La zarandee, no podía creer que Valeria se pusiera a jugar en este momento. Estaba impaciente por saber con quién haría el trabajo.
Se rascó el cuello, algo dudosa.
–El profesor te ha emparejado con Cristofer.
Gracias al cielo no tenía nada en la mano, de lo contrario, lo habría soltado.
– ¿Qué? ¿Y él que dijo?
–Nada, solo se le veía alegre.
Me llevé las manos a la cara y me la restregué.
– ¿Y cuándo debemos empezar el dichoso trabajo?
–El martes, es decir, mañana.
Precisamente, lo que me faltaba. Después de haberle dicho que me dejara en paz y que no volviera a hablarme, me pasaba esto.
***
Al día siguiente, me junté con Valeria para irnos juntos a la escuela. Cuando llegamos, en el portón se encontraba Cristofer recostado, platicando con sus amigos. Cuando me vio, me sonrió, pero yo aparté la cabeza.
Seguía en pie lo de no hablarle, y solo haría la excepción durante las clases y el proyecto, porque eso ya era algo obligatorio.
Unos segundos después de entrar al salón sonó el timbre y el profesor de matemáticas apareció por la puerta, pero no venía solo.
A su lado, un muchacho alto, de ojos azules y pelo castaño se mantenía cerca de él, aferrando su mochila entre su mano. Su presencia no pasó desapercibida, sino que se ganó unas cuantas miradas, especialmente de las chicas del aula.
Lo mandó a sentar a una silla, y comenzó su clase de manera normal.
Cuando terminó la hora y me dirigía a la salida, el profesor me habló. Me acerqué a su escritorio.
–Britani, eres una de las mejores del aula, (a pesar de que hayas entrado un par de semanas después del inicio de las clases); y quería pedirte que me hicieras un gran favor.
–Claro profesor, ¿en qué puedo ayudarle?
Juntó ambas manos sobre el escritorio y me miró bajo las gafas que cargaba puestas.
– ¿Notaste al chico que entró junto conmigo? –Asentí–. Pues él es un chico de intercambio, y como acaba de entrar ya a mitad del curso, me gustaría que lo ayudaras a que se pusiera al día con las asignaturas. ¿Puedo contar contigo?
–Claro, profesor, cuente conmigo.
Salí del aula, donde Valeria me esperaba con una gran sonrisa plasmada en el rostro.
–Entonces… –comenzó a darme golpecitos con el codo.
–Entonces, ¿Qué?
–Ya tienes un alumno, y es guapo. –Movió las cejas– Eso sí, las chicas te odiarán.
Me reí sin gracia alguna.
– ¡Ahí viene! –Susurró– Te dejo, tengo que ver lo de mi proyecto de química.
Valeria me dejó sola, así que decidí acercarme al chico nuevo, para conversar sobre lo que el profesor me había dicho.
–Hola –dije, una vez estuve lo suficientemente cerca de él.
–Hola, soy Cristian, pero puedes llamarme Cris.
Genial, el primer momento no había sido incomodo como pensaba
–Yo soy Britani, puedes llamarme Bri. El maestro me…
–Estoy al tanto de que serás mi tutora –me interrumpió, de manera cordial–, y me da alegría de que seas tú. Fuiste la única chica que no me acosaba con la mirada cuando entré al aula.
Nos comenzamos a reír. Después lo invité a desayunar conmigo en la cafetería. Y mientras nos dirigíamos hacia allá, no pude evitar sentir que alguien me observaba.
Cuando giré a comprobar, di de lleno con la mirada de Cristofer. Y podría decir que no se veía para nada contento.