Capítulo 4.

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Ropa cara. Autos finos. Elegantes bebidas. Era eso lo que tenía que soportar con dolor mientras atendía en la pequeña reunión de último momento que se organizó en el patio hermoso de Dylan's. Henry no estaba del todo feliz, porque la mayoría de los ricos del pueblo eran... Alfas. Y eso lo desesperaba. Tanta feromona lo iba a volver loco en algún momento, y tener que ir cada hora al baño a tomar inhibidores era tortuoso a lo mucho.

Por si fuera poco, Ray parecía no apartar la mirada de él en todo el tiempo que trascurría. Pensó que era una alucinación, hasta que Carolina le dijo que parecía haber interesado a un pez gordo, haciendo referencia al dinero que tenía ese hombre, en comparación de Henry, que no tenía para caer muerto.

— ¿Qué estás haciendo? —. Uno de sus compañeros de trabajo lo estaba oliendo, y eso lo ponía incómodo. Era de poco tacto hacer tal cosa frente a un omega o alfa. Pero él era un beta, qué iba a saber de ello.

—Huelo qué clase de olor tienes para haber conquistado con un par de miraditas al alfa prime de Ray Manchester—. Henry rodó los ojos. Él no lo había pedido, los alfas le resultaban tenebrosos, muy guiados por sus sanguinarios instintos sexuales. Además, estuvo mucho tiempo manteniendo su castidad como para entregarla a un Manchester.

—Eso es de mala educación—. Carolina le dio un golpe en la nuca a Kevin, quien bufó.

—Vamos, que hasta yo siendo beta querría que un prime estuviera tras de mí—. Henry miró con disimulo a la mesa donde se encontraba el alfa, de nuevo, fijándose en los ojos azules en él. Sí, era atractivo; y podría comprarse una isla de querer (que ya tenían varias), pero... No tenía ánimos de seguir con ese monologo mental, porque se daba cuenta que no encontraría a mejor partido.

—Manager—. Carolina lo miró, quien parecía estar discutiendo con Kevin—. Necesito ir al baño—. A tomar nuevamente supresores, porque las feromonas de Ray lo estaban mareando. Se estaba sintiendo demasiado débil. La mujer solo asintió, y el joven dejó el menú, corriendo al baño.

Cerró con candado la puerta, y se recostó en ella. ¿Por qué de la nada los Manchester habían alquilado todo el bar? Por si fuera poco, no había muchas personas, a lo mucho, los adinerados del pueblo, que no eran muchos. ¿Lo hizo por él? Su corazón palpitó de pensarlo, pero era una idiotez tal cosa, ningún alfa de tan alta categoría se fijaría en un don nadie. ¿Qué clase de mierdas pensaba?

Se acercó al lavado, recostando su cabeza en este, mientras respiraba con fuerza el aire que se colaba por la ventanilla. Entonces, de nuevo las feromonas de Ray le llegaron, y tembló, espabilando de inmediato.

— ¿Estabas ocupado? —. Se encontró con el mayor, tragando duro al darse cuenta de este. ¿No había cerrado con candado? Miró por inercia el pomo de la puerta, encontrándolo roto—. Lo siento, tenía apuro y la rompí sin querer—. Vaya fuerza...

Era normal. Los alfas eran lo más categórico de la sociedad, y si a eso le sumaba que era prime en todo el sentido de la letra, era casi improbable encontrar un imperfecto en alguien así. Estaba el olor que doblegaba a cualquiera, los ojos brillantes y de colores casi irreales, y esa fuerza inhumana junto a la habilidad de regenerarse. Casi superhéroes, y era poco decir.

—No, no—. Tembló un poco. Demasiado fuerte. Se tapó la nariz con la mano, tratando de respirar otro aire.

— ¿Pasa algo? —. Sí, sus feromonas, lo estaban volviendo loco. Comenzó a temblar, y cayó al suelo de rodillas, jadeando. Odiaba ser omega, era tan humillante tener que hacer lo que diga un ser de una superior estrategia.

Cuando fue a la casa de este, estaba ventilada; las ventanas daban la sensación de amplitud, y Ray se sentía... Menos tensó, era una forma de decirlo. Ray Manchester estaba tensó y sus feromonas lo dejaban en claro una y otra vez.

A un imposible. |Henray|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora