Capítulo 20.

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—Señora Manchester, no la esperábamos acá—. La mujer, que ahora tenía el cabello corto en un estilo moderno que daba más elegancia a su larga figura, le dedicó una sonrisa a Liam, el mayordomo de la casa de su hijo.

— ¿Tengo que avisar cuando vengo a ver a mi cachorro?

—No, claro que no—. Liam se sintió incómodo. Si bien ella era una buena persona, no dejaba de ser la intimidante presidenta del grupo M, con demasiadas franquicias y dinero, tanto como para dar un millón de dólares por una persona, la cual estaba descansando en una de las habitaciones después de una fuerte pelea el día anterior que todos escucharon—. Pero el señor Manchester no se encuentra.

—No vine a verlo a él, en realidad—. Se tensionó, esperaba que no fuera a ver al chico, de ser así, lo encontraría en muy malas fachas. Esa misma mañana había ido a darle el desayuno por órdenes de su amo, y lo encontró en muy mal estado—. Vine a ver a mi tierno yerno—. Lo que más temía.

—Él aún no se ha levantado.

—Oh, eso no es problema—. Ella comenzó a caminar a las escaleras—. Yo le doy los buenos días—. Esa era una muy mala idea. Iba a rebatir, pero la mujer no escuchaba más, y simplemente continuó su camino.

Con su olfato, encontró el cuarto del chico. Tocó una y dos veces. No contestaba. Avisó, entonces, que iba a entrar, y abrió la puerta, encontrando al joven dormido. Tenía las cortinas un poco abiertas, y la bandeja del desayuno no estaba ni siquiera tocada.

— ¿Henry? —. El omega abrió los ojos, asustado, y se levantó de golpe—. Tranquilo, soy yo, Camila—. El chico, que normalmente era muy pulcro, tenía el cabello desordenado, los ojos levemente rojos de llorar, y tan solo iba con una camisa demasiado grande para él.

—Oh, madre—. Murmuró el chico, rascándose la cabeza—. No sabía que vendría—. La mujer se acercó al menor—. ¿Pasa algo?

—Eso pregunto yo. ¿Están peleando? Ray tuvo que salir apurado esta mañana, me dijo que si te daba la tarjeta negra de él para que compraras ropa—. Camila dejó una tarjeta de color negro, con un signo de dólar plateado, en la mesita de noche. Henry decidió no darle la importancia que debía, porque parecía demasiado fina—. También ordenó a una asistente beta que te acompañara a la boutique.

—Ah, no, señora—. Se sintió incómodo al despertar por completo y darse cuenta de la forma que estaba, frente a la madre de Ray, quién, seguramente, estaba igual de angustiado que el alfa por quitarle la seducción. Honestamente, no sabía cómo hacer eso, a duras penas tenía idea del mundo de los segundos géneros—. Solo estoy algo cansado, he estado vomitando seguido—. No era del todo mentira.

La mujer lo analizó unos segundos que para el chico fueron eternos.

—Puedes confiar en mí, Henry. Eres parte de mi familia ahora—. No estaba tan seguro de eso. Mordió el interior de su labio, asintiendo—. Tengo que irme, pero...—. Tomó un papel, anotando rápidamente un número—. Si necesitas algo, lo que sea, no dudes en llamarme. Sé que Ray puede ser algo idiota, pero eso en parte es mi culpa.

Y salió de allí, con la misma elegancia que llegó. No podía negar que estaba nerviosa. Henry era, por mucho, la mejor pareja que podía conseguir su hijo; y si bien no era alguien de clase, no dejaba de ser un gran partido para alguien tan testarudo. Solo deseaba que Henry no se cansara de su hijo.

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—Buenos días, amo Hart. Me llamo Natalia, y a partir de hoy seré su asistente personal—. La chica de cabello castaño, recogido en una coleta, lo estaba esperando en el comedor. Tenía una agradable cara de niña, era bajita, delgada, e iba con un bléiser en la parte superior, mientras de su cintura colgaba una falda. Parecía una asalariada trabajadora.

A un imposible. |Henray|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora