El rio Anduin

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Rebusque en mi baúl hasta que encontré las ropas que traje del norte. Me cubrí con una camisa oscura pegada como una segunda piel, con relieve escamoso pues fue hecho con la piel de los dragones de agua, serpientes marinas cuyas escamas son resistentes al frio y al fuego, y modelables al cuerpo. Encima me coloque el corset y la pechera de cuero de lobo blanco, mas resistente que el metal. Me puse las calzas, del mismo material que la camisa, con escamas mas pulidas y suaves. Ate a mis muslos las fundas para mis dagas, y una bolsa sostenida a mi cintura donde guardar hierbas curativas. 

Saque la primera prenda del hanfu, el traje tradicional de los Dwaith y la sacudí. Primero me coloque el chang, una falda estrecha hasta los tobillos que modifique haciéndole algunos cortes para tener mas movilidad y poder acceder a las armas ocultas en mis piernas. Y por ultimo la túnica hasta las rodillas, yi, cuyas mangas anchas servían para esconder toda clase de armas. Enrolle la tela a mi alrededor y la fije con un cinturón. A simple vista, precia que estaba desarmada, me veía como una muñeca frágil, pero detrás de las telas escondo una armadura y armamento. Me calce las botas y protegí mis manos con guantes de cuero. 

Mire mi reflejo en el espejo,, vestida completamente de blanco, a excepción de la falda roja teñida con sangre. El traje de guerra. Cuando vestimos rojo, es porque vamos a luchar, dispuestos a morir. Solo falta mi capa, que aun esta secándose luego de haberla lavado por el duro viaje que soporto. 

-No hay manera de que convencerte para que te quedes-dijo Habicht a mis espaldas.

Voltee y lo vi, allí apoyado contra el marco de la puerta que daba paso a mis aposentos. Negue con la cabeza como respuesta.

-¿Que usaras?¿Las dagas?¿O...?

-Luchare como una Dwaith, usare la armadura de mi tribu, sus colores y las armas.

-Hace mucho que no la usas ¿estarás bien?

-Nací con una katana en la mano, Habicht, no importa cuanto tiempo pase sin tocarla, jamás olvidare como sostenerla.

-Debes tener cuidado, cuando la usas sueles extralimitarte.

-Estaré bien-sonreí, arrodillándome frente al baúl y sacando del fondo el sable curvado enfundado en hielo exquisitamente tallado. La saque y suspire, el filo aun es letal y tan pulcra que puedo ver mi reflejo. La espada de hielo de los Dwaith, forjadas por los mejores maestros de hielo, dura como el acero, ligera como una pluma y terriblemente letal. Un simple corte de esta y la victima se convertirá en una estatua de hielo. Blandirla conlleva una gran responsabilidad, manejo y, sobre todo, poder. Usarla gasta mucha energía.

Ate la katana a mi espalda,  la daga que me obsequio Galadriel y la flauta de mi padre las puse en mi cintura, escondido disimuladamente en el cinturón ancho. Escondí dentro de mis mangas, sostenidos dentro de bolsillos de mis guantes largos hasta los codos, las agujas de acero élfico que Habicht mando a hacer especialmente para mi y el fukiya, el tubo de hielo especial para lanzar las agujas. Escondí dos cuchillos en las botas y ya no se me ocurrieron en donde mas esconder armas.

Solo falta la capa y mi cabello.

-¿Puedes trenzármelo?-pregunte a Habicht, que acepto. Entonces recordé, las pinzas para sostener el cabello. Sonriendo, saque el joyero que me regalo mi hermana mayor y de su interior, entre brazaletes de marfil y medallones de hielo rojo, seleccione las pinzas de nieve, perfectas para sostener mi cabello y para apuñalar a un enemigo.

-Recuerdo como se hacia.

Dicho eso, me senté y Habicht comenzó a masajear mi cabeza. Recogió el cabello de mi frente para evitar que en la pelea se me meta en los ojos y dificulte mi visión, trenzándolo con habilidad hasta que quedo un moño bien sujeto. Ni el mas brusco movimiento lo desarmaría. El cabello que caía suelto por mi espalda hasta mis rodillas lo deje libre, exceptuando por unos mechones que evitaría que se despeinara demasiado.

La Dama de ForodwaithDonde viven las historias. Descúbrelo ahora