32- Vigésimo octava Repetición

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Es curioso como el silencio puede dar mucho más miedo que un coro de gritos, se suponía que los gritos de terror, sorpresa y alarma del resto de pasajeros deberían durar más tiempo, en su lugar se fueron apagando poco a poco apenas unos segundos antes de que el conductor, como siempre, decidiera sumergido en su locura arrollar los coches que habían colisionado frente a nosotros, junto a los reunidos alrededor de estos, y aquel silencio que llenó el autobús me aterró más que cualquier alarido.

Tampoco fui la única que se preparó para el impacto aquella vez y me aterró lo que eso podía significar, un pesado manto de frío pavor se adhirió a mi piel mientras me sujetaba al asiento en lo que duraba el acelerón. En cuanto el autobús se detuvo, y el suelo bajo nuestros pies se estabilizó, la masacre comenzó y yo me quede atrapada, una vez más, pero peor que nunca, en el ojo del huracán, tuve claro que iba a ser más difícil que nunca salir de allí indemne.

Me levanté de mi asiento de un salto, sin perder ni un segundo más, pendiente de cada individuo que me rodeaba, intenté correr hasta la puerta trasera, mi mejor salida y prácticamente la única, pero un hombre que me debía de doblar la edad se interpuso en medio del pasillo con una sonrisa macabra y ojos desencajados.

― No está vez ― gruñó con voz gutural. Enmudecí de la sorpresa, del horror por lo que sus palabras implicaban, él me recordaba, recordaba, y era un rabioso, en eso no había duda.

Estábamos en un estrecho pasillo con asientos a un lado y otro, en algunos de ellos había rabiosos tratando de matarse los unos a los otros, y uno de ellos se interponía en mi camino de huida, estaba atrapada en la boca del lobo, y luchar era la única forma de salir de allí con vida.

Corrí hacía a él tratando de placarlo, esperando que con el factor sorpresa consiguiera derribarlo, pero solo logré que se tambaleara unos cuantos pasos hacia atrás, me pareció una pequeña victoria si lograba acércame, aunque fuera un poco a la puerta, pero la sensación de triunfo despareció en un parpadeo cuando me empujó esa vez él a mí y me tiró al suelo, cayendo de culo.

Se agachó más rápido de lo que pude registrar y me dio dos puñetazos, uno en la mejilla y otro en la mandíbula, derribándome por completo en el suelo, supe pese a la bruma de dolor que si comenzaba a estrangularme como solían hacer, tendría pocas posibilidades de librarme de su agarre en un sitio con espacio tan limitado, así que le abrace con fuerza, atrapando sus brazos con los míos, y antes de que gracias a su fuerza superior pudiera librase de mi agarre, el miedo y la desesperación me llevó a morderle con fuerza en el cuello, como si yo fuera el animal rabioso, sentí su sangre estallar en mi boca, no pude permitirme pensar en lo asqueroso que era eso, solo hundí mis dientes con más fuerza en su piel, el hombre me empujó con fuerza librándose de mi primario agarre, retrocedió llevándose una mano a cubrir su herida sangrante, pude vislumbrar las marcas de mis dientes en su cuello.

Aproveché para arrastrarme lejos de él, solo para darme tiempo para pensar, tuve que pasar sobre un cadáver en mi desperado intento de poner espacio entre ambos, el rabiosos se acercó y me agarró por un tobillo, evitando que fuera más lejos, su mano llena de sangre de la herida que yo le había hecho, traté de sujetarme de los asientos a mis lados para evitar ser arrastrada, pero era estúpido, el solo tenía que avanzar para estar sobre mí, miré hacia los lados desesperadas por encontrar un arma, cualquier cosa, entonces lo vi, el extintor de incendios debajo de uno de los asientos, conseguí desengancharlo de su sitio cuando se situó frente a mí, abrí el seguro y le rocié llenando el aire de bruma blanca.

Eso me dio tiempo para levantarme, y cuando pude divisarle a través de la espuma lo golpee de lleno en la cara, el hombre cayó flácido en el suelo sobre otro nuevo cadáver en el pasillo, pero seguía habiendo más vivos que muertos, más rabiosos que pronto pondrían su mirada en mí, me subí en uno de los asientos y comencé a golpear una de las ventanas con el extintor, cuando se hizo un huevo lo suficiente grande me colé por él, notando trozos afilados del cristal atravesarme la cazadora y la carne, y otros clavarse en mi piel cuando caí con fuerza sobre los restos en el suelo de la calle.

RabiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora