Capítulo 22

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Quiero dedicar este capítulo a modo de premio consuelo a JoyMerriver

Y voy a hacer una mención especial por los lindos comentarios de apoyo a:
FatyParedesGarrix

f2l4oh6h4ne8

HerbstBlume

Y por qué no a la persona que quiso regalarme a su gato a cambio de un capítulo :,-)

Por cierto, este fic llegó a la semifinal del concurso EditorialVersalles, quien sabe, tal vez lleguemos a más, pero semifinal ya es decir bastante, así que feliz.

Disclaimer:
Las obras de Harry Potter ni sus personajes me pertenecen, son propiedad de J.K. Rowling. Sólo es de mi autoría la trama de esta historia y no autorizo su publicación, entera o parcial, en otro sitio sin mi consentimiento.
Christian McKinley y Elisa Eldestein son personajes de mi propiedad.

Capítulo 22.

Se mojó la cara con ambas manos, y el flequillo rubio cayó sobre su frente al erguir la postura. El espejo le devolvió un reflejo de semblante serio, y su mano se apretó contra el mármol del lavabo. Alguna vez, hace no mucho tiempo, su reflejo había mostrado una imagen ciertamente mucho peor, embargada por el miedo, la responsabilidad, el sufrimiento, la obscuridad y las noches sin dormir. Pero hoy, en su interior sólo había molestia, una profunda decepción y un orgullo herido. La charla que había tenido con Lovegood había sido clara, sus motivos para querer lejos a McKinley más que específicos, así como su solicitud de que, explicítando sus razones, no se paseara con él delante de todo el mundo, exactamente como lo había hecho esa noche, poniéndolo a él en vergüenza porque era claro para todo el mundo cuáles eran las verdaderas intenciones de ese remedo de mago. Su ceño se ajustó y respiró profundo, tenía que sosegarse para no perder los estribos, la compostura y la elegancia. No podía darse el lujo de cometer un error cuando todos estaban esperando a que lo hiciera, probablemente para pedir un boleto sin retorno que lo llevara a Azkaban, aunque sólo fuera por discutir con Luna o hechizar levemente a McKinley.

Si no fuera por ese contrato absurdo, él no se habría metido en ese problema. Habría pasado sin ver, sin hadas, ni duendes, sin Lunáticas ni siestas, sin besos ni manos entrelazadas. No se habría acostumbrado a no tener pesadillas ni a ser visto sin ser juzgado por dos enormes ojos azules. Habría seguido con su vida taciturna y aristocrática, culpándose en sus ratos libres por no haber tenido el valor suficiente durante la guerra. Y no tendría que estar preocupado por un estúpido ravenclaw metiéndose en sus asuntos, ni por el qué dirán los demás al ver a su prometida siendo cortejada en sus narices por otro.

Se acomodó el cabello con los dedos bruscamente y se aflojó la corbata, metió la mano en la bolsa de su pantalón y el reloj de bolsillo con elegantes grabados le informó la hora. Faltaba poco para que iniciaran las rondas.
...

Esperó en silencio en su lugar, después de todo había aprendido a escabullirse en las noches y a pasar desapercibido la mayor parte de las veces cuando aquella terrible misión le había sido encomendada. Estaba sentado en uno de los corredores cercanos al baño de prefectos del quinto piso, oculto de la vista, pensando, y esperando. Él también era prefecto, pasarían por allí, lo sabía, pues era un deber revisar los lugares más comunes para las escapadas nocturnas de estudiantes traviesos o enamorados, y también las inmediaciones cercanas a la sala común a la casa pertinente de cada prefecto.
No estaba seguro de lo que iba a hacer o a decir, o si realmente pensaba hacer algo, pero en la soledad de su escondite su rostro se permitió mostrar un ceño fruncido, y un gesto sombrío y cansado. Tal vez sólo buscaba eso, enojarse a su antojo, no ocultar su decaimiento y frustración gracias a la privacidad que le ofrecía ese rincón. Cerró los ojos y respiró hondo.

Recordó los días en que era un niño y sus mayores preocupaciones eran presumir, tratar de estar a la altura a los ojos de su padre -deseando que se sintiera orgulloso de él- competir con San Potter y molestar a otros estudiantes. Esos días no sólo habían quedado atrás, sino que parecían absurdos en comparación con otros más oscuros que llegaron después, cuando lo que habían sido sólo bromas y el modo de un niño para llamar la atención, se volvieron peligrosos ideales macabros que le llevaron a ver, a hacer, cosas terribles.
Se miró las manos, las mismas que podían sentir la magia a su alrededor cuando se concentraba, las mismas que podían hacer daño. Ahora un objeto brillaba en su anular como una nueva responsabilidad más que se sumaba al anillo familiar. Incluso si hubiera sido con Astoria, la realidad era que se sentía muy joven para casarse, que el hecho le molestaba por la simple razón de que de nuevo, no podía elegir. Con Astoria sabía qué esperar, con Lovegood... Tal vez estaba vengándose de él de esa forma, al hacerlo quedar delante del colegio como a un idiota al que su novia puede ridiculizar cortejando a otro abiertamente. Después de todo no sería extraño, la chica había estado prisionera en su propio sótano, había sido secuestrada y torturada, su demente tía había disfrutado de practicar la maldición cruciatus en ella, y él, impotente, cobarde como siempre, había permanecido como un observador de ojos muertos, aterrorizado de sufrir la misma suerte.
La cara de Draco se deformó en una expresión de asco que por primera vez no tenía nada que ver con los demás sino con él mismo, y la manga de su túnica arrastró la incipiente húmedad que perló sus ojos plateados. El siseo de la serpiente aún se filtraba en su mente sin necesidad de estar dormido para tener pesadillas.

Unos pasos se oyeron entonces en el corredor y el pasado se diluyó en el presente. Se puso de pie, oculto por las sombras, alerta, las voces lentamente se hicieron más claras y pudo reconocer la voz de ensueño de ella. La charla divagaba sobre el ensayo de Historia de la magia y la teoría de conspiración de los duendes en Gringgots. Draco respiró hondo, y contuvo el aliento cuando la risa masculina se hizo eco demostrando cómo se entretenía con los relatos de ella. McKinley dijo algo que no pudo escuchar y que se perdió entre los recovecos del castillo. Un hechizo no verbal con la varita en mano y Malfoy aumentó su capacidad auditiva sin querer cuestionarse si estar haciendo eso era o no lo correcto.
Doblaban el corredor, lo supo por los pequeños saltos que atribuyó a ella, estaban tan cerca...

—Luna —la voz de McKinley sonó profunda y estiró la mano para alcanzar la de ella, que iba saltando por delante—.

Draco se pegó a la pared, la escena se había detenido frente a él y sólo dos pequeños lumus iluminaban un poco el pasillo. Pudo ver los cabellos largos de Luna ondear al girarse, la pregunta a punto de ser emitida en su boca, así como pudo ver a McKinley atraerla hacia él y plantar un beso en sus labios. El tiempo pareció congelarse en sus ojos plateados y estirar el instante una eternidad. Las manos de Luna se alzaron rápidamente hacia el pecho de McKinley para apartarlo, pero en ese instante algo más rápido que unas manos, más grande que ellos, causó una corriente ardiente de electricidad en la mano izquierda de Draco Malfoy, que dejó caer accidentalmente su varita. Sorprendido y expuesto, se apresuró a recogerla justo a tiempo para que McKinley se apartara de ella e iluminara esa sección del corredor.
La figura del rubio en toda su altura parecía petrea, su gesto incognoscible, y entre los dedos de la mano derecha la varita se ceñía elegantemente. Luna abrió sus grandes ojos de par en par y su boca al mismo tiempo como si su inteligencia Ravenclaw le hubiera hecho comprender en un sólo segundo la gravedad del asunto y lo mal que podía interpretarse todo aquello. McKinley, en cambio, sonrió, pues sin proponérselo quizá había dado la estocada final a la relación que según su punto de vista, nunca debió ser. Sin embargo su sonrisa no duró mucho, pues en cuanto Luna pronunció el nombre del Slytherin, las cosas se precipitaron sin que Malfoy mostrará emoción alguna o dijera una sola palabra, y con un hechizo no pronunciado, el castaño voló hacia la pared de en frente para abrir camino a los pasos calmados de Draco Malfoy, quien decididamente ignoró el llamado de Luna, y retiró su mano de la de ella, que buscó detenerlo, de forma tajante para seguir su camino por el corredor y perderse en los oscuros pasillos.

El Dragón y la Luna.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora