Capítulo 4

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El tiempo pasó con rapidez. Ya llevaban allí casi un año. Laila trabajaba siempre con Blaz, con el tiempo se hicieron muy buenos amigos. Gabriel seguía trabajando con Arthur, Clara y Carmela se ocupaban de las labores domésticas y Navit ocupaba su tiempo haciendo rabiar a Jack y persiguiendo a las gallinas, ahora que volvía hacer buen tiempo era lo que más le gustaba.

Laila estaba encantada viviendo allí, la vida en el campo le gustaba, aunque el trabajo era duro, no quería marcharse de allí. Lo que si quería era saber dónde estaba su padre. Ya llevaban casi un año sin saber nada de él, si estaría bien o si aún seguía vivo. Y tampoco tenían forma de localizarle, pues sería llamar mucho la atención preguntar por un judío. Y llamar la atención era lo que menos querían. Hablaba con Blaz a menudo de ello y eso le ayudaba a llevarlo. Gabriel apenas hablaba de ello, y cuando les encontraba hablando de ello se marchaba. Era como si se negase a creer que es muy probable que esté en un campo de trabajo.

Aquella tarde hablaron de ello en el árbol desde donde vigilaban el rebaño. El sol brillaba y sus rayos chocaban contra la tierra dando su calor. Estaban muy a gusto sentados ahí, después del invierno tan frio y húmedo que habían tenido agradecían esa temperatura y los rayos de sol que este dejaba chocar contra su piel.

Laila suspiró con tristeza y Blaz enseguida se dio cuenta.

- ¿Qué te pasa? -le pregunto. Aunque ya sabía de sobra en qué pensaba. A Blaz se le daba muy bien leer a las personas y Laila era como un libro abierto.

- Le echo de menos. -Sus ojos comenzaban a humedecerse, como siempre le pasaba cuando hablaba de él.

- Ya lo sé Laila... - Respondió Blaz con tristeza. Odiaba ver a su amiga así de triste.

- Es que debí de haberme ido con él - por su rostro comenzaron a caer algunas lágrimas.

- Él quiso irse solo para protegeros y que tuvierais una oportunidad para vivir. Ya sabes que a los sitios a los que os mandan... no se habla muy bien. Tu padre se sacrificó por vosotros, pero a donde le han mandado... si es que llegó... -De pronto se dio cuenta de que era un error hablarle si, que eso le hacía daño y bastante mal lo estaba pasando ya - pero bueno, a lo mejor pudo escapar y volveréis a reencontraros cualquier día. -Intentó arreglarlo en vano.

- Déjalo -respondió secamente- seguro que está en uno de esos campos o a lo mejor ni si quiera llegó... Esa gente es muy mala y disfrutan con nuestro sufrimiento. Odio a los nazis con todas mis fuerzas. Jamás podría dirigirle la palabra a alguno de ellos, prefiero que me maten.

Se calló un momento, pensando en que habían hecho los judíos para que les odiaran tanto. Pero no quería que nadie le amargara la existencia, tenía que ser más positiva y no dejarse dominar por esos sentimientos. Si, los nazis le estaban hundiendo la vida a muchas personas, pero ella y la mayor parte de su familia estaban vivos y a salvo. Aun había esperanza, y mientras hubiera esperanza merecía la pena seguir luchando y sonreír cada día. Se lo debía a su padre, a los judíos que ya no estaban aquí, a los que estaban en los campos, a los que estaban ocultos, a los prisioneros de guerra, los homosexuales, los demócratas, los comunistas y todas aquellas personas que estaban sufriendo por culpa de Hitler y sus secuaces.

- ¿Sabes qué Blaz? -volvió a decir Laila, él la miró fijamente esperando a escuchar lo que quería decirle- tienes razón, tenemos mucha suerte de estar aquí, en cuanto acabe la guerra y seamos libres, si es que algún día lo somos, buscaré a mi padre y no pararé hasta dar con él. Conseguiré encontrarle.

- Claro que sí, eso es lo que tienes que hacer -la animó- y no te rindas nunca, sigue luchando pase lo que pase. Mientras haya vida, hay esperanza, nunca lo olvides.

Estaba anocheciendo y comenzaron a recoger para regresar a casa. Se disponían a ello cuando Jack empezó a ladrar como un loco y echó a correr hacia el rebaño.

Blaz y Laila se dieron la vuelta rápido y vieron que a lo lejos había un camioncito y estaban metiendo ovejas en él.

- ¡Nos están robando! -gritó Blaz- Laila corre a avisar a mi padre.

- No te voy a dejar sólo.

- ¡Ve! -ordenó- antes de que nos roben más o te vean, recuerda que no te pueden ver.

Y Blaz comenzó a correr hacía las ovejas con la escopeta en la mano y ella corrió hacia a la casa a avisar a Arthur. No miró atrás, solo corrió con todas sus fuerzas para llegar cuanto antes a casa y que su padre fuera en su ayuda. Temía por Blaz.

Amor en el infierno  (En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora