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Su sonrisa

Me costó muchísimo llegar a la casa. Cada paso fue un suplicio sobre todo intentar mantener el equilibro y no apoyar el pie, que lo siento cada vez más inflamado. Una vez cruzo la puerta, suelto una exhalación, ofuscada. Con lentitud llego hasta el sofá, me tiro en él y con cuidado me quito los zapatos. Aguanto el dolor, y una vez me libero, suspiro de alivio.

—Oh, esto es genial —protesto al ver la hinchazón que rodea mi tobillo.

Intento moverlo, sin embargo el dolor que se dispara desde allí, hace que un gemido abandone mi boca.

¡Maldición!

Respiro hondo, cerrando los ojos. Cuando pienso que debo volver a ponerme en pie y procurar llegar a la cocina, entonces escucho que llaman a la puerta. Suspiro con desgana, si la sola idea de caminar para buscar hielo me acobarda: ir hasta la entrada me desalienta el doble.

Vuelven a llamar.

— ¡Un momento! –grito preparándome para levantarme.

Uno… dos… tres.

— Oh… mierda —me quejo cuando el dolor vuelve a ascender.

— ¿Eloísa? Soy Maia —escucho de pronto.

— ¡Sí, ya voy!

Entre quejidos y exhalaciones, consigo llegar. Cuando apenas abro una rendija, Maia se abre camino adentro.

— ¿Cómo estás? Mi hermano me contó que tuvieron un encontronazo… –por supuesto que se lo dijo.

—Estoy bien, es solo un golpe… —en cuanto giro para regresar a la sala, expulso otra queja.

—Eso no se ve como un simple golpe. Vení, traje lo necesario.

Me enseña una bolsa que no presté atención.

—En verdad, no debiste molestarte, estaré bien.

—Te ayudo a llegar al sofá, dale—Resignada porque sé que no conseguiré convencerla de lo contrario, me dejo guiar. —Voy a traer agua caliente, no te muevas —indica acomodando mi pie entre los cojines.

Deposita la bolsa sobre la mesita ratona, y logro ver vendas, una botella con un líquido ámbar, y alguna cosa más.

Dos minutos después vuelve con una fuente de agua y empieza a sacar lo que trajo.

—Viangre de manzana, una crema para la lesión, algunas vendas y Paracetamol—enumera sacando cada cosa.

—No tenías que hacer esto…

— ¿Cómo no? No dejaste que mi hermano te ayudara a llegar, por lo que el esfuerzo debe haberte agotado y dejado más dolor. —Argumenta, y no digo nada. —Además Beltrán prácticamente me echó con esta bolsa para que venga a ayudarte; así que no tuve opción —me guiña.

Niego con la cebeza, sin decir nada. Rememorar lo ocurrido, y peor, como lo traté a él, comienza a hacerme sentir culpable y repasar cada momento.

Dios… tal vez él tenía razón y fue mi culpa.

—Bien, listo. Ya está. —Anuncia Maia varios minutos después.

Termina de colocar la venda al rededor de mi tobillo y parte de mi pantorrilla, luego de haberme puesto la crema con aroma mentolado.

—Gracias, Maia.

—De nada —me sonríe ampliamente—, no te muevas por un rato y tratá de no forzar el pie, apoyarlo y eso. Es más, creo que lo mejor es que te quedes acá, ¿te molesta si subo a tu habitación y te traigo algunas frazadas y ropa para que estés más cómoda?

Díselo A Tu Corazón © (Libro 1) Retos Al Corazón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora