Capítulo 1

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En una madrugada de tormenta, una familia corre huyendo de alguien. Todos van calados de los pies a la cabeza, asustados. Llevan el terror reflejado en el rostro. Entre todos llevan el poco equipaje que pudieron coger antes de partir de su casa a todo correr. La madre, lleva a la bebé en brazos, que por suerte se ha dormido de agotamiento.

La hija mayor se detiene frente al escaparate de una pastelería, preguntándose cuando será la próxima vez que volverá a probar el dulce sabor de un pastel. No hay gran variedad de ellos, y los que hay parece que lleven unos días ya hechos.

"—La guerra y sus consecuencias, ni comida para todos hay... —piensa mientras los observa."

Al mirar fijamente el escaparate, ve su reflejo en el cristal. Tiene las ojeras muy marcadas, de un color morado grisáceo. Apenas han podido descansar ni comer últimamente. Y lo poco de comida que han conseguido, la mayoría se la han dado a su hermanita, que es quien más la necesita. Su rostro está pálido, aunque las mejillas algo encendidas de tanto correr. El pelo, que normalmente lo tiene ondulado, cae sobre su espalda empapado y estirado por el peso del agua. A él siempre le gustó su cabello, le decía que parecía una cortina. Si lo viera ahora mismo no le gustaría.

Sacude la cabeza en un intento de quitar los recuerdos de su mente. Se fija en su mirada, algo en ella ha cambiado. Su brillo y alegría han desaparecido. Se tendrían que haber quedado en España. Huyeron de una guerra, para meterse de lleno en otra mucho peor. No era solo una guerra de un país enfrentado en dos bandos. No, era una guerra en la que ya entraban varios países.

Sus labios gruesos, que antes eran suaves y de un color rosa oscuro, estaban ahora pálidos y agrietados. Su cara cada vez más delgada. No se reconoce en ese reflejo. Siempre se sintió guapa, ahora le daba asco el reflejo que proyectaba en ese cristal.

Nota un empujón en el brazo, alguien la saca de su ensimismamiento y tira de ella con fuerza.

—¡Vamos Laila! No te entretengas. —Es su madre, que al darse cuenta de que su hija no seguía a su lado, se ha dado la vuelta para ir en su busca. Tiene la respiración agitada y las mejillas rojas. Su hermanita, sigue dormida en sus brazos.

Juntas echan a correr a nuevo para alcanzar a su padre y hermano Gabriel. Cuando por fin les alcanzan, metidos en un callejón, Laila siente que el corazón se le va a salir del pecho.

—Descansemos unos minutos, —hablaba su padre, que se dio cuenta de lo agotados que estaban. — y seguiremos con nuestro camino. No hay tiempo que perder.

—Pero Benjamin, -intervino su madre. —¿no te das cuenta de que los niños están agotados? No pueden más.

Laila miró a su madre. A ella también se la veía agotada, pero siempre miraba antes por ellos que por ella misma. Cada vez que tenían algo de comer, se lo daba primero a sus hijos, y si sobraba algo, ya comía. Estaba muy delgada y parecía mucho más débil y delicada de lo que realmente era.

—Sera mejor que estén cansados y luego puedan descansar, a que nos atrapen y sepa Yahvé cuando podamos volver a descansar.

—Sí, tienes razón —resignada, miro al suelo, sabiendo que su futuro no era bueno. Les perseguían los peores demonios que habían pisado la tierra hasta el momento.

La tristeza y la preocupación hacían mella en sus caras, era algo que podían ocultar. Se marcharon de España porque la situación era peligrosa y Laila se había metido en un problema gordo. Llegaron a Alemania buscando a sus abuelos maternos. Encontraron la casa vacía y ni rastro de ellos. Decidieron quedarse ahí, pero a las pocas semanas tuvieron que salir. Estuvieron vagando por Alemania durante muchos meses y ahora les estaban persiguiendo.

Amor en el infierno  (En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora