3: Saskia

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—¿Por primera vez en tu vida puedes entregar el pastel sin rechistar, Saskia? —Escucho a mamá gruñir. Mis ojos siguen fijos en la pantalla del televisor, ignorando poéticamente a mi madre. Los audífonos negros, parecían haber perdido el poder de bloquear su voz, por lo que había encendido la televisión, pero no había nada que captara mi atención.

—El vecino ya tiene una semana, en esa casa. ¿Lo crees realmente oportuno continuar creyendo que es nuevo? —Le doy una rápida mirada, sabiendo de antemano que cedería ante ella, dejándola ganar nuevamente. Aunque claramente ella lo vería como una batalla justa, lo cual era incorrecto—. Además creo que los Collins ya se te adelantaron con la bienvenida. —Añado, tratando de que desista de la idea. Realmente no quería estar frente al vecino. Me ponía extremadamente nerviosa.

—Saskia Amelia Almeric, en este mismo instante vas y entregas este pastel, ¡no puedo llegar tarde! —Su protesta me hace sonar un sonoro bufido, llamando su atención. La dura mirada que me da, indica que no debo rechistar. Cierro la boca, sabiendo que era lo mejor que podía hacer. Me levanto a regañadientes, tirando mi teléfono de mala gana, dándole a entender que no estaba ni un poco emocionada.

La miro entornando la mirada cuando me entrega el pastel. El chocolate cubriendo el mismo hace agua mi boca, pero me obligo a mantener mi expresión enojada.

—Espero encontrar otro cuando regrese. —susurro, dejándola en medio de la sala mientras hago mi camino a la puerta. Sé que ella me ha escuchado cuando suelta una de sus risas sarcásticas.

Estoy tranquila, mi expresión enojada continúa en mi rostro.

Sin embargo, cuando cierro la puerta detrás de mí, un leve temblor se apodera de mis manos. Estaba más allá de nerviosa antes de dar el primer paso lejos de mi puerta, lo que me hacia confundir sobremanera. Se trataba de mi vecino, un hombre mayor, que vive completamente solo. No tenía por qué afectarme.

Pero lo hace.

Mientras cruzo el corto camino que divide nuestras casas, recuerdo el primer encuentro que tuvimos. La incomodidad no había tardado en filtrarse en mi cuerpo. Ese día fui al gimnasio, por lo cual mi ropa era un tanto... descotada. El rubor invade mis mejillas ante el recuerdo de intensos ojos azules observando mis pechos. Ese día, quería huir lo más lejos posible de él.

Antes de cerciorarme, he llegado a la gran puerta café. Mis nudillos se estrellan contra esta, dando unos golpes un tanto irregulares. Es sábado por la mañana, la posibilidad de que no estuviera en casa era de una en un millón. Cuando nadie responde a mis llamados, suelto un suspiro, completamente aliviada.

Mi corazón retoma su ritmo normal.

Con una sonrisa en mi rostro, giro sobre mis talones, lista para regresar a la comodidad de mi casa, justamente sobre un sofá que me esperaba con anhelo. Un ruido detrás de mí llama mi atención, obligándome a frenar de golpe.

—¿Saskia? —Maldigo en mi interior, poniendo mi mejor cara alegre, para luego girar hacia el señor Wyrick.

Él me observa con confusión tatuada en su expresión, y puedo ver como en una fracción de segundo, pasea sus ojos sobre el pastel en mis manos.

Me precipito a subir los escalones, tratando de quedarme frente al moreno. Trago duro, posando mis ojos en su rostro antes de decir: —Uh... mi madre envía el pastel. Es algún ritual de bienvenida que tiene. —Fuerzo una sonrisa, mordiendo el interior de la mejilla, esperando por su respuesta. Su ceño se profundiza, siendo notable en su rostro, y el fugaz pensamiento de que me correrá de su casa se filtra en mi mente, pero en lugar de eso abre la puerta un poco más.

Está invitándome a pasar.

—Wow —Dice, sonriendo abiertamente—. Es la primera vez que me mudo... así que supongo que estoy perdiendo la inocencia de las bienvenidas. Pasa, tal vez podemos comer un pedazo. —¿Qué?

INTRINSIC © |EDITANDO|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora