Capítulo 41

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A la mañana siguiente llegaron unos soldados. Venían de Alemania. Llevaban toda la mañana contando sus anécdotas sobre cómo habían capturado a judíos. Narraban sus historias como si ellos fueran cazadores y los judíos animales salvajes. No tenían ningún respeto por la vida humana, aunque para ellos, los judíos no eran humanos.

A Adler cada día le gustaba menos escuchar ese tipo de cosas. Unos se volvían cada vez más insensibles, y a él cada día le dolía mas todo aquello. Sería porque estaba enamorado de una judía, o porque su mejor amigo, su hermano, murió por defender a una de ellos. O igual no era por eso. Igual simplemente era que se estaba volviendo cada vez más humano. A penas quedaba ya rastro de ese ser que le costaba sentir dolor por nada. Cada vez tenía más empatía hacia el resto de seres vivos. Y cada día estaba más arrepentido de todo.

Lo que pasó con su madre le había destruido el alma, pero con la llegada de Laila a su vida, todo ese dolor se estaba restaurando. Ya no sentía que todo le daba igual, ya no sentía la necesidad de hacer daño a personas inocentes solo por sentirse el mejor. Antes necesitaba hacer daño a los demás para no sentirse como una mierda. Durante bastante tiempo necesitó hacer sentir mierda a los demás para él sentirse algo superior.

Lo que no supo ver a tiempo fue que, cuanto más daño hacía a los demás, más mierda era él. Gracias a Laila era mejor persona. gracias a ella volvió a nacer. Tenía mucho por lo que darle las gracias, y no le bastaría con esta vida para agradecerle lo suficiente. Ella hacía que todo lo viera diferente, ella le hacía mejor persona, tal y como su madre hubiera querido.

Los soldados nuevos comerían en la casa, pero solo ese día. Para entretener a los que ya vivían allí desde hace más tiempo y necesitaban historias nuevas para distraerse.

-"Menuda forma de distraerse"- pensó Adler.

Lo que más le preocupaba es que Laila tendría que servir la mesa y no le iba a hacer ninguna gracia lo que iba a escuchar. Esperaba que no se pusiera nerviosa con aquellas historias tan divertidas para unos y tan desagradables y dolorosas para otros.

Llegó la hora de comer, estaban todos sentados en la mesa. Laila comenzó a servir. Adler observó cómo algunos se los soldados, especialmente uno de ellos, no quitaban el ojo a Laila. Eso le estaba poniendo de los nervios, no por que pensara que ella fuera a dejarle por uno de esos patanes, sino por lo que eran capaces de hacer cuando una mujer que para ellos no valía nada, les gustaba. Observó que Sarah la miraba de un modo un poco extraño, y eso le preocupó más.

Los soldados empezaron con sus historias y todos reían. Laila, aunque se le notaba que todo eso era muy desagradable para ella, seguía sirviendo sin problema. Disimulaba muy bien.

- A unos les pillamos escondidos en el sótano de su casa. Cuando les encontramos nos ofrecieron mucho dinero -narraba uno de ellos- Nos dijo que nos daba dinero y joyas, que por lo menos dejásemos escapar a su novia. Ja, ja, ja, ... No le sirvió de nada su dinero, ese dinero que sacaron a costa del trabajo alemán. Qué patéticos que son.

Todos reían. Adler disimuló haciendo como que reía. Laila no podía con la indignación.

Siguieron contando anécdotas. Al llegar el postre apenas quedaban ya historias. Estaba vez habló el superior de ellos. Laila seguía allí sirviendo. Escuchando todas las historias.

-Recuerdo uno. Estábamos en Múnich. Hace casi tres años, creo. - Comenzó a narrar su historia. Tenía a todos atentos, prestando atención a su narración. - Le vimos salir de un callejón corriendo. Fuimos tras él, le estuvimos persiguiendo durante un rato. Como no paraba de correr y el muy condenado no paraba le disparamos en una pierna, cayó al suelo. Pero en seguida se levantó. Ese cerdo luchaba más por su vida que cualquier judío que haya visto. Pensamos que salió corriendo por que estaba protegiendo a alguien.

"Al caer al suelo se le cayó la cartera. Entonces lo supimos, tenía familia y probablemente les protegía a ellos. El muy desgraciado despareció cuando nos paramos a recoger su cartera. No hemos sabido nada más de él."

Todos estaban callados, con los ojos como platos.

-Un tiempo después no enteramos de que a su familia les habían encontrado- esta vez hablaba otro- Pedimos que se nos informara de si aparecían. Y en cuanto aparecieron, nos avisaron.

- ¿Dónde se encontró a su familia? - preguntó el comandante con curiosidad.

Laila escuchaba mientras servía la cena y se preguntaba si su padre consiguió escapar como aquel hombre.

- A su mujer y sus tres hijos les encontraron en una granja a las afueras de Alemania. Los ocultaban unos alemanes, que eran los dueños de la granja. Un matrimonio con su hijo. También nos enteramos de que fueron a parar a este campo.

Laila estaba desconcertada. Aquella historia se parecía a la suya. Mucho. Pero había demasiados judíos que escaparon y se escondieron, no quería sacar conclusiones precipitadas.

- ¿Cuál es el nombre del padre? -pregunto Adler con preocupación. Esperaba que no dijera el apellido, para que, si en caso de ser quien pensaba que era, no dijeran nada a Laila.

-Del apellido no me acuerdo- volvía a hablar el que el superior del grupo de patanes- Se llamaba Benjamín.

Laila miró a Adler y éste a ella.

Se quedó bloqueada. No sabía qué hacer. Estaba segura, ese hombre era su padre. Y le dispararon. ¿Estaría muerto? Seguramente sí. Terminó de servir el postre y se marchó a la cocina donde por suerte ya estaba sola pues el cocinero acabó su turno hasta la noche.

No aguantaba más. Las lágrimas iban a salir de un momento a otro. Adler también lo sabía y rezaba por que supiera aguantar.

Terminó de recoger la mesa cuando acabaron con el postre y se marchó lo más rápido que pudo a la caseta. Una vez en ella no pudo retener más las lágrimas y éstas salieron como desbordadas. Adler deseaba ir a consolarla, pero no podía. Iba a ser una tarde muy larga para ambos.

Amor en el infierno  (En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora