En la tarde…
Después de que llegara a mi casa, me dispuse a preparar comida para cuando Valeria llegara. Cuando terminé, me disponía a sentarme a ver televisión, pero sonó el timbre de mi casa.
– ¡Voy! –Grité.
Vi a Valeria en la parte de afuera del portón, observando la casa. Me acerqué a ella.
–Hola, Vale.
Al parecer, no me escuchó ni se había dado cuenta de que estaba a su lado, ya que cuando volteó hacia el frente. Pegó un brinco mientras gritaba.
– ¡Me asustaste! –Se llevó una mano al corazón– ¿a qué hora llegaste ahí?
–Hace rato, cuando tocaste el timbre, yo salí –abrí el portón– pasa, no te quedes ahí afuera.
Valeria seguía observando a su alrededor.
–Tienes una casa hermosa, y muy, pero muy grande.
–Sí, es la segunda casa en la que he vivido –recordé– mis padres la construyeron mucho antes de sufrir el accidente. Es lo que me quedó de ellos.
–Entiendo –susurró.
Valeria por fin entró a la casa, y yo cerré la puerta tras de mí. Pero no llegó muy lejos, pues se quedó parada en la sala, observando todo.
– ¿Te gustaría tomar algo?
–Un vaso de agua estaría bien.
– ¿Segura? –Cuestioné– Porque también hay refresco y limonada.
–Mmm, me convenciste, quiero refresco.
Salé de la cocina con dos vasos de refresco en la mano y le entregué uno.
–Te mostraré la casa.
Después de un largo tour, nos detuvimos en la última parada: mi habitación.
–Britani, tienes una hermosa casa y ¡wow! ¡Qué habitación!
–No es para tanto –dije, restándole importancia.
– ¿Qué no es para tanto? Mi cuarto no es ni la mitad del tuyo.
La verdad, mi cuarto si era grande. Tenía una cama tamaño matrimonial, un mueble donde descansaba la televisión y una pequeña DVD, un pequeño radio, y muchos estantes con peluches en las paredes. A ambos lados de mi cama, se encontraban dos burós con lámparas de noche, y frente a ellos, descansaba un sofá largo con cojines en forma de estrellas y corazones.