimnasio.

Todo su ser, desde el pelo despeinado y húmedo hasta el ligero rubor de sus mejillas, desprende atractivo.

Estupendo. Me he topado con una diosa griega que encima sabe que lo es; esa clase de chicas que creen que por estar buenas pueden hacer cuanto se les antoje.

—Estabas creando cola —le digo, sin ganas para perder el tiempo, y me inclino sobre el mostrador para buscar el helado que quiero.
Decido ignorarla deliberadamente. ¿Qué sabor le gustará a la hermana de Luka?

—Perdona, pero es mi turno —replica, e intenta arrebatarme la cuchara de nuevo.

Yo se lo impido y le dedico una mirada de advertencia que no le hace titubear ni un instante. Cuando vuelvo a mirarla a los ojos, me doy cuenta de que están húmedos, un poco rojos. Quizá los mensajes de su teléfono fueran importantes. Tal vez le haya pasado algo... pero eso no me frena. No es mi problema.

—Si te apartas, tardaré menos que tú, te lo puedo asegurar — respondo, y fuerzo una sonrisa.

Vuelvo a dar un paso adelante, obligándola a echarse a un lado, y comienzo a llenar la tarrina con el helado. Ella murmura algo que ignoro. Parece cabreada, pero no le presto atención. Simplemente continúo con mi cometido hasta que termino y voy a pagar el helado.
Si le suena el móvil, esta vez lo ignora, e imagino que no sería tan importante como parecía. Al cabo de unos segundos, veo por el rabillo del ojo cómo llena su propia tarrina y se coloca detrás de mí en la caja.
Con la mochila a la espalda y el casco bajo el brazo, tomo la bolsa que me dan como puedo y estoy dispuesta a salir de la tienda y dirigirme al apartamento cuando la escucho.

—Capulla.

Me doy la vuelta hacia ella.
No me está mirando, pero estoy segura de que la he escuchado.

—¿Me lo repites? —le pido.

El dependiente nos dedica una mirada de circunstancias a las dos, pero no interviene. La muñequita rebelde de pelo oscuro me mira de arriba abajo con descaro y enarca una ceja.

—¿El ruido de la moto te ha dejado sorda? He dicho "capulla".

Sus ojos echan chispas. Alza el mentón y sostiene mi mirada sin titubear mientras paga y espera a que le den el cambio.
Ladeo un poco la cabeza. La última vez que me pegué con alguien era una cría, pero quizá este sea un buen momento para empezar de nuevo.

Antes de que pueda responder algo, la joven toma sus compras y pasa a mi lado dándome un empujón deliberado. Estoy a punto de salir tras ella, pero aprieto los nudillos y decido que no merece la pena.

Cuento hasta tres, cojo mis cosas y salgo a la calle. Ni siquiera la miro mientras se aleja. Con un poco de suerte, no volveré a verla en el tiempo que me quede aquí.

París es muy grande y hay muchas más heladerías.

Esta noche conoceré a la hermana de Luka, comeremos helado juntas, hablaremos mal sobre su hermano y mañana habré olvidado todo esto.
Así que saco mi móvil, vuelvo a consultar la dirección a la que tengo que ir y pido indicaciones.
Estoy deseando llegar al apartamento.

Me pierdo un par de veces antes de encontrarlo, y deseo que el calor del verano no haya derretido el helado.

La hermana de Luka vive en unos apartamentos en un barrio tranquilo. Fue idea de él que me mudara con su hermana. Yo necesitaba un sitio en el que quedarme un par de meses y, al parecer, su compañera de piso estará fuera todo este tiempo, así que Luka sumó dos y dos y organizó todo esto para que pudiera quedarme con ella.

Si su hermana y él se parecen en algo, sé que estaré bien.
Luka es un chico impulsivo, un conquistador nato que jamás se ha preocupado por algo. Pero tiene un gran corazón; y eso, al fin y al cabo, es lo que de verdad importa.

Entro al portal y subo las escaleras de dos en dos, deseando llegar cuanto antes, instalarme y acostarme, porque hoy ha sido un día muy largo.

Cuando llego a la puerta me detengo y toco dos veces, expectante. Una voz cantarina y amortiguada me llega desde dentro.

—¡Adelante! La puerta está abierta.
Empujo y, efectivamente, la puerta se abre. Una bola peluda me recibe maullando en cuanto pongo el primer pie dentro, pero no tengo tiempo para prestar atención al gato.

Me fijo en mi nueva compañera de piso.

Ahí está, con sus largas piernas estiradas y descansando sobre la mesita. Las mismas mallas que he visto antes, el mismo top deportivo, y el pelo igual de rebelde. Sus ojos ya no parecen vidriosos, pero ese color chocolate sigue siendo intenso.

Me quedo de piedra.

Miro mi móvil y retrocedo un paso para mirar el número del apartamento, por absurdo que sea, como si hubiera alguna posibilidad de haberme equivocado.

Daría lo que fuera por haberme equivocado.

—¿Ana? —pregunto, incrédula.

—¿Mimi? —dice ella a su vez.

Maravilloso. Las próximas siete semanas compartiré piso con la idiota más grande de todo París.


Siete semanas (Warmi, finalizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora