Valeria había pedido permiso para quedarse en mi casa el jueves y viernes, debido a que su madre había tenido que salir, hoy era sábado, y estábamos guardando sus cosas para ir a su casa, ya que su mamá llegaría por la tarde.
Íbamos en todo el camino platicando sobre cosas que habíamos hecho en los dos días que se había quedado en mi casa y sobre cuando volvería a quedarse. Después de llegar a lo de Valeria, nos despedimos con un fuerte abrazo. Me dirigí de nuevo hacia mi casa, intentando ir lo más rápido posible, ya que comenzaba a anochecer.
Faltando dos cuadras para llegar, doblé en una esquina, pero justo cuando lo hacía, choqué contra alguien.
–Disculpe, no lo vi… –voltee a ver a la persona, pero me perdí en esos hermosos ojos verdes.
Me regaló una sonrisa.
–No te preocupes, la culpa fue mía.
–Hola –alcancé a decir.
–Hola –se recostó levemente en la pared– ¿A dónde vas con tanta prisa?
–Pues a mi casa, pero voy rápido porque no me gusta estar fuera tan de noche, eso es todo.
–Pues en ese caso, te acompaño –y extendió la mano hacia mí.
No entendía porque me extendía la mano, así que lo miré confundida.
–Vamos, dame tu mano, no te haré daño.
No sabía qué hacer, pero tímida, extendí mi mano para tomar la suya; pero a escasos centímetros de tomarla, me detuve. Tenía novia, después de todo, ¿Por qué se comportaba como si no la tuviera?
Antes de darme tiempo a decidir, su mano abrazó la mía, entrelazando nuestros dedos y uniendo nuestras palmas. Entré en shock, sonrojándome sin previo aviso.
–Tus manos son suaves –me miró a los ojos– y me gusta mucho cuando te sonrojas. Te ves muy linda y tierna.
Aquello no me lo esperaba, y mi lado inocente no pudo evitar soltar:
– ¿En serio crees que soy linda?
Miró nuestras manos entrelazadas, le dio un pequeño apretón, y dándome una sonrisa dulce, dijo:
–No es necesario que yo lo crea, porque tú misma deberías saber lo hermosa que eres.
