Sólo les dejaron coger las maletas, por suerte ya las tenían preparadas por recomendación de Arthur. Les seguían a todos lados de la casa, cada uno de ellos tenía uno de ellos vigilante, observando cada movimiento con detenimiento. Les miraban con odio, de arriba a abajo, como si mirasen a un desecho y estuvieran buscando la manera de pisarles y dejarles ahí tirados, cual basura que no valía para nada.
El miedo se apoderó de ellos. Laila no había sido capaz de moverse hasta que Blaz le cogió de la mano y la llevó hasta su cuarto, donde estaban las maletas. Con un soldado de las SS detrás de ellos.
- Tranquila, -le había dicho intentando tranquilizarla, en vano, pues el miedo y lo que había sucedido no le dejaban que su mente reaccionara a lo que le decía Blaz. Estaba completamente bloqueada. - yo estaré a tu lado.
Laila seguía en blanco, le temblaban las piernas y las manos le fallaban, como consecuencia se le caían las cosas. No podía pensar, su mente estaba paralizada por el miedo. En dos ocasiones, camino a la camioneta de las SS se le cayó la maleta, acto seguido un SS le pegó una patada en el costado cuando Laila se disponía a recogerla de suelo. Gabriel y Blaz habían hecho el amago de ir a por él, pero prefirieron coger la maleta que ella llevaba. Para que no se volviera a caer y recibiera otro golpe. Porque entonces Blaz no iba a aguantar y se iba a lazar sobre el SS que la hubiera golpeado.
Les obligaron a subir a la camioneta metiéndoles prisa, agobiándoles. A Laila no le respondían las piernas por el pánico y se quedó bloqueada observando, intentando encontrar la manera de poder subir. Por suerte Blaz estaba ahí para ayudarla. Cuando estaban todos en la camioneta arrancó llevándoles a su próximo destino.
Horas más tarde, ya de noche llegaron a Múnich. La camioneta paró en la estación de trenes y les hicieron bajar. Laila tenía miedo de bajar y un SS no le dio tiempo a Blaz a ir a ayudarla. Le cogió del brazo y tiró de ella con fuerza. Laila cayó al suelo con maleta y todo. El estruendo sonó por toda la estación, que por suerte la gente hablaba y muchos no se dieron cuenta. El golpe fue fuerte y le dolía bastante el brazo y pierna, pero se levantó con rapidez para no recibir otro golpe.
Habían estado unas horas y les vino bien estirar las piernas. Navit casi no había parado de llorar en todo el viaje, estaba asustada, no entendía que pasaba y solo quería volver a casa. Clara no conseguía calmarla pues ella también lloraba desconsoladamente, consciente de lo que se les venía encima. Gabriel intentaba ser fuerte y animarlas, pero terminó llorando también y finalmente se quedó mirando a la nada, metido en su mundo como normalmente hacía. Podía pasar horas así y no se daba cuenta. Se metía en su propio mundo y el resto desaparecía, esa su manera de evadirse de la realidad y ahora mismo era lo que necesitaba.
Les hicieron ponerse con los demás. Un montón de gente asustada, llorando, sin entender nada. Madres protegiendo a sus hijos como podían y estos llorando, otros intentaban escapar, pero esos no llegaban a subir al tren, les mataban disparando contra ellos sin una pizca de humanidad ni compasión.
Laila no sabía dónde mirar, mirase donde mirase sólo veía gente que estaba como ella, o peor. Sintió que una mano cogía la suya. Blaz la miraba directamente a los ojos, intentando darle fuerzas.
- Tranquila pequeña- le dijo Blaz, mirándola- sigo aquí.
Ella le miró y rompió a llorar. Había pasado horas bloqueada, incapaz de llorar, hablar o mostrar algún sentimiento. Pero ya no podía más y soltó todo el miedo y la angustia llorando. Blaz le abrazó con fuerza y le dio un beso en la cabeza.
- Estás aquí por protegernos -sollozaba- y han matado a tus padres... Mira que tu dijiste desde el principio que no nos querías allí, y mira lo que ha pasado por no marcharnos.
Se le llenaron los ojos de lágrimas al recordar a sus padres y la abrazó con fuerza. Ellos eligieron protegerles y ahora no había tiempo para arrepentimientos, ya sabían que esto podía pasar. Y les protegería con su vida si fuera necesario.
- Nosotros decidimos protegeros, sabíamos perfectamente a lo que nos exponíamos y como podía acabar. Por lo menos yo sigo vivo y podré seguir protegiéndoos.
La gente empezaba a empujar y gritar. Les estaban haciendo subir a los vagones, unos vagones de madera en los que se dejaba notar el olor a muerte. Eran unas cien personas en cada vagón y sólo un cubo de agua para todos. En muchos vagones derramaron el agua al subir a la fuerza, a empujones. Cuando ya estaban todos dentro, cerraron las puertas y el tren se puso en marcha.
En el vagón sólo había una ventaba, pequeña con barrotes, todo lo demás era oscuridad. No Había sitio ni para sentarse.
Los niños lloraban ahora con más fuerza y los demás gritaban y se desesperaban, pidiendo que les dejaran salir, algo que a vista de Blaz era imposible. Otros como por ejemplo Clara, rezaban. Navit era de los que lloraba. Gabriel, Blaz y Laila no decían nada, solo observaban. No sabían cómo reaccionar. Pero el miedo y la incertidumbre de lo que pasaría se apoderaba más y más de ellos.
Blaz y Laila seguían cogidos de la mano, Gabriel tenia a Navit en brazos y Clara, con las maletas en suelo, junto a sus pies, rezaba con desesperación, a un dios que no iba a ayudarles.
Llevaban ya horas de viaje, Blaz había cogido a Navit en brazos para que Gabriel descansara un rato. Mas valía ayudarse pues parecía que iban a estar ahí metidos bastante tiempo.
- ¿Cuánto llevaremos ya de viaje? -preguntó Blaz a Gabriel.
- Ya llevaremos unas cuantas horas, está amaneciendo.
- Me duelen mucho las piernas -dijo por fin Laila después de no haber abierto la boca en todo el rato -y no hay sitio para sentarse. -Estaba muy agobiada.
- Todos estamos igual hija -dijo Clara- no te quejes tanto.
- Madre tampoco me he quejado en todo el tiempo, ni si quiera he abierto la boca.
El cansancio, el hambre y la sed comenzaban a estar cada vez más presentes. Estaban cada vez más irritados y cansados. Lo único que allí no cambiaba era el miedo y la desesperación.
- Gabiel tengo hambre- dijo Navit, sin pronunciar bien, aun le costaba un poco hablar.
- No tengo nada para darte... -le contestó Gabriel con tristeza.
- Yo sí -esta vez era Blaz.
Y abrió su maleta, donde le había dado tiempo a guardar algo de comida. Sacó un bollo de leche, de los que había hecho su madre aquella misma mañana. Al sacar el bollito lo miró con tristeza, sabiendo que era lo último que iba a tener de su madre.
Una niña de unos cuatro años que estaba junto a ellos, cogida de la mano de su madre les miró con deseo. Blaz al darse cuenta de ello sacó otro y se lo ofreció a la pequeña de rizos negros y ojos penetrantes.
-Toma pequeña. -la niña le sonrió y cogió el bollo con rapidez.
- Di gracias Laura -le ordenó su madre con voz tranquila.
- Gracias -respondió con timidez.
Sacó otros tres y se los ofreció a Gabriel, Laila y Clara.
- Gracias -dijo agradecido Gabriel.
- Gracias -esta vez era Laila.
- No quiero, yo no puedo comer...- dijo Clara, y continuó con sus rezos.
Todos notaban cada más el cansancio. Los más mayores se habían sentado y los más jóvenes continuaban de pie, para que ellos pudieran descansar. Era lo único que podían hacer por ellos.
- Cada vez me duelen más los pies y piernas -se volvió a quejar Laila al rato de comer los bollos. Aun llevaba las botas y la ropa con la trabajaba en la granja. Aunque la encantaba ese buzo azul que había sido de Blaz cuando era más pequeño, le empezaba a sobrar y molestar- cuando acabará esto...
- Esto acaba de empezar... -dijo Gabriel clavando sus ojos grises en los de ella, ojos que ambos habían heredado de su padre. Un escalofrío recorrió su cuerpo entero.
Dejó ver su preocupación, su miedo, su angustia y desesperación por un futuro incierto que todos sabían que no acabaría bien.
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Amor en el infierno (En Edición)
RomanceUna familia judía huye de su peor enemigo en esos años, los nazis. 1942, vagan por la Alemania nazi, intentando refugiarse en casa de unas personas que les ayudaran. Por desgracia uno de ellos no llegará a ese destino. Laila, protagonista de esta hi...