Capítulo 35

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No me demoró mucho en derrotarlos, pues no tenía tiempo que perder. Solo dejé a uno, Zeus. Él me miraba incrédulo, yo acababa de dañar su orgullo nuevamente. Tiré mi espada, para hacer alusión a que no buscaba pelear con él; sin embargo, él sí quería y la mantuvo empuñada.

- Ni siquiera tienes un rasguño. - Reclamó. - ¿Cómo es eso posible?

- No lo es, recuerda que fui creada para hacer lo imposible. - Respondí caminando lentamente hacia él.

- Te has vuelto mucho más fuerte, en muy poco tiempo.

- Lo sé. - Aclaré. - Pero ella sigue siendo más fuerte que yo.

- Gaia no vendrá. La volveremos a detener.

- Deja de ser tan terco y escucha. Ustedes no pueden vencerme a mí, imagínate como será con ella. - Suspiré. - Me necesitan, y yo los necesito. No puedo hacer esto sola.

Me encontraba ya a unos pocos metros de él, cada vez más cerca. Seguía tenso y sin despegar su vista de mi. Preferí no entrar en su mente y seguir hablando públicamente con él, por si no le convencía yo, tal vez los semidioses lo harían.

- Nosotros te ayudaremos. - Dijo una conocida voz a mis espadas. Quién sería sino un amigo de Alex, hijo del mismo a quien intentaba convencer. - El campamento te ayudará, solo dinos por donde empezar.

- Jason, - Comencé a decir. - Agradezco tu valentía, pero esto se encuentra fuera de tus manos.

- También está fuera de las tuyas. Mientras más, mejor. - Respondió decidido. Tenía razón el rubio, todos seremos necesarios para derrotarla, pero aún sabiéndolo, yo no quería ponerlos en peligro.

- No, ustedes no tienen la obligación y tampoco mi aprobación.

- No las necesitamos. - Dijo el tan conocido hijo de Hades mirándome fijamente.

Agradecería tu silencio. Repliqué adentrándome en lo más profundo de su mente. No me agregues más problemas.

Entonces solo acepta. Ninguno de nosotros se hecha atrás en una pelea, déjanos proteger nuestro mundo.

Ese no es su trabajo, sino el mío.

¿Acaso eres tú la única que respira aquí? ¿La única que vive? Tú eres una ayuda para nosotros, pero no estás destinada a ser la única que pelee.

Te equivocas.

No, no me equivoco. Solo acepta. Los dioses no van a ayudar y aunque lo hicieran, no lo lograrían sin nosotros. Somos muchos y somos fuertes.

Si, y morirán si lo hacen.

¿Que mejor que morir como un héroe en campo de batalla?

Mejor es tener una vida plena y morir cuando sea el momento. El proceso natural.

¿Según quién? Eso nunca ha sido para nosotros y lo sabemos.

Suficiente.

Decidí soltar a los dioses que había capturado porque consumía demasiado poder, y también porque necesitaba algunos racionales que no dejaran a Zeus cometer aquel grave error que sería el
rechazarme.

Casi tambaleándose, se incorporaron algunos nuevamente al mundo real y mirándome fijamente pensaban si debían atacarme o permanecer en silencio.

- ¿Me escucharán ya? - Pregunté. A pesar de que no tenían ninguna otra opción. Nadie respondió. - Solo les pido que peleemos unidos contra ella, luego sus resentimientos contra mi podrán continuar. Tal vez hasta quede tan debilitada que ustedes puedan asesinarme. - Dije como último argumento - Solo ella puede dañarme, si la acabamos juntos ustedes podrán pelear conmigo después.

- Esto no me basta. - Reclamó el señor del trueno.

- ¿Acaso a ti te basta algo? - Respondí con cierta ironía. El, sin apartar su mirada de mi, me sonrió maliciosamente.

- Arrodíllate.

No pude evitar mostrar mi sorpresa ante tal descarada orden. ¿Qué se suponía debía responder? Teniendo en cuenta que necesitaba su ayuda, pero al arrodillarme sería símbolo de esclavitud. Yo sirvo a la humanidad no a él. ¿Pero no sería lo mismo? Lo haría por las personas. Yo...

- ¿Disculpa? - Terminé preguntando después de unos segundos.

- Júrame lealtad. - Agregó aquel que sabía que con solo quererlo podría hacerlo desaparecer.

Sin saber cómo reaccionar, miré a mi alrededor como sí los semidioses tuvieran las respuesta de lo que yo debía hacer. Ellos, perplejos, esperaban la respuesta que yo daría ante la sugerencia.

- ¿Vas a responder o tendré que asesinarte? - Terminó diciendo aquel egocéntrico dios que solo quería aparentar ser superior a mí.

- Acepto. - Respondí. Él, satisfecho, hizo señas con la cabeza de lo que debía hacer. Con sus ojos, me miro y luego al suelo, pidiéndome lo que elimina la dignidad que cualquier a puede tener.

Me arrodillé ante el, tal como me lo ordenaba silenciosamente. Al sentir mis rodillas tocar contra el césped, estire mis brazos hacia delante. Fue ahí que las cadenas, que me acompañarían por el resto de mi vida por el trato que acababa de hacer, aparecían. Doradas y brillantes como un rayo de luz, estas se hicieron presentes rodeando mis muñecas, esposándome y obligándome a seguir órdenes de mi nuevo líder.

    - ¿Acaso será ella tú esclava, padre? Quítale eso y déjanos ayudarla. Si tú no salvaras a la humanidad por tu propia moral, nosotros debemos hacerlo. - Dijo aquel rubio a pocos metros de mi.

    - Hijo, es una manera de asegurar el bien de la humanidad. Ella no es buena, tampoco su hermana. Algún día entenderás. - Se excusó. - De todas maneras, un trato es un trato. - Volteó su mirada y la fijó en mi nuevamente. - Puedes levantarte, Alexandra. - Obedecí. - Te ayudaremos.

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