Se despertó a la mañana siguiente sobresaltada al sentir una mano tocándola el brazo, aunque tampoco es que hubiera dormido mucho. Recordaba empezar a ver algo de claridad cuando sus ojos al fin se cerraron.
-Laila - dijo Iris- Vamos, tenemos mucho trabajo que hacer. He traído el desayuno, un poco pobre la verdad, pero esto es mejor que nada. Hay que darse prisa.
Laila se estiró en la cama y recordó donde estaba. Miró a todos lados, vio que sólo estaban Iris y ella. No estaban ni su madre, ni su hermana con sus rizos y su cara ángel que tanto le gustaba admirar, ni Gabriel, con su tranquilidad, rebosaba paz en su interior, era una de las personas que con su carácter tranquilo conseguía calmar y hacer sentir bien a todo el mundo. Tampoco estaba Blaz, con sus ojos verdes y su sonrisa perfecta, y su padre... quien le daba la fuerza que necesitaba, tampoco estaba ahí. ¡Cómo les echaba de menos a todos!
-Vamos Laila ¡levanta! - exclamó mientras organizaba el poco desayuno que tenían.
-Sí, ya voy- se levantó despacio, con la esperanza de volver a despertarse y no estar allí. Quería estar en la granja, con todos, incluido su padre.
La noche anterior le habían puesto a fregar y limpiar lo que el cocinero manchaba. Iris había estado sirviendo la cena. Agradecía no haber tenido que servir ella, porque le daba miedo estar en la misma habitación que esa gente. Les odiaba, les detestaba, odiaba tener que verlos, si fuera por ella se hubiera quedado en la caseta encerrada, pensando, aunque también sabía que era mejor no tener mucho tiempo para pensar, porque si no se volvería loca. Pero no quería verlos.
La verdad es que desde que había llegado a esa casa no había tenido casi tiempo para pensar. Hasta que llegó la hora de acostarse, que ahí su mente no paró casi ni un segundo.
Se terminó de vestir y se dispuso a comer lo poco que había. Eso que mejor que nada. Aunque después de los últimos días y acontecimientos, agradecía esos pequeños bocados.
Se quedó pensando.
- ¿Quién ha traído esto? - preguntó señalando el zumo de naranja y los dos bollos que había en la mesa de madera.
Iris se quedó pensativa. Se inquietó un poco en la silla.
-Lo...lo...lo he traído yo, mientras dormías.
-Am, vaya, sí que tengo un sueño profundo si...
Siguió pensando mientras ingería el desayuno. Que ella recordara no la había escuchado salir, y cuando la había despertado Iris apenas se terminaba de vestir. Recordó que alguien había llamado a la puerta, pero no estaba segura de sí era un sueño o la realidad, y no le quiso dar más vueltas. Probablemente ya empezaba a volverse loca.
Se pasaron toda la mañana haciendo camas, limpiando, recogiendo. Esa casa era enorme. No sabía de quien eran los cuartos que había hecho, todos eran iguales, menos el del coronel, que tenía una cama más grande, debido a que dormía con su mujer, pero no había entrado allí, lo sabía por Iris. Ese cuarto necesitaba arreglos y limpieza especiales, y lógicamente, Laila no tenía ni idea de eso.
Estaban planchando y doblando uniformes y comenzaron a charlar.
-Que bien me viene tu ayuda- confesó Iris a Laila.
- ¿Antes lo hacías sola?
-No, había otra chica, pero se puso mala y se la llevaron al campo, aun no sé qué le pasó... Pero qué suerte que me hayan traído otra ayuda. -dio un pequeño saltito de alegría.
- ¿Cuánto llevas aquí?
-Desde el verano de 1942. Un año, más o menos.
-Vaya...- recordó que ella en esos momentos estaba en la granja, mientras doblaba un uniforme de teniente. Miró el apellido: Müller. - ¿quién es Müller?, ¿y cuál es su cuarto? Para ir llevando uniformes.
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Amor en el infierno (En Edición)
RomanceUna familia judía huye de su peor enemigo en esos años, los nazis. 1942, vagan por la Alemania nazi, intentando refugiarse en casa de unas personas que les ayudaran. Por desgracia uno de ellos no llegará a ese destino. Laila, protagonista de esta hi...