Capítulo 40

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No pude descansar en toda la noche. La idea de perder me aterraba pero la actitud de los campistas frente a lo que sucedería me parecía admirable. Todos estaba convencidos que saldríamos victoriosos. El día anterior, en la cena, nadie se mostró decaído por el inminente peligro. Parecían todos estar tan convencidos como los dos chicos que poco tiempo antes habían estado en mi cabaña hablando sobre el beneficio de la victoria. A pesar de yo ser la más fuerte, era la más asustada.

Era aún de madrugada. Faltaba poco para el amanecer. Notaba como todos aún dormían, mientras yo estaba tumbada en la cama. Ansiosa, decidí ir a caminar. Al abrir la puerta de mi cabaña un fresco viento arrasó con el calor que mi cuerpo emanaba. No pude evitar encogerme de hombros. Decidí dar media vuelta y tomar una antigua sudadera que tenía escondida en el armario. Me la coloqué antes de salir. Caminé nuevamente hacia el lago, que se había vuelto mi lugar favorito en poco tiempo. Amaba observar la tranquilidad de esa zona. Sin ruido, sin personas, sin problemas. Esta es la libertad que podría esperarme. Pensé.

A paso lento, observaba todo aún en el camino. A pesar de la oscuridad, los farolillos colgados en árboles y cabañas hacían posibles la visibilidad completa de lo que me rodeaba. Se podía oler el rocío matutino en la hierba por la que caminaba. Los grillos aún cantaban mientras que los pájaros parecían aún no levantarse. Respiraba humedad. Llegué al lago a los pocos minutos. Aún la luna y las estrellas se podían ver reflejadas en el agua cristalina. Quise sentarme en la orilla para disfrutar mejor la vista. ¿Cómo alguien querría destruir algo tan hermoso?

Podría haber pasado una hora hasta que la oscuridad fue invadida por los primeros rayos de luz. El amanecer solo logró convencerme aún más de que yo debía morir por todo esto. La semilla no la colocaría esta vez. Sería la batalla definitiva. Tan pronto como el sol se podía ver a la perfección, el ruido comenzó en el lugar. Los semidioses se habían despertado y comenzaban a prepararse. Podía escuchar armaduras chocando y espadas siendo desenvainadas. El ruido en la cafetería no podía pasar desapercibido. Se escuchaba desde mi posición cómo se peleaban para agarrar su desayuno lo antes posible. Quise esperar unos minutos más antes de levantarme y ver, tal vez por última vez, el lago.

Decidida, caminé hacia el punto de reunión que acordamos el día anterior. Ya muchos estaban en sus posiciones, listos para partir. Al verme llegar, sonrieron como si lo que fuéramos a hacer se resumiera a un juego. Ninguno de ellos debe morir. A algunos, la fila de la cafetería les retrasaba, podían tomar rápidamente lo que estaba preparado. Mientras tanto, mandé a traer a los pegasos. Todos debían tener uno. Teniendo en cuenta que no habían suficientes, con anterioridad había hecho aparecer más para que cada semidiós tuviera un medio de transporte hacia El Campo de las Helenas. No fue mucho tiempo el que tuve que esperar para que ya todos estuvieran en sus posiciones. Los dioses, de igual manera, se encontraban ahí.

- Muy bien. - Comencé diciendo en voz alta para que todos ahí pudieran escucharme. De igual manera, lo que dijera sería de por sí escuchado en sus mentes, como si estuviera al lado de cada uno de ellos. - Llegó la hora. Este será un día histórico. Todo puede suceder. ¿Será el comienzo o el final del reinado del mal en este mundo? A cada uno de ustedes les pertenece decidirlo. Lamento no poder quitarles el peso de toda la humanidad, no soy tan poderosa. - Me lamenté. - No sé qué sucederá. Lo único que sé es todo lo que están dispuestos a sacrificar por la vida del mundo. Por la vida de millones. Tal vez ningún mortal lo sepa ahora, pero juro que algún día lo sabrán. Conocerán lo que un puñado de jóvenes con esperanza y unos cuantos poderes lograron hacer para que sus hijos puedan respirar. Todo lo bueno que ha sucedido ha sido gracias a ustedes. Yo me encuentro aquí hablando por todos aquellos por los que se están sacrificando y les digo que estamos en deuda con ustedes. Estoy en deuda con ustedes. - Recalqué. Me quedé en silencio por unos segundos. Miré a los los ojos de los más cercanos a mí. Estaban serios, pero esperanzados de que esta era la batalla para la que se prepararon toda su vida. Yo me sentí culpable por haberlos arrastrado a ella. - Gracias por estar aquí. Gracias por estar listos para la batalla. Gracias por pelear a mi lado. Es un honor pelear al suyo. - Finalicé. - Ahora suban a sus pegasos. Ellos los llevarán a que se vuelvan leyendas.

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