18 - Sangre y desesperación.

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El María Eugenia viajaba hacia el sur, hacía ya cinco días que seguían ese rumbo, se hallaban ya muy cerca de encontrar la isla de la sirena, todos estaban impacientes y ansiosos. Su última noche de vida, Edmundo Viñas la pasó jugando con los marinos a las cartas, haciendo chistes, bebiendo alcohol y disfrutando de la música que tocaba Josefina con el violín. La muchacha parecía no poder despegarse de aquél instrumento, lo llevaba consigo todo el tiempo. Por esta razón, algo ebrio, Edmundo decidió regalárselo, alegando que ya tendría tiempo de robar otro.

Nadie vio la nave que se acercaba velozmente hacia el María Eugenia. Toda la tripulación estaba feliz y despreocupada, por lo que cuando se dieron cuenta, el otro barco pirata ya estaba demasiado cerca, no había escapatoria.

_ ¡Todos a las armas!_ gritó sorprendido Edmundo. La nave enemiga se había acercado con las luces apagadas, para tomarlos por sorpresa.

_ ¡Al abordaje! _gritó alguien desde el otro navío.

De pronto, los piratas enemigos comenzaron a aparecer de la nada, blandiendo sus espadas, pistolas y mosquetes. Josefina dejó el violín en el suelo y desenvainó su espada. En la cubierta, los marinos corrían de aquí para allá, agitando sus espadas en el aire y disparando sus armas, provocando un gran caos. Josefina se dispuso a ayudar a los piratas de Edmundo, atravesando con su espada a todo desconocido que se le acercaba. Algunos parecían sorprendidos de encontrar a una mujer a bordo de un navío pirata, pero no desistían de sus deseos de acabar con ella, así que chocaban espadas con la muchacha, quien sorpresivamente para ellos, sabía defenderse bastante bien. Josefina notó que todos ellos eran hombres bastante jóvenes, algunos no superarían los veinte años. De todos modos acabó con cuanto pirata decidió enfrentarse a ella. De pronto vio que junto a la puerta del camarote, Edmundo se batía contra dos piratas armados con espadas. Rápidamente, tomó de la mano inerte de uno de los marinos caídos sobre la cubierta un trabuco, y por primera vez en su vida disparó un arma de fuego, haciendo caer a unos de los piratas que luchaban contra Edmundo. Lamentablemente, esa acción no alcanzó para salvarlo. El pirata que aún luchaba le enterró la espada a Edmundo en el estómago, haciéndolo caer de espaldas. Josefina, desesperada, se abrió paso entre los marinos que aún luchaban hasta llegar a donde estaba Edmundo, y con un rápido movimiento atravesó al pirata por la espalda, haciéndolo caer también. La muchacha se arrodilló junto a Edmundo, quien aún se aferraba a la vida, y comenzó a sollozar, viendo la camisa blanca empapada en sangre. Casi enseguida, los piratas de Edmundo acabaron con los enemigos que quedaban en pie, y se acercaron para ver a su capitán, tendido en la cubierta de su barco. Éste miró, a un costado, la cara del pirata que lo había atacado, ahora sin vida.

_Míralo, míralos a todos_ dijo jadeando_ Son solo unos niños, no saben lo que es ser un pirata, no deberían haber intentado eso. Son unos tontos.

_No te preocupes, vas a estar bien. Y si por si acaso te ocurre algo, yo voy a revivirte a ti también cuando hallemos a la sirena. Todo estará bien.

_No, eso no. Te lo prohíbo. Yo ya tuve una buena vida en el mar, y si este es mi momento de morir, que así sea, ahora podré descansar. Solo te pediré dos cosas. La primera, es que quiero que tú capitanees el María Eugenia desde ahora, o por lo menos hasta que halles a la sirena y regreses a Portobelo o a donde quieras ir con tu familia, y por supuesto, con Felipe.

Josefina se sorprendió, no se esperaba algo así, nunca había sido capitán de un barco, y no sabría cómo hacerlo, pero luego de todo lo que Edmundo hizo por ella, si ese era su deseo, ella iba a complacerlo de buena gana.

_Muy bien, como tú desees. ¿Y la segunda?

_Lo segundo que quiero pedirte mi niña, es que toques el violín para mí por última vez esta noche, para que yo pueda irme feliz.

Automáticamente y sin que nadie se lo pidiera, uno de los marinos, un español bastante joven, corrió hasta donde Josefina había dejado el violín y se lo trajo para que tocara.

_Gracias _dijo Josefina incorporándose y tomando el instrumento.

_ ¡Ah! Y también saluda a tu padre de mi parte_ dijo el capitán, sabiendo que aquellas serían sus últimas palabras en este mundo.

_Puedes estar seguro de que lo haré.

Las melodías comenzaron a inundar la cubierta del barco, una tras otra sin cesar, incluso mucho rato después de que todos se hubieran dado cuenta de que Edmundo Viñas, capitán del María Eugenia, ya había abandonado el mundo de los vivos para siempre.

Piratas, fantasmas y sirenas. (Josefina Moliner #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora