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—Que bueno que sales con (Nombre). Pero aún me pregunto ¿Qué le viste? Pobre muchacho, seguro que sufres todos los días ¡Oh! Pero qué delicia.

—¡Mamá!

Quizá ya no era la primera vez que Katsuki se quedaba a cenar, pero a pesar de llevar ya cuatro años de relación Sayio no dejaba de lado su papel de madre dispuesta a poner en ridículo a su hija delante de su pareja. Ya no era tan vergonzoso como al inicio, donde la castaña le mostró el álbum de fotos a Bakugo tras enviarla a preparar la cena de aquel día. Deseó que la tierra la tragara viva.

—Tiene razón en decir que sufro todos los días —comentó Bakugo enfocado en cortar las verduras para la cena—. Pero no es porque vea a (Nombre), sino todo lo contrario.

Ahí, Sayio fingiría no ver aquel cruce de miradas entre su hija y Katsuki, donde compartieron una simplicidad que ella no podría comprender del todo, pero sabría interpretar una pequeña parte de todos los sentimientos que compartieron en solo un segundo. Ella podría saberlo muy bien desde su experiencia, y es que ellos eran aún muy jóvenes para un mundo tan grande dentro de la profesión que tenían.

Ella todavía recordaría el momento en que descubrió a (Nombre) escribiendo en aquel diario y el día en que le contó como sucedió todo solo para decirle que estaba saliendo con él mostrando sus nervios y viendo al piso. Sayio no podría intervenir en esa relación porque a su mente llegó el día en que su hija se enfrentó por primera vez a Kohaku en compañía de Mirko, y jamás olvidaría el momento en que él impidió que (Nombre) cayera al piso gracias a su cansancio.

Supo, entonces, que Katsuki no sería un mal muchacho, incluso si solo eran compañeros de clase o compañeros de trabajo. Aquella acción le dio la seguridad a Sayio de aumentar su confianza tanto en su hija como en el mundo que la rodearía en el futuro. Y no podría estar más agradecida por saber que aquel joven era su pareja y estaba tan comprometido con ella y su trabajo, tomándose el día para celebrar el cumpleaños de número veintidós de su hija.

—Hisashi te habría adorado, muchacho —le dio una palmadita en el hombro, mirándolo con orgullo como si fuese su propio hijo—. Ya encontré otro álbum de (Nombre) para mostrarte —gritó desde la sala de estar, dejando a los dos jóvenes solos por un momento.

—Discúlpala... —musitó (Nombre)— de nuevo.

Katsuki solo sonrió de lado. Sabiendo de sobra que eso era algo que podría pasar en cada visita que haría, pero se vio sorprendido cuando sitió el tacto de (Nombre) a sus espaldas, rodeándolo de la cintura con sus brazos y recargando su cabeza sobre su hombro, dejando escapar un suspiro.

—Eso huele bien... —susurró la chica con un tono adormecido—. Gracias por estar aquí.

—¿Por qué no habría de venir a tu cumpleaños?

—Imaginé que tendrías trabajo con BestJeanist.

—Pasé todo el mes adelantando papepelos y negocié con él para tener mi descanso el día de hoy —continuó Katsuki, dando media vuelta para encarar a (Nombre) que no deshizo su abrazo—. Es tu cumpleaños, un día importante para ti aunque no lo quieras admitir y para tu madre; y ahora lo es para mí.

Y la abrazó. La estrechó entre sus brazos con tanta fuerza que (Nombre) no pudo soportarlo más. Ya habían pasado poco más de cuatro años desde su pérdida. Cuatro años en los que fue creándose la idea de que el día de su cumpleaños ya no tenía algún sentido dada la ausencia de su padre; donde se dijo que ya no era necesario celebrarlo y pasarlo como un día más. Sayio lo sabía, se lo había dicho desde que cumplió diecinueve y desde entonces pasó esos cumpleaños como un día más porque sabía que el recuerdo de su padre llegaría a su mente y la haría llorar, y ella no deseaba llorar delante de toda la gente que se tomara el tiempo para felicitarla.

Diario perdido  •Katsuki Bakugō•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora