Viaje a Rivendel

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La visión de tanto verde ya no lastimaba mis ojos. Y la luz de sol era mas soportable. Varios años llevaba ya lejos de mis tierras,  mi cuerpo ya mas acostumbrado a este clima y paisaje. Bosques verdes y frondosos, llanuras soleadas y coloridas. Criaturas mansas y juguetonas. Habicht me había guiado a la montaña solitaria, Erebor. También a la ciudad del valle, y al reino de Esgaroth. Al cruzar el bosque oscuro, conocí a varios elfos que, si no fuese por ellos, Habicht y yo hubiéramos perecido bajo el veneno de las arañas, solo recordarlas me dan escalofríos.

Ahora abandonamos el bosque de Lorien para ir a Rivendale. La Dama Galadriel nos pidió que fuésemos en representación de los elfos de Lorien a un concilio secreto. Habicht como representante de los elfos, yo como representante de los dwaith. La Dama aseguro que era un tema de gran importancia y que no debíamos confesárselo a nadie.

Jamás  he estado mas allá de las montañas, aunque me conozco todos los caminos y ciudades pued estudie cada mapa que hallé en mi camino.

—Augen—la voz de Habicht es como un cálido rayo de sol después de largas horas de oscura y fría noche. Tanto tiempo he pasado con él, que lo considero como un hermano mayor—¿Estas lista?

Llevábamos cruzando el bosque dos días. Pero los arboles algún día terminarían. Dos pasos mas y ya estaremos fuera del dominio de los elfos.

—Estoy lista.

Avance a la par que Habicht y continuamos andando. Cargamos un ligero bolso con comida, ropa de cambio y, en mi caso, una flauta, regalo de mis padres. Ambos portábamos las mismas armas: arco y flechas, dos filosas dagas. Habicht tenia una espada atada a la cintura mientras que, por mi parte, opte por una tercera daga. No se me daban bien las espadas elficas, la hoja demaciada ancha y pesada, ademas de que la esgrima es totalmente diferente a la que esta grabada en mi cuerpo y memoria. La capa de piel de oso polar me cubre casi todo el cuerpo. La piel del oso es abrigada, protectora y algo pesada, pero dicho peso se siente bien en mis hombros, me recuerdan mi hogar. 

 Hemos oído que los caminos son muy peligrosos, que los orcos estaban aumentando su numero. Se que no sera un viaje tranquilo, pero aun así llegaremos a salvo. La dama Galadriel confia en nosotros y cumpliremos nuestra promesa. Se lo debo a ella, y a mi pueblo.

Aunque el mejor plan era viajar hacia el Norte, hasta las tierras de Beorn y usar el paso alto para llegar a Rivendel, la Dama nos aconsejo utilizar el Paso de Caradhras puesto que el Paso Alto esta invadido por Orcos y dos viajeros no sobrevivirían aun si fuesen los  mejores guerreros. 

Tras largos días de viaje y subida por las montañas, el frio comenzó a ser cada vez mas fuerte y pronto dejamos atrás la tierra para caminar sobre hielo y nieve. La capa de oso hacia un trabajo estupendo al protegerme del frio. Además, acostumbrados como estamos al frio del norte, estas pocas temperaturas bajo cero no nos matarían. 

Al séptimo día de viaje, tras abandonar el bosque de Lorien, una tormenta azoto las cimas de las montañas. Habicht y yo tuvimos que escondernos en una caverna apenas profunda de las montañas. El rugido del viento ensordecía los oídos y la nieve que arrastra llego a tapar nuestros pies. Sentados juntos, para compartir el calor, pasamos la noche entera pellizcándonos los brazos y las piernas para vencer el sueño.

La tormenta demoro un día y medio. Apenas los vientos amainaron, nos levantamos y corrimos un buen tramo del camino para recuperar el tiempo perdido y para que nuestros cuerpos entraran en calor. En cuestión de días llegamos a Ergion, Acebeda. La meseta  rocosa nos demoro mas tiempo que las montañas, pues continuamente tropezaba con las rocas y debíamos parar a descansar. Mi agilidad y equilibrio no es tan buena como la de los elfos. Seguimos al rio de Rivendel, Sonorona. Vimos rastros de orcos, pero no les dimos caza. Lo principal era llegar a Rinvedel. Al decimonoveno día llegamos al Vado de Bruinen donde suplique al elfo por una noche de descanso. No tenia sueño, pero las piernas me dolían y sentía tal dolor en mis pies, que bien podía comparar la sensación a caminar sobre brazas ardientes, una experiencia para nada excitante. Por lo tanto, refresque mis pies en el agua un rato, mientras Habicht encendía una fogata y preparaba el ultimo trozo de carne que nos quedaba. 

La Dama de ForodwaithDonde viven las historias. Descúbrelo ahora