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—¡Papá! —oyó a la lejanía— ¡Papá, ven! —escuchó nuevamente la voz de una niña que desconocía. Todo era oscuridad, el silencio envolvía los alrededores a pesar de ser opacado por la voz de la pequeña en esas pocas veces que gritaba.
Pero ¿A quién le gritaba? ¿A quién llamaba?
Después de eso, oyó pasos. No puso si eran suyos, de la niña que gritaba o si se trataba de alguien más. La desorientación invadió todo su cuerpo, no sabía a donde ir o qué rumbo tomar para salir de ahí, la oscuridad se lo impedía por más que deseara encontrar una salida. Pero, al oírlos más de cerca, la lluvia poco a poco fue formando parte del ambiente desconocido, dando la vaga idea de estar en un lugar donde la tormenta no podía entrar..., una casa quizás. Un techo cálido, lo supo cuando sintió calor en su cuerpo. Sin embargo, todo eso desapareció. Incluso la oscuridad fue sustituida por una inmensa luz, y las gotas de lluvia resbalaban por su cuerpo. Ahora podía ver, podía apreciar sus alrededores.
Un lugar desconocido, un lugar que no disfrutó, aunque lo hubiera deseado.
Un jardín a rebosar de un verde precioso, con gotas de lluvia deslizándose por todas partes, humedeciendo cada rincón que estudiaba con la mirada. Una verja de madera un poco desgastada debajo de ese blanco utilizado para disimular; flores vivas, algunas entristecidas por la lluvia y otras alegres por recibirla en sus coloridos pétalos. Pero quien parecía alegrarse más por la lluvia era aquella niña.
Con la mirada curiosa la notó correteando por cada rincón, palmeando las ramas de los arboles altos para derramar más gotas mientras ella permanecía ahí, sonriente, temblando por la frialdad que su cuerpo sentía al caer más gotas de lluvia sobre ella.
—¡(Nombre), vuelve aquí! —otra voz. Una mujer mayor se situaba a su lado. Con un gesto preocupado, demandante, resguardando su lado sutil, llamaba a la pequeña. Le llamó por (Nombre). Extraño, pero, al mirarla de vuelta, su rostro fue reconocido al instante.
El cabello azabache, tan oscuro como la noche, como esa noche, se mecía cuando corría en busca de un escondite tras oír a su madre.
A Sayio.
Quizá ahora empezaba a entenderlo todo. No era la primera vez que sucedía. Hacía tiempo que llevaba viendo recuerdos que no eran suyos donde, a pesar de haber conseguido la victoria, su contrincante le seguía recalcando la genuina victoria que no podría tener. Una familia, un hogar..., dinero.
Un tirón se encargó de regresarlo a la realidad, la pequeña, a quien una vez más reconoció. Lo jaló del brazo y lo llevó al centro del jardín, donde también comenzó a mojarse una vez más, pero no sentía frío. Ojos zafiros y curiosos se achinaron en su cara, una amplia sonrisa se iluminó y las carcajadas de la niña le provocaron dolor en la cabeza.
Aquello era su más grande tortura.
—Te quiero, papá...
—Kohaku ¡Kohaku! —Amaya le llamaba, reconocía su voz desde hace más de una década, pero no podía responderle, siquiera reclamarle por gritar demasiadas veces su nombre cuando a la primera le escuchó.
El aire no llegaba a sus pulmones, se sentía desfallecer y aquella violenta tos era la causante de todo ¿Hacía cuanto tiempo que no sufría ese episodio? Tal vez unos días antes de haber intercambiado su particularidad con el héroe Grand Alpha hace meses. Y solo eso podía significar una sola cosa.
Su particularidad regresaba.
¿Cómo podía suceder aquello? Ya no existía un recipiente al cual regresara. El héroe murió. Aunque quizá su confianza había superado sus límites. Hasta ese entonces Kohaku solo se había interesado en héroes o personas que tuvieran, principalmente, buena salud, de esa forma la intercambiaría y prolongaría un estado saludable para él, mientras que la otra persona moría lentamente. Con el héroe, el tiempo que estimaba para su muerte fue más del que esperaba, mismo que le permitió ir conociendo su don a medida que el intercambio terminaba su proceso. Había sido el más largo, el que despertó su interés y, al final, llegó a la conclusión de que todo ello se debía a la habilidad curativa de Grand Alpha.
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Diario perdido •Katsuki Bakugō•
Fanfic[TERMINADA] Su timidez y miedo al rechazo le hacían escribir en un pequeño cuaderno lo que sentía por él. Varias hojas en blanco listas para ser llenadas con palabras que expresaban varios sentimientos, más que el mero amor que crecía en su interior...