Capítulo 20

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Gracias por todos sus hermosos comentarios (los he leído a todos) y por los votos. Sobre todo por el voto de confianza, por el hecho de que sigan aquí leyendo a pesar del paso del tiempo. Este es mi modo de decir gracias:

Disclaimer:
Las obras de Harry Potter ni sus personajes me pertenecen, son propiedad de J.K. Rowling. Sólo es de mi autoría la trama de esta historia y no autorizo su publicación, entera o parcial, en otro sitio sin mi consentimiento.
Christian McKinley y Elisa Eldestein son personajes de mi propiedad.

Capítulo 20.

No tenía idea de qué le estaba hablando, sin embargo eso no le impedía contestar y mostrar interés, no por nada era un Ravenclaw, capaz de demostrar su inteligencia al sortear la dificultad que podría significarle a cualquiera el no tener ni idea de qué eran las ciruelas dirigibles, o qué tenía que ver una conspiración de duendes con el Wizengamot.
Rió animadamente con el último comentario de ella acerca de como podría comer pudín durante las cuatro comidas del día debido a que nunca le cansaba degustarlo. Sin embargo él era consciente de la repentina disminución del bullicio y de las miradas que estaban atrayendo, provenientes de distintas direcciones. Sonrió ampliamente y con toda naturalidad, mientras Luna seguía explicándole probablemente el complot de los duendes del que él no tenía ni idea. La realidad era que le gustaba cómo la voz de la pequeña rubia sonaba en sus oídos, el contenido de sus palabras le era indistinto y no siempre llegaba a comprender su significado. Tuvo que contener un arrebato de desfachatez que casi le hace voltear la cara para mirar a la mesa de Slytherin, donde estaba seguro que el príncipe venido a menos de esa casa los vigilaba. Le habría encantado ver su expresión transmutada, pero Luna no era tonta, era otra Revenclaw, y si hacía aquello seguramente no iba a agradarle su actitud.

Contrariamente a las suposiciones de McKinley, en la mesa de las serpientes efectivamente dos ojos grises los miraban con insistencia, mas la expresión de su dueño no se había modificado un ápice. El rostro pálido, pétreo, conservaba una expresión mortal de frialdad aprendida con los años, un temple de autocontrol envidiable a pesar de que su mano bajo la mesa apretaba con insistencia la tela de su túnica. Su mirada plateada, como los colores de su casa, emitían sin embargo una dureza que habría podido helar las aguas del Lago Negro, y que a Harry Potter, que prestaba atención en ese momento, le provocó un escalofrío en la espalda. Tal vez Luna sintió un escalofrío similar, porque en ese momento se giró con sus grandes ojos azules bien abiertos, y ampliando una sonrisa elevó la mano para saludar amigablemente en dirección a la mesa de Slytherin.
El ambiente entero pareció congelarse y el tiempo detenerse para los ansiosos expectadores del Gran Comedor, la mayoría de ellos interesados en el asunto por puros cotillas, otros, como el Trío de Oro, por sincera preocupación. Harry Potter intercalaba su mirada entre Luna y Malfoy, listo para ponerse de pie de un salto si era necesario ahuyentar al Slytherin con no tan buenos modales. Ron, comía, para no variar; y Hermione parecía haber dejado de respirar. La única persona que parecía actuar absolutamente normal, al menos en lo que se podía considerar su extraña normalidad, era Luna, que siguió caminando a semi-saltitos hasta la mesa de Ravenclaw por invitación de McKinley, que había propuesto que sería interesante que por una vez cenara en la mesa de su propia casa.

—Están todos muy callados, ¿No crees?

—Debe ser porque hoy la cena está especialmente rica —contestó Chris McKinley a la rubia, sospechando que para él la cena hoy si que estaría sabrosa—.

Inmediatamente, cuando ambos se sentaron uno junto al otro, el cotilleo y los sonidos se restauraron como si alguien hubiera extendido su varita para poner fin a un hechizo de insonorización.

...

—¡¿No vas a hacer nada?! —la voz de Pansy, la única en atreverse a hablar, sonó chillona al emitir su reproche, decepcionada de que su amigo no moviera un dedo cuando ella misma deseaba ir a cantarle unas cuantas verdades a ese Kinley. Un gesto exagerado de labios fruncidos exaltó su berrinche—.

Draco Malfoy simplemente negó con la cabeza suavemente y se encogió de hombros de forma leve, restándole importancia al asunto que en realidad le estaba molestando profundamente.

—Puede hablar con quien quiera y sentarse con quien quiera, no me interesa.

—Pero están hablando de ti, todo el comedor lo está haciendo, incluso esos tres de Gryffindor.

La referencia casi siempre solía ser infalible, usar el viejo enfrentamiento Malfoy-Potter solía ser suficiente motivo para que Draco actuara. Pero está vez algo falló.

—Eso no es nada nuevo, el colegio está lleno de chismosos —empezando por el Director, habría dicho en otras épocas—. ¿Qué quieres? ¿Qué le lance una imperdonable al fanfarrón de Ravenclaw y traiga a Lovegood a rastras hasta aquí delante de todos?

Zabini, Nott y ella parecieron meditarlo por un segundo, la imagen mental no era tan descabellada, después de todo ellos eran Slytherins, ricos, que alguna vez fueron niños mimados, sin embargo supieron que eso podría verse muy muy mal para los ojos ajenos. Pero un Imperio para el tal McKinley no habría estado nada mal. Tal vez había llegado el momento de cambiar de táctica.

—Sé sutil —propuso Nott con algo de incredulidad por su propio consejo—.

—Que no voy a mover un dedo —dijo Draco, ya comenzando a hastiarse de esa charla, así que en un impulso les contestó, como para zanjar el tema:— Si tanto les interesa, ¿Por qué no van ustedes a buscarla?

Había sido sólo un modo de decirles que ya no molestaran, bastante difícil le era de por sí conservar la calma sin que ellos le pincharan. Ya solucionaría después sus asuntos con Lovegood, y por supuesto que con McKinley, lejos de las miradas indiscretas de todo el maldito comedor. Pero su comentario pareció ser el inicio de algo más, de una idea que brilló en los ojos oscuros de Zabini, quien intercambió miradas con Parkinson en una especie de tenebrosa comunicación mental que ni  Nott, ni Draco, llegaron a entender hasta que fue demasiado tarde: los dos Slytherins, flipados seguramente por alguna secuela no documentada de la guerra, se pusieron en pie de golpe y con absoluta seguridad, tal vez influenciados por las absurdas ideas de la Lunática sobre que un estudiante puede sentarse en la mesa de la casa que se le dé la gana, y se encaminaron hacia la mesa de Ravenclaw donde tomaron asiento impunemente, a pesar de las miradas consternadas y de desagrado de muchos Ravenclaws que no se atrevieron a echarlos por temor. Pansy descaradamente se sentó junto a McKinley, y Zabini junto a Luna en una actitud amigable.

—Me preguntaba, Lovegood, ¿Cuándo iremos nuevamente de caza?

El Dragón y la Luna.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora