CAPÍTULO 7: SERVIR A UN REY.

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SKALA HABÍA PERDIDO LA NOCIÓN DEL TIEMPO. Pero allí estaba, sumergida en el agua que había pasado de estar caliente a helada. Estaba tan quieta recostada en la bañera que cualquiera que entrará y la viera pensaría por algunos instantes que estaba muerta, o congelada de alguna forma. No había dormido en realidad, solo había podido cerrar sus ojos por unas dos horas y las pesadillas se habían hecho mella en ella. Había soñado con el orfanato, con Mal, con Alina y con la sombra.

Especialmente con la Sombra.

Víctima del insomnio se había dedicado a explorar la habitación durante la madrugada; la cama con dorsel, los grandes ventanales con las gruesas cortinas, los pisos relucientes y detalles de oro en marcos, espejos y esquinas. El lujo que le rodeaba la hacía doler la cabeza. Finalmente decidió que tomar un baño sería lo mejor, en especial porque aún seguía oliendo a sangre seca. El agua caliente en medio del frío de la madrugada fue un placer que hacía meses que no tenía. Los baños estando en el ejército eran escasos y rápidos, además de que la mayoría eran compartidos. Disfrutar de aquel hecho en soledad fue algo bueno. Los músculos le pasaron factura producto de lo entumecidos que se encontraban por el viaje y el esfuerzo, las heridas abiertas le provocaron un escozor que desapareció con el pasar de los minutos, y pesé a que no sabía como usar realmente los productos que habían en el baño, uso algo que le dejó un buen aroma en el pelo, y en el cuerpo. Agradeció cuando estuvo libre de la sangre seca que mancho el agua.

Skala retiró la mirada del ventanal cerrado que había en el baño en cuánto la puerta sonó. No dudo en levantarse con rápidez e ignorar su dolor muscular para envolverse en una bata gris de seda y acercarse a la puerta. —¿Quién es?

—¡Ya abre la puerta, no tenemos tiempo!— bramó una desconocida voz femenina.

Apenas destrabó el pestillo, una mujer que vestía una kefta crema, y el cabello pelirrojo como ella se metió en la habitación seguida de Alina y varias mujeres sirvientas. —¿Estás bien?— cuestionaron ambas jóvenes a la vez, y sonrieron al notarlo. La de cabello oscuro asintió. Skala removió su mirada azul sobre el cuerpo y la cabeza de Alina, y río en cuanto tocó con un dedo el delicado trapo de hilos de oro que le cubría la cabeza. —¿Qué estás vistiendo?— cuestionó mientras cerraban la puerta.

—Algo que tú también tienes que ponerte— aclaró la mujer pelirroja. Skala se giró para verla. —Al menos tu sí te bañaste, agradezco eso, me hace el trabajo más fácil —declaró mientras comenzaba a armar un pequeño stand de cosas sobre uno de los tocadores.

Skala le envío una mirada confusa a Alina, la cual, hizo una mueca. —Ella es Genya.— la presentó —Confeccionadora real.

Genya detuvo sus ojos sobre Skala y le arrebató a unas de las sirvientas el traje de la mano para medirlo con la joven. —Eres particularmente alta.

—Y tú particularmente irritante. — soltó Skala sin detenerse a pensar demasiado. El silencio les envolvió por un segundo y Genya soltó una pequeña risa luego.

—Lo sé, me lo han dicho mucho.

—¿Porqué será?— preguntó la pelirroja en voz baja. Varias de las sirvientas se acercaron a intentar quitarle la bata de seda, pero la mujer se negó. —Yo puedo vestirme sola, gracias. — aseguró mientras tomaba el traje entre sus manos. No le gustaba el contacto físico, mucho menos cuando era completamente innecesario. —¿Y qué se supone que es esto?

—Un uniforme nuestro. — respondió Alina. Skala bufó al aire mientras comenzaba a cambiarse, cuidando de no sacarse del todo la bata. Realmente la desnudez había sido algo que el ejército había puesto en segundo lugar, al igual que el pudor, pero siempre quedaba esa incomodidad latente, en especial cuando las sirvientas murmuraban cosas en un ravkaniano antiguo que comprendía a la perfección.

WICKED SAINTS | GRISHAVERSEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora