28.

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—Al menos, si no vas a dejar que te acompañe a tu casa, desayunemos, no te hará bien estar tanto tiempo con el estomago vacío –me dijo.

—Está bien –resoplé.

Tenía razón, yo me mareaba muy fácilmente.

—¿Lo mismo de siempre?

Aún lo recordaba.

—Lo mismo de siempre.

Él sonrió y yo también sonreí. Estaba más lindo que nunca. Me quedé hipnotizada, observando cada uno de sus movimientos. Tan cuidadoso como siempre. Agarraba las tazas con delicadeza y las movía en el aire con gracia.

—Aquí tienes –dijo dulcemente.

—Gracias –sonreí y me senté.

—No hay de que –él también se sentó. Frente a mi.

Él no me miraba, tenía su vista pegada a su taza de café, hacía un círculo en la mesa con sus dedos, parecía distraído o fingía estarlo. No sabría decir si estaba incómodo al menos yo no lo estaba, solo disfrutaba de mi café.

Yo lo miraba fijamente y observaba cada uno de sus detalles, su cabello, sus cejas pobladas, sus ojos, sus pestañas, su nariz, sus labios, sus...

—Char –me interrumpió.

—Ajá –dije volviendo a la realidad.

—Notarás que no estoy muy hablador el día de hoy –dijo con una media sonrisa. No sé veía bien.

—Yo ya me iba –respondí parándome de la silla, tal vez le incomodaba mi presencia, dicho sea de paso ni siquiera tendría por que estar aquí.

—No, no es por eso –dijo tomándome de la mano en un intento de detenerme. Me volví a sentar.

—¿Sucede algo? –no lo veía bien.

—Es que.. –no pudo seguir.

Dejó mis manos suavemente y se tapó la cara. Lloraba. Aunque se tapara sus lágrimas caían, su pecho se movía y estaba rojo.

Rodee la mesa y puse mi mano sobre su espalda, lo acaricié suavemente.

—¿Estás bien? –pregunta tonta.

Se quitó las manos de la cara y me miró. Sus ojos celestes, llenos de lagrimas, su nariz estaba roja al igual que sus labios y sus mejillas. Parecía un tómate.

Estiró sus brazos y me rodeó con ellos. Puso su cabeza sobre mi vientre, lloraba.

Acaricié su cabello. Tan suave como siempre.

—Debería irme –dije casi en un susurro.

—No te vayas, por favor te necesito –respondió sin soltarme.

Mi corazón dió un vuelco.
¿Que era lo correcto en estos momentos? No podía ser débil. Necesitaba sacármelo del corazón para poder así empezar a vivir y esto no me ayudaba en nada.

—Antoine, quiero irme.

Ahora si me miró, confundido.
Tal vez creyó que todavía me tenía comiendo de la mano. Que lamentablemente en cierta parte era cierto.

—¿Me vas a dejar? –preguntó.

Asentí.

—¿Al menos quieres saber que me pasa? –volvió a preguntar.

¿Quería saber? Si.
Pero saber también implicaba seguir atada a él.

Así que negué.

➳Infiel [Antoine Griezmann]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora