20 - 26 de abril de 1569

110 12 2
                                    

Ayer llegamos por fin a la isla de la sirena. Desembarcamos al anochecer, por lo que decidí levantar un campamento en la playa para poder recorrer la isla esta mañana, en busca del lago del que me habló Bernardo, mi bisabuelo. Comenzamos la búsqueda temprano en la mañana. Recorrimos la isla de arriba abajo, de  izquierda a derecha, y no hallamos ningún rastro de la existencia de un lago. Nos dividimos en varios grupos para cubrir un mayor terreno. No había nada, ni siquiera un charco de agua.

En el centro de la isla se erigía un cerro no muy alto, que estaba rodeado por un denso bosque. En los altos árboles no se veían muchos animales, algunas serpientes, pequeños roedores y vistosas aves de plumaje multicolor. Los marinos comenzaron a impacientarse luego de recorrer la isla dos veces seguidas, en busca de aquel misterioso lago que, al parecer, no existía. La desesperanza invadió a los piratas, pero yo no iba a darme por vencida, estaba decidida a encontrar la sirena y poder vengar la muerte de mi familia. Ordené a los marinos que se quedaran en el campamento, y elegí a dos de ellos para que me acompañaran a subir el cerro, para poder ver mejor la isla.

Nos internamos los tres en el bosque y avanzamos sin vacilar, hasta llegar a la base del cerro. Allí comenzamos el ascenso. Ya que el cerro no era muy alto y sus laderas no eran escarpadas, subir no nos costó mucho trabajo. Poco más de media hora después de haber salido del campamento, llegamos cerca de la cumbre del cerro. Desde allí podíamos ver bien toda la isla, por lo que decidimos no continuar la ascensión. Observamos con atención cada rincón de aquella solitaria isla, escudriñando entre las copas de los árboles en busca del lago. Miramos hacia todas las direcciones, pero no hallamos nada. Volvimos a examinar cuidadosamente el lugar, pero obtuvimos iguales resultados. Me sentí decepcionada, fracasada, desilusionada, incluso me dieron ganas de llorar. Todo el trabajo que habíamos pasado, el tiempo dedicado, todo había sido en vano. Incluso también la muerte de Edmundo, y de los demás marinos que habían perecido en la lucha con los otros piratas, eso también había sido en vano. Todo era una tonta leyenda, un cuento de piratas.

Descendimos en silencio, decepcionados. Cada paso que dábamos era un paso hacia atrás, regresando hacia donde comenzamos. De pronto, cuando culminamos el descenso, desde el sur comenzó a soplar un viento frío. Miré al cielo, nubes negras se acercaban a la isla velozmente, esa noche habría tormenta. Misteriosa y sorpresivamente, el viento sopló más fuerte, y trajo a mis oídos un sonido no muy lejano. Más bien era un conjunto de sonidos, una melodía. Ordené a los piratas que se detuvieran y oyeran con atención. Otra vez el viento nos llevó el sonido de una melodía. Esta vez lo oímos los tres. Nos miramos extrañados, y comenzamos a caminar en la dirección de donde provenía el sonido. Anduvimos varios minutos, hasta que llegamos a una zona de la base del cerro donde la ladera rocosa era bastante empinada. Allí el sonido parecía ser más fuerte, pero no veíamos nada que pudiera estar produciéndolo. Parecía venir del cerro, de su interior.

_El cerro está cantando_ dijo nervioso uno de los piratas, que es un hombre bastante supersticioso_. Debe ser un mal presagio, vayámonos de esta isla.

_No_ dije_. No está cantando, esa melodía viene de su interior.

_ ¿Pero, por dónde sale?_ preguntó el otro pirata, que era el mismo que la noche de la muerte de Edmundo me había alcanzado el violín para que tocase. Su nombre es Jesús.

Me acerqué a la pared de roca, y comencé a deslizar mi mano por su superficie. Ésta estaba cubierta de enredaderas y pequeños arbustos. De pronto mi mano descubrió algo. Había, en una zona de la roca, una especia de abertura, una entrada, totalmente oculta por las enredaderas. Desenvainé mi espada, la que me había dado Edmundo, y comencé a cortar y quitar la maleza que obstruía aquella "puerta". Jesús me ayudó, y en unos minutos la entrada estuvo despejada. Era un simple agujero en la pared de piedra, un túnel que se internaba en las profundidades del cerro. La música comenzó a oírse mejor, el sonido llegaba a nosotros por el túnel. Pude reconocer que el sonido era producido por una flauta. Era una bella y antigua melodía repetida mil veces antes, que hablaba del tiempo, la soledad, la melancolía, la amargura, y el amor. Mis instrucciones para Jesús fueron muy claras.

_Regresa rápido al campamento, que vengan todos con antorchas. La encontramos.

Piratas, fantasmas y sirenas. (Josefina Moliner #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora