Capítulo 12.

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Disclaimer:

Las obras de Harry Potter ni sus personajes me pertenecen, son propiedad de J.K. Rowling. Sólo es de mi autoría la trama de esta historia y no autorizo su publicación, entera o parcial, en otro sitio sin mi consentimiento.
Christian McKinley y Elisa Eldestein son personajes de mi propiedad.

Este capítulo va dedicado a mis fieles lectoras/res y a todos aquellos que se molestaron en dejar sus reviews, follows y favoritos aquí.

Capítulo 12:

Después de haber pasado la tarde riñendo a Luna y luego acostado sobre su regazo como un despojo humano inmerecido de piedad mientras ella le acariciaba ausente el cabello, había vuelto a su sala común arrastrando los pies para cuando ya caía la noche. Se sentía como una serpiente arrastrándose a su agujero.

Habían caminado juntos de regreso al castillo en un total silencio. La había acompañado hasta el corredor que llevaba a la Torre de las Águilas y, cuando en un extraño gesto de amabilidad —si, extraño porque él podía ser educado, pero no amable— rompió el silencio para despedirse con un escueto "Hasta luego", ella pareció salir del trance en el que se había sumido durante todo el camino de vuelta, se giró hacia él y levantó el rostro para verlo mejor y le dijo:

—Hasta luego, Draco Malfoy —luego ella le dio la espalda y se alejó—.

Entonces la molestia y la culpa dieron paso a algo muy diferente en él: enojo.

Primero pensó que quién se creía esa Lovegood para hacerlo sentir así, culpable. Si al fin y al cabo él no era culpable de que ella fuera tan estúpidamente inocente. Cualquier idiota hubiera notado las verdaderas intenciones de McKinley, es más, todo el maldito comedor lo había notado.
Pero luego la sensación molesta seguía allí de todos modos al recordar como sus dedos habían dejado marcas en la pálida piel de ella. Eso no volvería a repetirse porque no había sido su intención.
Se reprochó en silencio haber perdido los estribos.
Ni siquiera cuando realizaba su misión suicida para el viborón de Voldemort había perdido del todo su frialdad, pero Luna lo sacaba de sus casillas, amenazando su orgullo públicamente, mirándolo con ojos opacos tras su crueldad.

Se preguntó por qué no podía comportarse como cualquier otra chica normal, si hasta Granger cuando se había enojado con él había recurrido a la violencia. Pero no, la inmaculada San Lunática tenía que mirarlo con ojos de carnero a medio morir e ignorarlo para luego simplemente declararlo cruel.
Ella estaba confundiéndolo, ejerciendo una influencia extraña sobre él con esos ojos inmensos y sus locuras. Lo hacía pensar en cosas raras, y lo hacía sentir como un despojo justo ahora, aunque si lo hubiera pensado buen habría sabido que eso no era culpa de Luna sino suya. Pero no lo pensó bien, y por eso decidió que al amanecer volvería a ser el mismo de siempre. Sí, cruel, y ya no tendría culpa ni contemplaciones por nadie.

Se fue a dormir, no muy seguro de por qué su diálogo interno no lo convencía del todo. Sin embargo esa noche Draco sí tuvo pesadillas.

Luna por su parte se había encaminado cabizbaja a su sala común.

Apenas atravesó la puerta la mirada de Chris se posó en ella, además de algunos pares de ojos femeninos que irradiaban envidia y crueldad.

El chico se paró de un salto del sillón en el que estaba sentado para aproximarse a la Luna.

—¡Hola Luna! Espero no haberte traído problemas hoy, Malfoy no se veía contento y… —no pudo acabar la frase porque cuando Luna alzó la vista hacia él, ya que el muchacho le llevaba al menos una cabeza, McKinley no pudo evitar perderse en los pozos color mar que tenía por ojos. Pero había algo diferente en ellos, no lucían brillantes como en la mañana cuando le había visto sonreír mientras comía las varitas de regaliz que él mismo le había comprado. En la mañana habían brillado tan intensamente y ahora…parecían tan opacos, y aun así eran bellos—.

El Dragón y la Luna.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora