4 - Mañana roja.

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Josefina se acostumbró rápidamente a su nueva vida. Todavía le dolía mucho la pérdida de su madre y sus hermanas, pero lograba mantener el sufrimiento a raya, no permitía que la dominara la desesperación. Se sentía mucho más segura desde que su padre le dio aquella vieja espada para defenderse de cualquier peligro mientras él y Miguel estaban en altamar. Se pasaba las horas caminando por la playa y recorriendo los alrededores, siempre llevando consigo la espada. Había aprendido a manejar bastante bien aquella arma, y se sentía más confiada.

La relación con Miguel no era del todo buena. Josefina lo consideraba un ser desinteresado y arrogante, pero mantenían conversaciones ocasionalmente, en las que casi siempre Josefina se enfurecía y se retiraba sin decir nada. En la casa, que era bastante pequeña como para tres personas, los dormitorios eran dos: uno para Miguel y otro para Josefina y su padre. Ella dormía en la cama, y los dos hombres en unos viejos catres que tenía Miguel. La muchacha casi no echaba de menos su antiguo y confortable hogar en España, ya que apenas recordaba cómo era.

Una mañana, Josefina estaba sentada en la playa, jugando distraídamente con la fina arena dorada. Vestía una camisa blanca, pantalones marrones y unos andrajosos zapatos de cuero, las únicas prendas que había podido comprar desde que llegaron a Portobelo. De repente, a lo lejos vio aparecer dos figuras humanas, que caminaban algo tambaleantes por la playa. Esto la sorprendió, ya que era raro que pasara gente por allí. Miró hacia un lado, para asegurarse de que su espada estaba allí, al alcance de su mano, preparada para ser usada en caso de ser necesario. Las dos figuras caminaban en dirección a ella, y ahora se podía distinguir que eran dos hombres, uno de los cuales llevaba una botella en su mano, lo que indicaba, junto con la forma en que caminaban, que ambos estaban ebrios.

Los dos hombres siguieron caminando hacia Josefina. La muchacha se puso nerviosa, pero no se movió ni un centímetro. Cuando estaban casi a quince metros de ella, uno de los hombres dijo:

_ ¿Pero qué tenemos aquí? ¿Una dama perdida?

El otro, riendo, dijo a su vez:

_Parece que necesita de dos valientes hombres que la protejan de los peligros del Nuevo Mundo, ¿no es así dulzura?

Josefina no dijo nada, se quedó mirándolos fijo, algo asustada, pero confiada en que su espada seguía allí, a su lado.

_Vamos, no seas tímida, verás que al final te gustará, a todas les gusta_ dijo el que había hablado primero.

_Ven, lo vas a disfrutar tanto como nosotros_ añadió el otro, acercándose más a Josefina.

La muchacha se puso de pie rápidamente con espada en mano.

_ ¡Huyan de aquí, cerdos! No quiero ensuciar mis ropas con su sangre_ Josefina no sabía lo que decía, las palabras le salían de la boca por sí solas.

Los dos hombres se echaron a reír:

_ ¡Cuidado! ¡Cuidado! Huyamos para salvar nuestros pellejos, va a despedazarnos con su espada_ dijo uno entre risas.

_Vamos, damita, no te hagas la difícil, sabes que deseas estar entre nuestros brazos_ dijo el otro.

_ ¡Atrás! Les he ordenado que se vayan, ahora mismo. O me veré obligada a empalarlos como los cerdos que son_ Josefina estaba enfurecida, escupía las palabras con asco y temor. Los dos hombres se impacientaron, y furiosos, sacaron dos puñales brillantes.

_ ¡Es tu última oportunidad, perra! Baja esa espada y ven con nosotros, no hagas estupideces. Después de todo, aún podremos satisfacernos contigo luego de que estés muerta.

Josefina no pensó. Se abalanzó sobre los dos hombres blandiendo su espada y profiriendo un grito salvaje que resonó por los alrededores. Los rufianes se sorprendieron por la reacción de la española, y apenas tuvieron tiempo de blandir sus puñales, de tan impactados y ebrios que estaban. En apenas unos segundos, Josefina acabó con ellos. Sus cuerpos pesados cayeron con un ruido sordo al suelo, manchando de sangre la arena.

La muchacha se impresionó por lo que acababa de hacer. Había matado a dos personas, y sentía que algo había cambiado en su interior, como si un viejo instinto arraigado en su sangre hubiera salido a la luz, como si fuera otra persona, una persona más fría, libre y salvaje, una peligrosa y silenciosa sombra que invadía su ser.

Josefina se quedó varias horas sentada en la arena, contemplando pensativa los cuerpos sin vida de los dos rufianes. Todavía no podía creer que ella hubiera asesinado a dos personas. Se sentía confundida y algo sorprendida, pero en el fondo, sabía que se había sentido muy bien al acabar con aquellos dos hombres. Había sentido una especie de calor que subía desde su mano por su brazo, inundando completamente su cuerpo de una extraña y a la vez satisfactoria sensación. No es que hubiera sentido placer al matarlos, no era tan sanguinaria, pero sentía que había hecho lo correcto al asesinar a aquellos dos seres despreciables.

A la tarde, cuando regresaron Francisco y Miguel, se asustaron al descubrir dos cuerpos sin vida y a esas alturas llenos de moscas, tirados sobre la arena.

_Hija, ¿te encuentras bien? ¿Qué fue lo que ocurrió aquí, por Dios y la Virgen?

_No pasa nada, padre, estoy bien. Esos eran dos rufianes que vinieron a molestar, pero ya no lo harán más.

_Pero, no lo comprendo, ¿qué les sucedió? Acaso tu...

_Si, fui yo. Los maté. Con mi espada_ dijo tranquilamente Josefina.

_Oh, hija. No esperaba que tuvieras que pasar por esto_ dijo apenado Francisco abrazando a su hija.

_No te preocupes padre, no me han hecho nada, no les he dado tiempo. Fui mucho más rápida que ellos. Además, solo tenían dos pequeños puñales, y estaban ebrios.

_Si, tal vez sí. Pero no siempre es así.

_ ¿A qué te refieres?

_Me refiero a que no siempre están ebrios, no siempre traen solo dos pequeños puñales. Hay personas mucho peores que ellos dos en este mundo, Josefina. Personas a las que no les importa cuánta gente debe morir para conseguir lo que desean, personas diestras en el manejo de la espada, y de muchas otras armas, que acabarían contigo en un abrir y cerrar de ojos. No es mi intención asustarte, hija. Pero debes comprender que no siempre es bueno confiarse en lo que uno sabe, cuando eso que sabes es muy poco. Yo te enseñé lo básico para blandir una espada, pero te enseñaré mucho más, para que estés preparada contra cualquier cosa que pueda sucederte. El Nuevo Mundo es más peligroso de lo que imaginaba.

Bueno aquí están los primeros cuatro capítulos de la historia. Espero les guste!! Y como siempre, no olviden votar y comentar! :) Saludos!

Piratas, fantasmas y sirenas. (Josefina Moliner #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora