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Ardor incómodo





Luego del altercado de ayer con ese sujeto, Maia y yo pasamos un rato más aquí en la casa, platicando un poco sobre lo sucedido y otros episodios similares. Verla tan apagada y temerosa, generó que sintiera más repulsión hacia ese hombre, si es que así se puede llamarlo.

Ya al anochecer se marchó a su casa, y aunque estaba más tranquila, la vi nerviosa contemplar a su espalda, como si esperara que saliera detrás de algún árbol. Y es lógico, ese tipejo se aparece de la nada allá a donde ella está, haciéndole pasar malos ratos como del día anterior.

Maldito.

Durante las últimas horas no he dejado de pensar en ello. De rogar se lo cuente después del día de hoy a Beltrán. Me sabe mal que no lo sepa todavía, pero quiero creer que ella lo hará. De no ser así… tendré que hacerlo yo misma. No seré otra testigo muda del acoso.

Contemplo la hora en el teléfono, viendo que en poco Maia llegará para llevarme a la celebración del cumpleaños de Tomás, al cual decidí asistir por no decepcionar al niño. Solo será un rato, me digo.

Lista y con el regalo a un lado, que por suerte no se arruinó luego de dejarlo caer ayer, espero mientras reviso algunas anotaciones sobre uno de los manuscritos en los que trabajo. Concentrada en ello no soy consciente del tiempo que pasa, hasta que el sonido del timbre me distrae. Cierro todo en la computadora, guardando lo que he escrito, y me levanto llevando el regalo conmigo. Recojo mi abrigo, el teléfono y las llaves y voy hacia la entrada.

Cuando abro la puerta, me encuentro con la persona que no esperaba.

—Hola Eloísa. –Pronuncia Beltrán relajado, con una sonrisa en la boca.

Brevemente desconcertada no respondo, pero después de sacudirme obligándome a reaccionar, le sonrío de vuelta, saliendo de la casa.

—Hola Beltrán. –Cierro la puerta con llave, y me vuelvo hacia él.

—No esperabas verme a mí. —Expone sereno, con las manos en los bolsillos de su abrigo.

—No. —Admito sincera. —Pero me agrada verte, ¿cómo has estado?

No abandona su sonrisa a pesar de mi sinceridad.

—Bien. ¿Y vos, cómo te fue? ¿paseaste mucho? –Se interesa mirándome atento.

—Sí lo hice, aunque me hubiera gustado conocer más lugares. Asiente solamente, echando un vistazo a lo que cargo. —Es el regalo de Tomás.

—Ya veo, es grande —comenta.

Sonrío y comienzo a caminar hacia el portón.

— ¿Querés que lo lleve? –Se ofrece, pero niego con la cabeza.

—Gracias. –Digo saliendo a la acera. Cierra la reja.

Caminamos uno junto al otro por varios metros, sin decir nada. Con un nudo de emociones en el estómago, lo miro de reojo, recorriendo cada parte de su cuerpo, sintiéndome como una adolescente junto al chico que le gusta.

¿Qué diablos?

— ¿Segura que no querés que te ayude? No parece pesado, pero… –Habla entonces, haciendo me detenga a mirarlo.

Tambíen lo hace, su expresión paciente y amable, consiguen me sienta más tonta por mi actitud esquiva.

Nada tiene porqué cambiar. Después de todo, ambos sabíamos que no duraría lo que hacíamos.

Resignándome y tratando de relajarme, le dedico una honesta sonrisa de agradecimiento.

—No es pesado, pero ya que insistes. –Me encojo de hombros, entregándole lo que llevo.

Díselo A Tu Corazón © (Libro 1) Retos Al Corazón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora