― Eres una traidora, lo sabes ¿no? ― acusé con los ojos entrecerrados en dirección a Lyla.
Habíamos llegado a casa unos minutos atrás, y después de asegurarnos de cerrar todo bien, los había dejado juntos en el salón mientras iba a buscar los álbumes familiares al desván, la última vez que había estado allí había salido viva de milagro, o más bien gracias al bucle, así que no me traía precisamente buenos recuerdos por lo que había salido de allí arriba tan rápido como había podido, y ahora los encontraba juntos en el sofá, con Lyla tumbada con el hocico apoyado en la pierna de Reed, antes solía ser mi sombra, siguiéndome a todas partes y de la nada me había cambiado por él, increíble.
― No puedes culparla, soy encantador ― la excusó Reed, acariciando su pelaje dorado.
― ¡Yo lo crie desde que era un cachorro! ― me quejé, tomando asiento al otor lado de Reed, mis padres la adoptaron cuando nos mudamos a esta casa, siempre había querido un tener un perro, pero con tanto viaje era demasiado problemático, así que conseguí mi sueño de establecerme en un lugar por un largo periodo de tiempo y una mascota a la vez, el día que me trajeron a la pequeña bolita de pelo dorado que nombré Lyla, fue uno de los mejores de mi vida.
― El amor no entiende a razones ― murmuró Reed, aun concentrado a acariciar a Lyla, con una sonrisa tirando de la comisura de sus labios.
― Ya claro... por eso te quiero, aunque seas un egocéntrico y un dramático.
― Exacto ― afirmó con una sonrisa y rodeándome con un brazo para acercarme a él hasta dejar un beso en la cima de mi cabeza.
― No esperabas que lo admitieras ― le molesté, dándole un suave codazo en las costillas, pero sin soltarme de su agarre.
― No puedo mentir cuando añades delante un te quiero ― giré los ojos, fingiendo fastidio, mientras mis mejillas habían decidido entrar en ebullición, si seguía así en cualquier punto parecería una señal de stop.
― Añade cursi a la lista ― farfullé, tratando de ocultar mis mejillas sonrojadas mirando hacia abajo.
― Que gran inconveniente para ti ― exclamó de forma dramática.
― Solo porque me haces quedar mal al no decirte cosas igual ― fue el turno de Reed de girar los ojos, y apretarme un poco más cerca.
― No puedes quitarme el puesto, el cursi en esta relación soy yo ― dijo con un encogimiento de hombros, mi corazón se saltó un latido al oír la palabra relación, sí habíamos dicho muchas cosas, hecho muchas cosas, pero jamás puesto una etiqueta a lo que teníamos, y quería poder presentarlo como mi pareja, mi novio y no como un simple amigo ― venga, vamos a ver esas fotos.
Asentí, centrándome en los álbumes que había dejado en la mesita frente a nosotros, en lugar de mi alocado corazón, había tres diferentes, a cada cual más antiguo, llenos de fotos, algunas de mucho antes de yo nacer, otras que retrataban toda mi vida hasta entonces, y muchas más de cada país que habíamos visitado, de nuestro recorrido por Europa y América en su mayoría, le conté a Reed pequeñas historias de cada una, había una foto mía tan pequeña en el castillo de Wawel en Polonia que ni si quiera recordaba, una con siete años en una playa en el sur de España, embadurnada de protector solar, aun así acabe quemándome, otra en la torre Eiffel con doce años, le conté que aun tenía una figurita de esta, que compre allí colocada una estantería en mi habitación.
― Un ropa peculiar para hacer una visita turística ― señaló Reed una de las fotografías, donde poso en la entrada de un enorme castillo de estilo neogótico con un vestido rosa pálido hasta el suelo.
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Rabia
FantastikNadie se esperaba que algo como aquello llegara a la ciudad. En cuestión de segundos la Rabia se apoderó de las personas y la sed de muerte los consumió hasta la locura, desatando el caos y tiñendo las calles de rojo. Hella y Reed, dos completos des...