6 - Después de la tormenta.

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Francisco murió. Murió de disentería, una enfermedad común en los marineros. Josefina quedó destrozada. Su vida se apagó, ya no volvió a sonreír. Ni siquiera cuando, un mes después del fallecimiento de su padre, contrajo matrimonio con Miguel, obedeciendo el último deseo de su padre. Lo hizo sólo por eso, porque nunca jamás había desobedecido a su padre, y no iba a hacerlo ni siquiera después de su muerte. En cuanto a Miguel, Josefina le guardaba cierto rencor, ya que luego de la muerte de su padre, se enteró de que Miguel sabía qué enfermedad padecía, pero Francisco le prohibió decírselo a su hija. No lo perdonó por haber hecho eso, pero nunca se lo dijo.

Ahora habían pasado unos años desde el fallecimiento de Francisco. La vida de Josefina se había vuelto un caos. Su alegría se esfumó, su propia vida pareció apagarse. Su relación con Miguel iba de mal en peor. Nunca le prestó mucha atención a su esposo, como mostrándole que se había casado con él solo por obligación. Habían optado por no tener hijos hasta que pudieran subir su posición económica, aunque en realidad eso lo había decidido Miguel, ya que Josefina casi nunca lo escuchaba. El hombre también parecía haberse apagado, contagiado de la tristeza y la melancolía de su esposa. Ya casi no hacían el amor, porque era como intentar hacerlo con una persona muerta, sin alma. Los dos se habían agriado, se habían transformado en personas amargadas, tristes, apagadas, sin vida. Pero las cosas no seguirían así por mucho tiempo, ya que la vida de Josefina daría un vuelco otra vez.

Al principio no le dio la más mínima importancia, pero luego de unos días comenzó a sentir curiosidad. Se trataba de una familia española que había llegado a Portobelo hacía poco tiempo, y habían construido una casa, no muy lejos de la de Miguel. En realidad lo que le daba curiosidad a Josefina no era la familia en sí, sino más bien un miembro de ella, el hijo. Al parecer se llamaba Felipe, y era hermoso. Era alto, de espalda ancha, de cabello castaño rojizo corto y aparentaba tener no más de diecinueve años. Eso era lo único que había podido averiguar en un paseo que dio, bastante cerca de la casa.

Aquella mañana estaba sentada a la sombra de un frondoso roble leyendo un viejo libro de poesía que había comprado en la ciudad. Aquél era su lugar preferido. Era en medio de un bosque, en un claro donde se hallaba aquél enorme árbol. Allí, rodeada por los árboles, Josefina se sentía segura, protegida, como si estuviera en compañía de sus padres y sus hermanas. Era el único lugar en el que no se preocupaba por tener su espada cerca en todo momento. Josefina estaba leyendo, cuando oyó pasos que se acercaban entre los árboles. De pronto, ante su sorpresa, apareció aquél hermoso muchacho. Cuando se miraron a los ojos, los dos quedaron paralizados, sin poder decir nada. Al cabo de unos segundos, el muchacho atinó a decir:

_Buenos días, perdón por interrumpir su lectura, señora.

_No, no te preocupes.

_Es usted la esposa del pescador que vive cerca de la playa, ¿no es así?

_Sí, soy... soy su esposa. Mi nombre es Josefina.

_Oh, yo me llamo Felipe, un placer conocerla señora.

_Por favor, puedes llamarme Josefina. Tú vives en la casa que construyeron hace poco, cerca de la mía, ¿cierto?

_Si, es verdad, vivo con mis padres.

_ Sí, me ha parecido verte por allí.

Ambos quedaron en silencio, no sabían qué decir, querían continuar la conversación, pero ninguno podía emitir palabra.

_Bueno, creo que seguiré camino, fue un placer conocerte, Josefina.

_El placer fue mío, Felipe.

Volvieron a quedar los dos en silencio, como si quisieran que sucediera algo que les impidiera separarse, pero nada sucedió, así que Felipe comenzó a caminar, alejándose de allí y volviendo a mirar atrás varias veces, hasta que josefina se perdió de su vista.

La muchacha no pudo sacar a Felipe de su cabeza por varios días. Cuando Miguel no estaba, salía a dar paseos con el objetivo de verlo en su casa, ayudando a su padre a cortar leña, o a veces lo veía de lejos en la ciudad. No le contó a su esposo que había conocido al muchacho.

Por su parte, Felipe tampoco podía dejar de pensar en Josefina, pero creía que era imposible que sucediera algo entre ellos dos, ya que ella era una mujer casada. De todos modos, sus ratos libres comenzó a ocuparlos en espiar secretamente a aquella hermosa mujer. Algunas veces la siguió hasta el árbol en el claro del bosque y, simulando un encuentro casual, se detenía a conversar con ella. Así, entre espionajes secretos por parte de los dos y encuentros “casuales” en el bosque, donde nadie los veía juntos, en no más de un mes, ambos se hicieron amigos.

Josefina, en una tarde en que se encontraban en el bosque juntos conversando, se dio cuenta de que desde que había conocido a Felipe, la sonrisa había vuelto a sus jóvenes labios, la alegría la poseía nuevamente, era como si hubiera rejuvenecido. Como si hubiera pasado de ser una anciana amargada y melancólica, a una jovencita de dieciocho años. Luego de la muerte de su padre, la tristeza y la desesperación, junto con el infeliz matrimonio por conveniencia, habían transformado a Josefina de la joven y bella muchacha de veinte años que era, en una mujer madura y con responsabilidades, sin alegría ni amor. Ahora se sentía joven y viva de nuevo, capaz de amar y de vivir todo lo que se había perdido. Miguel casi ni notó el cambio en su mujer ya que pasaba poco tiempo en la casa junto a ella.

Ahora los días volvían a llenarse de vida y alegría para Josefina. Sin saberlo, cada momento que pasaban juntos, acercaba cada vez más lo que cambiaría sus vidas de una vez, y para siempre.

Dos capítulos nuevos! Tenía pensado actualizar antes esta historia y también Cartas del Fin del Mundo, pero me fue imposible hacerlo hasta ahora. Así que espero les gusten estos capítulos y otra vez muchas gracias por leer, votar y comentar. Nos vemos pronto! :)

Piratas, fantasmas y sirenas. (Josefina Moliner #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora