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Cosquilleo inadecuado

—Muy bien, veamos, cómo rayos es esto —miro de un lado a otro el aparato frente a mí.

La lavadora, o lavarropas –como lo llaman aquí–, parece ser algún tipo de nave intergaláctica para mí, ya que llevo unos buenos diez minutos intentando hacer que funcione. No parecía nada del otro mundo. Pero claro, cuando no estas familiarizada con estas cosas, puede ser una tarea difícil.

Y no es que nunca hubiera tenido una, Nona me había regalado cuando me mudé a un acogedor apartamento. Lo di buen uso, pero luego cuando Gael y yo decidimos vivir juntos, él sugirió que no lavara sus perfectas prendas allí, que prefería llevarlas a la tintorería. Claro que al principio pensé que no hacía falta y era un gasto totalmente innecesario, sin embargo, cuando comenzamos a trabajar full time terminé adoptando esa costumbre. Así que, por eso aquí estoy, intentando descifrar cómo mierda hacer que funcione ya que es un modelo que no conozco. Es bastante moderno con todos sus botones, y perillas. ¡Perfecto!

Compruebo una vez más que el adaptador esté conectado… sí, lo está. ¿Entonces dónde está la falla?

Vuelvo a girar la perilla hacia ON, preparándome para el fracaso y…

— ¡Funcionas, maldito! —digo victoriosa cuando la pantallita se enciende con un alegre celeste fluorescente. —Finalmente me dejarás usarte, ¿eh?

Probando los programas, elijo el adecuado para mis prendas todas de tonos claros. Oprimo el botón de 'iniciar' y listo. Un suave ruidito me avisa que se pone a trabajar.

Giro para regresar a la cocina y revisar mi lista de correos mientras bebo de mi té, pero un golpeteo me detiene en seco. Me vuelvo a mirar la jodida cosa.

— ¿Y ahora qué?

Pronto comienza a tambalearse y proferir unos ruidos que me hacen pensar que estallará. Y las sacudidas se intensifican.
De repente una manguera fina salta de la parte de atrás, sacudiendo agua de aquí para allá.

¡¿Qué demonios?!

Me acerco preocupada para tratar de desconectarla, y en el proceso, el agua continua con su misión de mojar todo. La espuma no tarda en acompañar.

— ¡Mierda! —grito molesta. Mi ropa, y no la que llevo puesta.

¡Arruinará mi ropa!

Finalmente consigo desconectarlo, y en cuanto se detiene abrupto, exhalo otra retahíla de palabras desagradables.

—Esta visto que mis Chingadas cosas te causan problemas —ante esa voz grave y divertida, me quedo paralizada.

Volteo hacia la puerta que lleva al patio trasero, y ahí está él. En su rostro una sonrisita jocosa, su mirada penetrante con un brillo que hace mis pies se adhieran al piso de cerámica. Apoyado en el marco, sus manos dentro de las bolsas de sus pantalones deportivos; sus bíceps marcándose bajo la tela de su ceñido suéter azul.

¿Desde cuándo soy tan observadora?

— ¿Qué pasó Elo? —la voz de Maia, que se asoma desde el costado, me saca de mi alarmante inspección. — ¿No es mejor que te bañés arriba? —bromea soltando una risita.

Pasa a su hermano, mientras él, observa el desastre.

—Digamos que tu casa no le agrada que la habite —suelto mirando mi apariencia.

Mi cabello atado en un moño desprolijo en lo alto de mi cabeza. Varios mechones húmedos colgando de los lados. Mi camiseta negra con el logo de una revista Vogué que Víctor me trajo de su último viaje, y un pantalón de chándal en gris. También mojados ahí y allá.

Díselo A Tu Corazón © (Libro 1) Retos Al Corazón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora