Capítulo 10.

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Henry lo miró unos segundos, con los labios cubiertos de su espeso semen, antes de tragarlo y lamer sus labios. Lo agarró del brazo, subiéndolo en sus piernas, y se acercó a besarlo. Era tan tentador e imposible de dejar, que había tomado la mejor decisión de su vida al llevarlo con él.

—Estamos por aterrizar—. Afirmó una auxiliar de vuelo. Ray hizo un ademán con la mano, quitándole importancia, y se centró en comerse los labios del lindo omega que le había dado una buena mamada. Sus manos pasaron por la angosta cintura, y bajaron hasta los glúteos, apretándolos.

El chico gimió, enredando sus brazos por los hombros del alfa, y pegándose a este. Se sentía más seguro en cuanto a la sexualidad después de estar con Ray, tomando con tranquilidad los besos, al igual que la lujuria que se había encargado de ocultar.

De repente, sintió un bajón, y se pegó al cuerpo del mayor, pensando que el avión había caído. Ray comenzó a reír, de una forma tierna y sincera, y las mejillas del omega se acaloraron con esto. El mayor le acarició la espalda, suave, y un beso se instauró en su coronilla.

—Ya llegamos—. Murmuró, olfateando el lindo aroma del chico.

Después de que el avión se detuvo por completo, ambos se levantaron para salir. El piloto los recibió junto a las auxiliares de vuelo, y ambos bajaron por las escaleras del jet a una pista de aterrizaje. A diferencia de la del pueblo, había algunos aviones estacionados allí. Miraba todo maravillado mientras se dirigían a la limosina que los esperaba. Un chofer les abrió la puerta, y ambos subieron a la parte trasera. Era más pomposa que la del pueblo, con un mini bar y amplios asientos de color beige.

—A la mansión—. Mansión, pensó. Definitivamente los Manchester eran ricos en cualquier lugar del mundo.

Se entretuvo viendo el paisaje por la ventana. A pesar de haber pasado por la ciudad, el ambiente cambio al subir por una colina. Vio desde arriba la ciudad, y volvió su mirada a los enormes barandales frente al auto. Tenían la inicial del apellido, y metros de concreto los separaban. Dos guardias de seguridad abrieron la puerta, y se encontró con algo diferente al pueblo. La mansión en el pueblo era casi vacacional, pero la de allí tenía un estilo victoriano, con guardias de seguridad a cada lado, una norme fuente, jardines a más no poder, y se imaginaba que un montón de cosas más.

Al llegar, la puerta de la limosina se abrió, y ambos bajaron de esta. Henry miraba con asombro el lugar, comparando la isla con ese lugar. Parecía como si se hubiesen perdido de la ciudad. Ambos entraron por la puerta principal.

—Bienvenido, señor Manchester—. Un mayordomo los recibió, era de avanzada edad y beta.

—Liam, por favor, encárgate de guiar a Henry a su dormitorio—. Este asintió, Ray giró a verlo—. Tengo que ir a la oficina central, volveré en la noche. Puedes recorrer el lugar, pero no salgas hasta que vuelva—. Le acarició el cabello, y salió por donde entraron en un inicio.

Un vacío le oprimió el pecho, viendo al alfa salir.

—Señorito Hart—. Henry se asustó por la voz del señor—. Por favor, sígame.

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No vio mayor cambio al llegar a la sede central de la compañía, y sentía un intenso deseo de mandar a la mierda la cita con su madre y volver a la mansión. Pero tarde o temprano tendría que enfrentarla, ¿no? Lo recibieron, y subió directamente a la oficina de la CEO.

—Hijo—. La última vez que estuvo ahí, fue hace un mes, antes de irse al pueblo—. Qué agradable sorpresa—. La alfa sonrió, cruzando los brazos. Ray entró, sentándose frente a ella. Se preguntaba si, en algún momento, todo eso sería solamente de él. La respuesta era sí.

A un imposible. |Henray|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora