Britani
Había pasado unos cuantos días desde el incidente en la escuela. Me habían dado dos semanas de descanso, para poder recuperarme física como mentalmente de lo ocurrido.
En pocas palabras, ya estaba prácticamente de vacaciones, puesto que entrabamos en vacaciones de verano después de las dos semanas que me habían dado.
En otras palabras, no vería a ninguno de los chicos.
Valeria me había marcado hacia un momento, pidiendo explicación del porque no había asistido a clases en ese día; después de todo, ella apenas acababa de llegar a la escuela después de estar en cama enferma.
Yo no había querido contarle nada porque no quería preocuparla estando en esa situación. Pero durante la llamada, aproveché para contarle, de la manera más resumida que encontré, los detalles que se había perdido.
Al enterarse de aquello, había prometido estar en mi casa en pocos minutos, y había dado por zanjada nuestra conversación por llamada.
***
Me había quedado dormida en el sofá sin darme cuenta, pero el insistente sonido del timbre me había traído del país de los sueños.
En cuanto abrí la puerta, sin siquiera ver por la mirilla antes de abrir, el abrazo efusivo de Valeria me lanzó hacia atrás, ocasionando que por poco ambas nos fuéramos hacia el suelo.
Quise reír por su entusiasmo, pero me tragué la risa al escuchar y sentir en mi hombro las lágrimas que Valeria soltaba.
La separé de mí, preguntando con la mirada lo que pasaba.
¿Acaso ella también había tenido malos ratos mientras estaba enferma?
–Perdóname –sorbió por la nariz–, perdóname por no haber estado ahí contigo cuando me necesitabas.
Aquello fue la gota que derramó el vaso. En todo este tiempo, me había negado a soltar alguna lágrima desde el día del incidente. Pero ahora, junto a ella, viendo que se preocupaba por mí, hizo que todos mis muros se vinieran abajo.
Me solté a llorar junto a ella.
Cualquiera que hubiese pasado por ahí, y nos hubiera visto en la puerta, llorando a mares mientras estábamos abrazadas, nos habría tachado de locas.
Así que, después de calmarnos un poco, pudimos sentarnos en el sofá, con chocolate caliente en mano, ya más tranquilo.
Comencé a narrarle bien las cosas, con lujo de detalles, todo lo que había pasado y le había mencionado, entre partes, por llamada. Así, después de haberme escuchado con atención y sin interrupción alguna hasta haber terminado, preguntó:
– ¿Qué piensas hacer?
Dudé un momento. Hasta el momento, ninguno de los dos chicos se había presentado en la puerta, ni llamado o enviado algún mensaje. Quizá me daban mi espacio, quizá no querían saber nada de mí.
Solté un largo suspiro, y con decisión, dije:
–Nada.
Valeria abrió la boca, sorprendida por mi respuesta.
–Pero…
–Pero nada, lo mejor será dejarle el futuro al tiempo.
Y así, sin más que decir por parte de ambas, Valeria me observó con una mirada triste, antes de estirar su mano y darle un apretón a la mía. Y ese gesto fue suficiente para saber que ella estaría conmigo pasara lo que pasara.