Ángel disfrazado de diablo

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Cuando Jupiter lo vio, detuvo su rotación agitada. Un momento de silencio o un disparo al corazón.

Era una de esas cosas que se presentan así, como sin avisar, como si en algún punto los astros se hubiesen alineado atendiendo el grito desesperado.

Yo no hablo de amores prohibidos, ni de esos cobardes que se quedan en lo que pudo ser, mucho menos cuento las historias de Shakespiere, ni reescribo los sonetos de Neruda para encontrar una caricia consoladora en ilusiones alimentadas de puro deseo.

Porque este cuento es más bien de la luna, y del momento en que surca los cielos. Una luz atrevida que asesina fantasmas. Los demonios de la noche se ocultan siempre entre las sombras y el silencio, y se apuñalan con un poco de risa y color.

¿ Para qué hablar de almas marchitas, lágrimas secas y extraños poemas de cicatrices abiertas ?

Al final del día nada de eso importa. O se queda siempre en los desvaríos febriles de una agonía quizás sobre actuada, por la ausencia de experiencia, o de tiempo para sanar.

Aparece ahí. En medio de la desesperación. Como un ángel guardián, pero por supuesto, disfrazado de diablo.

Sin promesas. Solo eso. Con luz, con color, con las escasas risas de esta vida y un juego prohibido que el tiempo y la distancia poco hacen por manchar con más de todo lo gastado.

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