En la cabaña de la costa

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La tarde caía dejando el rastro de una leve luz que se colaba por la madera rota de aquella casita suburbial, el mejor nido de amor, no me quejo, jamás lo haría, tenía cierto atractivo el airecillo frío que nos erizaba la piel invadiendo nuestra intimidad. Nunca olvidaré el olor a salitre y las olas sonando en la costa que teníamos tan cercanas

Aunque si me permitieras pasar d esta sinceridad a medias, confesaría de de ser por mí tatuaría cada segundo en mi cuerpo, en mi pecho, en mi corazón, me quedaría con él, y a pesar de lo banal de ese encuentro, de lo sucio, lo reprochable, yo lo guardaría bajo llave, protegiéndolo como un secreto compartido, un divino momento de gozo y éxtasis, al que otorgaría lugar sagrado.

Pero temo un importuno, como el de no creerme merecedora de tu insomnio y tus desvelos, te haga pensar un día que nuestra historia murió entre las convulsiones de aquel último orgasmo, entonces yo estaré aquí, para recordarte que ni siquiera la más puta en su profesión ha sido capaz de arrancarse el corazón a la orilla de la cama

Y quieras o no reconocerlo, sabrás que ese día no fue <<uno más>> sino una fecha de cúspide importancia en mi calendario, que quedaría grabada, como esa eternidad de tiempo escaso que compartí contigo batiéndome entre el pecado y la lujuria de todo aquello que despertabas, y que, sin duda, era más que solo eso

Un café en venusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora