2 - Amanecer en el Nuevo Mundo

430 28 7
                                    

Pestañeó un par de veces, y los ojos le ardieron, la luz del sol la cegó por un momento, pero pronto se acostumbró y pudo ver con claridad el lugar en que se encontraba. Era una habitación pequeña y descuidada, las paredes eran de barro y el techo de paja. En un rincón había un viejo armario de madera destartalado y apolillado. La muchacha se encontraba en una vieja cama de madera y estaba tapada con unas sábanas algo sucias y con olor a pescado. Junto a la cama había un cajón de madera, y sobre él, una vela consumida. En una pared había una pequeña ventana que dejaba entrar la luz del sol de la mañana, el sonido incesante del mar y un fuerte olor a pescado. También había una puerta de madera, que se abrió, dejando entrar a Francisco, el padre de Josefina. Éste miró a su hija con ternura, se acercó a la cama y le dio un beso en la frente.

_ ¿Padre? ¿Qué ha sucedido? ¿Dónde estamos? No entiendo_ dijo la joven, nerviosa y confundida.

_No te preocupes, hija, ya pasó todo, estamos bien.

_ Pero, no entiendo, ¿qué fue lo que ocurrió?

Francisco la miró, extrañado. Luego le preguntó:

_ ¿No lo recuerdas?

Josefina quedó pensativa un momento, y se dio cuenta de que no lograba recordar nada que hubiera sucedido antes de esa mañana. Sí recordaba los rostros y los nombres de sus padres y hermanas, pero no recordaba ningún suceso anterior a su despertar en aquél lugar con olor a pescado. La muchacha sintió pánico, no sabía qué ocurría, tenía miedo.

_No... No puedo recordar, no recuerdo nada, ¡Nada!_ exclamó la joven con lágrimas en los ojos al tiempo que se sujetaba la cabeza_. ¿Qué me sucedió?, padre, ¿Qué ocurrió?

Francisco vaciló un momento, antes de contestar. Estaba formulando una respuesta.

_Hija, me duele mucho decirte esto, pero...

_ ¿Qué? ¿Qué sucedió, padre?_ preguntó Josefina, hecha un puñado de nervios.

_Tu madre, y tus hermanas… fallecieron, ahogadas.

_ ¿Qué? ¿Qué has dicho? No puede ser, ¡eso no puede ser posible! ¿Cómo que murieron ahogadas?

_No lo recuerdas... Fue hace unos días. Estábamos viajando hacia aquí, a Portobelo, para establecernos y comenzar una nueva vida. Pero, una fuerte tormenta nos alcanzó, y hundió el barco. Tu madre y tus hermanas se ahogaron, pero yo te encontré a ti y te subí a un tablón de madera que estaba flotando. Así llegamos a la costa, y un pescador nos encontró y nos trajo a su hogar.

Francisco tenía lágrimas en los ojos, le dolía mucho la pérdida de su mujer y sus hijas, pero él era un hombre, y no iba a dejarse dominar por el dolor. Respiró hondo, se secó las lágrimas con la manga de su camisa, y salió de la habitación, dejando a Josefina sola e incrédula, sin poder decir nada, sin comprender aún lo que su padre le había dicho, y con un enorme nudo en la garganta que no le permitía respirar.

La joven se sentó en la cama, tenía puesto un camisón blanco. Por la ventana entraba el aire fresco del mar, con olor a sal, que se mezclaba con el olor a pescado impregnado en las paredes de la casa. No podía entender cómo no lograba recordar el naufragio del barco en que viajaban. Aunque tal vez, ese sueño que tuvo, en el que se hundía en medio del mar mientras su padre la llamaba a gritos, no fuera sólo un sueño. Tal vez sí ocurrió, tal vez sí estaba en la cubierta danzando con el viento y las olas aquella noche tormentosa, tal vez su madre sí la arrastró de un brazo hacia el dormitorio junto con sus hermanas. No estaba segura. Sentía un dolor inmenso que le oprimía el pecho, le costaba respirar. “Debo ser fuerte”, se dijo, “no debo dejarme vencer, voy a resistir, sé que puedo”. Respiró hondo, lo que le costó un poco a causa del dolor en el pecho, se arregló un poco su cabello castaño, y caminó hacia la puerta. Abrió y descubrió una precaria cocina, tan descuidada como el cuarto en que había despertado. Había un viejo horno a leña, y una apolillada mesa de madera, sobre la cual había un par de cuencos de barro, algo sucios. En la pared había otra pequeña ventana por la cual se podía ver las olas acariciando la dorada arena de la playa. En esa habitación el olor a pescado era mucho más fuerte, y a Josefina le dieron náuseas. Trató de calmarse, y salió afuera por otra puerta.

Al salir al exterior de la casa, el aire del mar le llenó los pulmones. El olor a pescado parecía estar por todas partes en aquél lugar. Una brisa fresca llegaba con las olas a la costa y sacudía las hojas de los pocos árboles que había en los alrededores. Josefina hundió sus pies descalzos en la dorada arena y sintió un calor que subía por sus piernas y la embargaba, entibiando su joven cuerpo. Su padre estaba sentado en la arena, mirando el mar. El hombre, pescador de profesión (según vagamente recordaba Josefina), tenía la piel curtida por el sol y el salitre del mar, y su cuerpo estaba lleno de viejas cicatrices. El poco cabello que le quedaba sobre la cabeza era entrecano, y tenía una barba de varias semanas. Vestía una camisa blanca, pantalones negros y botas de cuero. Sus ojos negros escudriñaban la inmensa masa de agua que se extendía hasta el horizonte y más allá, como si buscara afanosa y esperanzadamente alguna señal que le indicara que su mujer seguía con vida, esperando que él la rescatara, en medio del mar.

Josefina caminó por la arena, que comenzaba a calentarse, y se sentó junto a su padre a mirar el océano. No podía creer lo que ocurría. Rezaba en silencio para que lo que su padre le decía fuera mentira. Jamás deseó con tanta intensidad que le mintieran. Pero en el fondo sabía que su padre era una persona honesta y nunca mentía. Sentía un vacío que le oprimía el pecho. Quería llorar, pero no podía, las lágrimas no le salían. Entonces decidió resignarse, era lo que Dios quería para su familia y había que aceptarlo. Además, ahora estaban con su creador, y seguramente estaban mejor.

_ ¿De quién es esta casa, padre? _preguntó Josefina, sin dejar de mirar las olas que llegaban a la orilla y luego se alejaban de nuevo hacia mar adentro arrastrando consigo arena y algunas caracolas.

_Ya te lo dije, de un pescador que nos encontró inconscientes en la playa y nos llevó a su hogar.

_ ¿Y dónde está ese hombre?

_Salió temprano a pescar en su bote. Me dijo que volvería esta noche. Nos ha permitido quedarnos en su casa hasta que encontremos un lugar para vivir.

Josefina volteó la cabeza y miró la casa del pescador, era un viejo rancho algo destartalado, y más grande de lo que parecía en su interior. Tal vez en otros tiempos hubiese soportado fuertes sudestadas, pero no ahora. Las paredes de madera y barro estaban bastante deterioradas por el sol, la arena y el agua salada. Detrás de la casa había un pequeño grupo de palmeras, y más allá se veía un bosque.

La muchacha volvió su mirada al mar, y suspiró. Toda su vida se había vuelto de cabeza en tan poco tiempo, estaba muy confundida e ignoraba qué sería de su padre y de ella. Habían perdido lo poco que tenían en el naufragio, incluidas su madre y sus dos hermanas. Las lágrimas corrieron por sus mejillas. Su padre le pasó un brazo por detrás de los hombros y la abrazó con fuerza. Ambos estaban destruidos, pero no era el mejor momento para llorar, ahora estaban en un lugar desconocido para ellos, el Nuevo Mundo, así que debían ser fuertes y encontrar una manera de subsistir. Francisco se puso de pie, y le dijo a su hija:

_Deberíamos recorrer el lugar, dicen que el Nuevo Mundo es un lugar peligroso, y a la vez un lugar lleno de oportunidades. No dejaremos que la muerte de tu madre y tus hermanas sea en vano, ellas desearían que pudiéramos establecernos y tener nuestro propio hogar.

Josefina estaba bloqueada, ya no sabía qué hacer, ni qué sentir. Era como nacer de nuevo, en un lugar desconocido y sin más familia que su padre. Pero era una española fuerte, y no iba a rendirse así como así. Habían cruzado el mar con la idea de establecerse y comenzar una nueva vida, y su madre y sus hermanas habían muerto por ese deseo. Ella no iba a dejar que su muerte fuera en vano. Se levantó del suelo y con la mirada firme contestó:

_Concuerdo contigo, padre. Recorramos el lugar.

Ambos comenzaron a caminar por la arena, aún angustiados, pero dispuestos a descubrir qué les depararía el misterioso y fascinante Nuevo Mundo.

Piratas, fantasmas y sirenas. (Josefina Moliner #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora