Capítulo 45 🖤

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Unas horas después de la partida de Eliot...

Hace tiempo que en la mansión Clermont no se recibía a un invitado tan importante, lo suficiente para sacar la vajilla más costosa y delicada de toda la casa. Priscilla al enterarse sintió un mero frío, algo inquietante, ya que no se suponía que se encontrara esa persona con su hija Jissel hasta que no hubiera pasado su mayoría de edad, además que el Rey no le había avisado de esta situación, y, sin embargo, aquí estaba, parado en el salón principal como una hermosa escultura, custodiado por dos caballeros, y observando aburrido los cuadros en las paredes, era el primer príncipe Franz Teodoro Versobia.

—Que impertinencia la mía, hacerlo esperar de esta forma príncipe heredero —Priscilla bajaba por las escaleras levantando la esquina de su vestido, y al llegar al final, se inclina con respeto hacia Franz.

Él la mira desde arriba levantando su mano sutilmente.

—No es necesario disculparse, he venido sin avisar de todos modos Condesa Clermont —su voz era monótona.

Priscilla en respuesta levanta su cabeza y le ofrece sentarse en el living principal de la casa, para que así se sintiera cómodo, sentado en uno de los grandes y mullidos sillones. Varias sirvientas, además del mayordomo principal Emilio, se acercaron ofreciéndole muchas más comodidades. Té para beber, unos bocadillos dulces, o salados, si tenía calor, o frio. Tenían una forma de arreglar lo que sea que lo haga no desear estar allí. La respuesta de Franz ante tanta atención había sido seca pero modesta. No quería ni beber ni comer, solo tener unos minutos a solas con la Condesa. Así que con la cola entre las patas cada persona que se disponía a servirle se esfumó en el acto, cerrando las puertas por detrás. Hasta los caballeros que lo acompañaban se quedaron afuera, custodiando la puerta. Priscilla solo pudo quedarse quieta y en silencio mientras veía a todo el mundo desaparecer, cuando al siguiente segundo se encuentra con los fríos iris avellana del príncipe heredero.

—Quiero ser conciso, y pedirle amablemente que me presente a su hija Jissel.

La condesa se veía confundida y no sabía cuáles serían las palabras correctas.

—¿A mi hija?, no hay problema príncipe, pero como aun es una niña tal vez no le pueda seguir el ritmo a una eminencia como usted.

—Condesa, ya estoy al tanto de lo que nos depara el futuro, mi padre ya me ha encomendado desposar a su hija cuando supere la edad de quince años, lo que pueda, o no pueda hacer la niña, no es relevante —Franz se levanta y gira su cabeza —¿en dónde se encuentra?

—Ah, ah, príncipe... —Priscilla se levanta algo apabullada —entiendo, yo lo guio, solo que quisiera saber si su madre, la Reina Marisela, sabe sobre este encuentro. No quiero ir contra sus deseos, pero ella antes me había dejado muy en claro que...

—No se preocupe por ella —él la interrumpe —soy responsable de mis propias acciones. Ahora, lléveme a ella, será breve...

La condesa tragó saliva y aceptó con esmero. Salieron de la habitación y sus caballeros los siguieron por detrás, pasando por la puerta principal hasta llegar al jardín frontal, en donde siempre pasaban las tardes Jissel y Deva, jugando o tomando una deliciosa merienda. Ya pasaban de las cuatro de la tarde, y el sol había bajado un poco su intensidad. El viento en los cabellos de un opaco rojizo del príncipe se pegaban en sus pestañas, logrando que entrecierre sus parpados con fastidio. Franz no solía salir al aire libre, y le molestaba ver como su pálida piel era invadida por el brillo, ya que estaba acostumbrado a pasar largas horas encerrado en su habitación por su paulatina enfermedad que lo limitaba de muchas maneras. Y si esta parte del mundo le era tan ajena, entonces la cabellera dorada que flameaba con la brisa primaveral de una niña sobre un pastizal verde le era aún más extraño e iluminado. Cuando esa niña se da la vuelta, los cristales azules de sus ojos le despierta curiosidad, ya que esos cristales no eran del todo felices, sino con un vestigio de soledad, como si esperara a alguien y que al mismo tiempo supiera que no lo vería pronto.

LA SOMBRA DEL DESTINODonde viven las historias. Descúbrelo ahora