Capítulo 20

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Caminaba a paso rápido, se le notaba enfurecido, frustrado y cabreado. No entendía lo que le sucedía, no entendía por qué ella le hacía perder tanto el control y ponerse tan nervioso. Hasta el punto de no saber dónde se encuentra en el momento que ella le mira o simplemente está cerca.

Pensó en sus ojos de color gris, le encantaba, le tenían hipnotizado. En sus labios carnosos y tersos, sus cejas finas. Su pelo negro, sus pestañas largas, su voz era como una caricia para sus oídos. Le volvía loco. Aun no entendía qué le pasaba con ella y por qué cada vez que se tocaban los pelos de la nuca y brazos se le ponían de punta. Todo el rato necesitaba verla. Sabia de sobra que eso no debía permitírselo. No estaba bien fijarse en alguien así. No después de lo que le pasó a su familia por culpa de uno de ellos.

Se enfureció aún más. No podía permitirse sentir eso por una judía.

-Adler- lo llamó el sargento Dirk- Tenemos que ir al campo.

-Sí-contestó él con la voz quizá más alta de lo que pretendía. - vamos.

- ¿Te pasa algo? -preguntó el sargento- ¿Estas cabreado por algo?

-No, no me pasa nada. Vamos-dijo el teniente caminando por delante de su amigo. No quería hablar de ello en ese momento. Aunque confía en su amigo como en nadie, no quería hablar de ello. - Estoy perfectamente.

Dirk se quedó un momento detrás, sin entender qué podía pasarle a su amigo. Como iba a entenderlo él si Adler tampoco se entendía.

Al entrar en el campo lo único que se notaba allí era tristeza, desolación, desesperación, hambre, muerte... judíos, comunistas, prisioneros de guerra, etc. pasaban delante de ellos como si fueran esqueletos casi sin un rastro de vida que poco a poco se iba apagando debido a la falta de comida y agua y al ser obligados a trabajar demasiado. No les miraban a los ojos, les tenían miedo, procuraban pasar desapercibidos para evitarse problemas. Muchos de ellos no tendrían más de 30 años y ya aparentaban tener por lo menos 50.

Dirk se fijó en dos chicos. Uno de ellos bastante alto, rubio, de ojos verdes, aún conservaba su cuerpo esbelto, sus músculos. Se imaginó que no llevaría mucho tiempo ahí. Miró al chico que estaba a su lado, parecían amigos. Éste era de menor estatura, pelo negro y bastante delgado. Hablaban entre ellos con confianza, se notaba que ya se conocían. El más bajito de los dos miró a Dirk, y este reparó en sus ojos, grises y en su cara... Le recordó a Laila, tenía los ojos del mismo del color, el pelo negro como el de ella, incluso en la cara se parecían. Y recordó que Iris le había dicho que Laila tenía a su hermano y un amigo aquí. -"¿Serían ellos?"- pensó.

Gabriel le miraba fijamente, estudiando sus movimientos, sus miradas, todo lo que podía analizar en poco tiempo. Era su manera de conocer a las personas en poco tiempo.

-Gabriel, deja de mirarle o te meterás en problemas-le susurró al oído Blaz mientras le agarraba del brazo.

- ¿Sabrá ese dónde y cómo está Laila? -preguntó, aunque sabía que Blaz no tenía la respuesta. Era de las típicas preguntas que haces por quedarte tranquilo, aunque no tengan respuesta, tranquiliza hacerlas.

-No lo sé, y tampoco me voy a acercar a preguntarle. -Siguió mirando al suelo, dibujando en él con una piedra, su amada granja.

Gabriel se quedó callado un momento, pensativo. Pero enseguida volvió a hablar.

-No parece como los otros, ¿y si pruebo? total, ya lo he perdido todo...

Blaz le miró como si estuviera a punto de abofetearle.

-No digas estupideces, aun estas vivo y eso es los más valioso que tienes ahora mismo. Además, mira la cara de pocos amigos de su compañero, el rubio ese... no parece ser muy amable... Parece el típico que si le miras te dispara sin que te dé tiempo a pestañear.

-Sí... tienes razón. -Miró a Adler fijamente. -Aunque tampoco creo que sea capaz de matar.

Al fin pudieron recibir su ración de sopa de agua con algún que otro trozo de patata y algo que parecía zahoria. Mientras que Dirk y Adler siguieron con su trabajo, que consistía en darse una vuelta por el campo para ver como andaban las cosas y después informar al General.

Según avanzaban caminando, las vistas eran cada vez más terribles, eso o que Dirk cada día soportaba menos tanta miseria y crueldad. Muertos a los que los vivos les robaban los zuecos, soldados pegando a judíos o cualquier otro preso que les apeteciera, hombres que se morían de hambre, enfermedad o cansancio.

Pasaron al lado de la verja que daba al campo de las mujeres y la situación era parecida. Hombres y mujeres, judíos o no judíos, les miraban con odio y acto seguido agachaban la cabeza con miedo y resignación.

Adler se fijó en una muchacha, delgada, desmejorada, que se tropezó y cayó al suelo. Le dio la sensación de que se iba a romper, parecía muy frágil. Parecía llevar tiempo allí pues el pelo le había crecido lo bastante como para que no se vieran los piojos. Y su delgadez le hacía parecer de cristal.

Le hizo recordar a Laila, y se la imaginó en esas condiciones, no le gustó nada lo que vio en su mente. Por suerte su condición era diferente, ella estaba mejor. -"No soportaría verla así"- pensó, aun imaginándosela en esas condiciones, tirada el suelo, casi sin vida.

Estaba pensando en ella cuando Dirk le sacó de sus pensamientos.

-Yo sigo pensando que ese chico es su hermano... -comentó- ¿has visto cómo se parecen? Es como Laila en hombre.

- ¿Quieres dejarlo ya? -le preguntó el teniente en tono borde- estas muy pesado.

- No sé porque te empeñas en hacer que todos pensemos que odias a toda esta gente. Te afecta tanto como a mi venir aquí. Y sé perfectamente que a ella tampoco la odias... Se lo que te pasó, pero no todos tienen la culpa...

-Dirk, cierra la puta bocaza y deja de hablar de esas cosas, sabes de sobra que no me gusta hablar de ello.

-Pues yo creo que te vendría bien hablar de ello, desahogarte y eso, pero si no quieres nada. ¡Ah! otra cosa más.

- ¿Qué? -respondió Adler de mala gana.

-Iris y yo nos hemos fijado en como la miras. Deja de engañarte a ti mismo. No la odias o sea que deja ese papel de señor durito. Sientes algo por ella, pero no quieres aceptarlo. Te conocemos de toda la vida, ¿recuerdas? Sabemos de sobra que no eres malo Adler. Por suerte tu madre en eso hizo un gran trabajo.

-A esa mujer ni la nombres -respondió. -Y la judía esa...

El teniente se paró en seco, pensando en lo que su amigo acaba de soltarle. ¿Sentía algo por ella?, no lo sabía, no estaba seguro, solo sabía que le hacía perder el control. Quería odiarla, a ella y a todos los demás. Pero cuando la miraba, se le olvidaba todo lo malo y era incapaz de sentir algo malo por ella.

Dirk siguió caminando y Adler aceleró su paso para alcanzarlo, intentando sin éxito poner sus ideas en orden.

Amor en el infierno  (En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora