Capítulo 35

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María José se movió lentamente a través de la tienda vacía, tocando las estanterías vacías mientras caminaba. Casi habían terminado el interior...un par de semanas cuando mucho. Entonces ella y Lucca tendría su propio paseo oficial con el contratista, pero ella se encontraba aquí casi todas las noches, comprobando el trabajo. El patio de comidas resultó ser exactamente como lo había previsto y los estantes inclinados a cada lado de la tienda, añadían una dimensión diferente a los pasillos de la tienda de comestibles estándar.

Su mirada recorrió de un lado al otro; se sintió nuevamente abrumada por el espacio.

Necesitarían una gran cantidad de inventario para llenarla.

El pánico la inundó por un momento.

Tal vez era demasiado grande

¿Qué pasaría si no tuviera buena acogida?

¿Qué pasaría si nadie aquí estuviera interesado en los alimentos naturales?

— Me encanta —Poché se volteó sorprendida por la voz. Daniela era la última persona que esperaba ahí— Es grande, Pochas.

— No es demasiado grande —caminó dirigiéndose hacia la parte trasera donde estaban los refrigeradores. Sintió que la castaña la seguía— ¿Cómo sabías que estaba aquí? —preguntó finalmente.

— Vi la camioneta al frente. Y probablemente deberías cerrar las puertas si estás aquí sola —dijo con una sonrisa.

— Sí. Nunca se sabe quién pudiera entrar de la calle —bromeó ella. Su sonrisa se desvaneció cuando sus ojos se encontraron— Acerca de la otra noche...—dijo ella— debo pedir disculpas.

— ¿Y por qué exactamente vas a pedir disculpas, Poché?

La ojiverde miró hacia otro lado.

— No las invité aquí. Sofía y yo...no hay nada entre nosotras, Calle.

— No tienes que darme explicaciones, Poché.

María José se encontró nuevamente con sus ojos.

— ¿No tengo que hacerlo?

Daniela fue la primera en apartar la mirada.

— Ella parecía...muy posesiva contigo —dijo ella— Dejó muy claro que eran más que amigas.

— Es solo eso. Realmente ni siquiera somos amigas —dijo ella— Amalia le habló de ti, de nosotras, de nuestro pasado. Creo que más que nada su curiosidad se despertó.

— Y ella quería hacerme saber que ustedes dos también tenían un pasado —declaró.

Poché se volvió hacia ella.

— A Sofía le gustan los juegos. A mí no.

Calle se acercó más, alcanzando con su mano la de Poché, entrelazando sus dedos.

— Bien. Porque soy demasiado vieja para los juegos.

La pelinegra tiró de ella acercándola más, sus ojos se sostuvieron.

— ¿Qué quieres de mí, Calle?

Daniela inclinó su cabeza.

— Creo que la pregunta es... ¿qué quieres tú de mí, Poché?

María José apretó los dedos de Calle, tirando de ella aún más cerca.

— Quiero lo que siempre he querido, pero que nunca pude tener —dijo ella alzando su cabeza y rozando la mejilla de la castaña con sus labios— Quiero todo de ti, Calle —susurró ella. Deslizó su mano hacia arriba por el cuerpo de Daniela, deteniéndose debajo de su pecho— No sólo tu cuerpo —dijo ella, permitiendo que su mano continuara su trayecto, viendo como los ojos de la castaña se oscurecían— Tu cuerpo, tu alma...tu corazón, Daniela.

— Siempre has tenido mi corazón —murmuró Calle mientras sus labios se movían hacia la boca de María José.

Poché permitió que el beso se profundizara, su lengua trazó el labio inferior de Calle antes de deslizarse hacia adentro, encontrando la lengua de la castaña en una batalla hambrienta. La presionó contra la puerta del refrigerador, empujando su muslo entre las piernas de ella separándolas.

Daniela se aferró a ella, pequeños sonidos de placer provocaron gemidos recíprocos de María José. La ojiverde se retiró lentamente, sonriendo contra los labios de la castaña.

— ¿Por qué siempre pasa esto, Calle?

Dani se alejó de ella, sus miradas encontrándose intensamente.

— Porque estamos enamoradas la una de la otra, Majito.

Poché asintió.

— Sí. Siempre.

La castaña entonces bajó su cabeza, pero no antes de que la ojiverde viera las lágrimas en sus ojos. La abrazó, sosteniéndola con fuerza.

— Lo siento muchísimo —susurró mientras enterraba el rostro en el cuello de la más pequeña— Tantos años perdidos.

— No, no llores, Calle —dijo en voz baja— Aquí mismo, ahora mismo...nada se ha perdido —la apretó con más fuerza y luego la soltó, elevando su barbilla con su mano— Éramos unas niñas en aquel entonces ¿Qué se suponía que debíamos hacer? ¿Huir? Como dijiste entonces, sabíamos que tus padres nunca lo permitirían.

— Debí habérselos dicho, Poché.

— ¿Acerca de nosotras? —Negó con la cabeza— No. Tu mamá probablemente me hubiera mandado a la cárcel —dijo con una sonrisa— Y mi mamá hubiera quedado en la calle —hizo una pausa— Las cosas hubieran sido diferentes. No tendría mis tiendas. Tu no tendrías a tu chico genio —agregó ella— Tal vez las cosas debieron suceder de esta manera, Dani.

La mano de Calle rozó el rostro de María José y luego su cabello.

— Quiero estar contigo —susurró ella— Quiero hacer el amor contigo.

Como siempre, el corazón de Poché se aceleró, pero negó con la cabeza.

— Te lo dije, no voy a tener un...

— Yo...yo he firmado los papeles, Poché. Y se lo dije a mi mamá.

La ojiverde frunció el ceño.

— ¿Has firmado los papeles del divorcio, Dani?

— Sí.

Ella dejó escapar un profundo suspiro.

— Tenía tanto miedo de que no siguieras adelante con eso—admitió ella. Entonces levantó las cejas— ¿Qué le dijiste a tu mamá?

— Le dije...que era gay —el corazón de la más pequeña casi dejó de latir y la miró con incredulidad. La castaña le sonrió— ¿Estás sorprendida?

— Dios mío, sí —dijo ella— Nunca pudiste admitírmelo a mí.

— No pude admitírmelo a mí misma —la corrigió— La otra noche cuando llegaste, todo fue tan claro como el cristal. Odiaba que estuvieses con Sofía y lo que podrían estar haciendo. Y cuando apareciste, la mirada en tus ojos...todo estaba tan claro. Esa es la mirada que quiero ver el resto de mi vida.

— Dios...Calle —María José llegó hasta ella acercándola nuevamente, sintiendo como los brazos de Daniela rodeaban su cintura— Quiero que esto sea real.

— Es real. Esta vez es real.

Poché la besó lentamente, pero se retiró cuando sintió que las manos de la castaña se movieron por su cuerpo. Por todo lo que quería con ella, la tienda no era el lugar para iniciarlo.

— ¿Y tu mamá? ¿Enloqueció?

Daniela asintió, alejándose.

— Por decir lo menos. Sus últimas palabras fueron: Creo que necesitas ayuda psiquiátrica.

La ojiverde sonrió.

— No puedo creer que se lo dijeras. Dios, me gustaría haber estado ahí.

— Tú estabas ahí en espíritu. No creas que ella no te culpó.

— Si sólo tuviera el poder —murmuró mientras acercaba a la más alta nuevamente, incapaz de resistirse a ella.

— Ven conmigo a casa —le susurró Daniela al oído— Ha pasado tanto tiempo, Poché. Quiero hacer el amor contigo. Esta noche — determino.

María José la besó con fuerza.

— Sí. Dios, sí.

Ella le tomó la mano, llevándola rápidamente a través de la tienda. Estuvo a punto de cerrar cuando su teléfono sonó.

Era Lucca. Tenía toda la intención de ignorarlo, pero Daniela asintió.

— Está bien. Respóndele, Poché.

Ella asintió con la cabeza.

— Hey ¿qué pasa? —preguntó ella.

— Es mamá, Majo. Estamos de camino al hospital.

María José se quedó helada.

— ¿Qué pasó, Lucca?

— No lo sé. La encontramos en el suelo. Estaba aturdida, no responde.

La ojiverde tomó la mano de Daniela y la apretó.

— Estuve ahí, no hace ni una hora —dijo ella.

— Mierda, no lo sé, Majo. Tal vez tiene un derrame cerebral o algo así.

— Está bien. Estoy en camino —miró a Calle viendo el miedo en sus ojos.

— ¿María?

— Sí. Lucca la encontró en el suelo. Él piensa que pudo haber tenido un derrame cerebral o algo así.

Daniela apretó su mano con fuerza.

—Vamos.

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