21 | Antes de que me enamore

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—Axen no te quiere ver. Dice que se murió y que no lo busques.

Fruncí el ceño. Ash puso sus brazos en jarras y enarcó una ceja.

—También dice que no respires cerca de él.

Dejé mi mochila rosada sobre el sofá, confundida. El Grinch no diría eso, al menos me lo diría en mi cara pelada y me botaría de su casa a patadas.

Sí, eso suena más a Axen Danet. Directo, sin piedad. Todo un Shreck.

—Y que eres insoportable.

—¡Oye! Vine con mi banderita de la paz.

El pequeño ser infernal se sentó a mi lado.

—¿Por qué ya no se hablan? Axen no quiere decirme nada, pero cuando él aparece, tú huyes y cuando tú apareces, él se encierra en su cuarto. —hizo un mohín, enojada—. Soy una niña, pero no tonta.

—Es que Flynn no me soporta —me excusé.

—Siempre subías a fastidiarlo.

—Me duele un pie.

—Te fuiste corriendo la última vez.

Santa madrecita de todos los enanos astutos. Me desparramé en el sofá como un muñeco de trapo y suspiré, haciendo pucheros. Te he fallado, Pinocho.

¿Quién me mandó a cruzarme con la menor de los Danet?

Era cierto. Desde lo que pasó en su cuarto, me había convertido en una especie de ratón que luchaba por la supervivencia. Tenía que venir por Ash, así que cruzarme con Axen era mi acelerador cardiaco de todos los días.

A veces aparecía de pronto en la cocina y tenía que hacerme la muerta en el sofá. Sentía su mirada oscura en mí, pero no decía nada y subía a su cuarto. Otras veces cruzaba delante de mí a propósito, así que no me quedaba de otra que echarle un vistazo.

Su cabello oscuro revuelto, sus labios perfectos, su perfil del demonio. Él me devolvía la mirada, pero, como siempre, no decía nada.

¡El bendito Grinch nunca decía nada!

Me estaba volviendo loca.

Pero esos encuentros terminaron la semana pasada.

En la preparatoria solo lo veía sentarse con Adam y comer en silencio. Cuando me cruzaba con él en los pasillos, Axen acostumbraba a verme con fastidio y yo le terminaba sacando la lengua, pero ahora ni siquiera me miraba.

Era como una desconocida y me dolía. ¿Por qué de pronto cambió tanto?

Y lo peor es que cuando venía a su casa, Axen siempre se encerraba en su cuarto o salía sin notar mi existencia. Siempre me trató como un bicho, pero su indiferencia nunca fue tan fría.

En la mañana junté fuerzas para enfrentarlo, pero cuando le llamé por su nombre, Axen se detuvo un momento sin volverse y mi corazón se aceleró de los nervios.

Terminó pasando de mí como la primera vez que nos conocimos.

Extraños. Desconocidos.

Me puse de pie bruscamente y fui hacia la cocina.

—¿Qué haces? —Ash me miró con el ceño fruncido—. ¿Por qué tienes la sartén de mi mamá? ¿Vas a freír huevos?

—Sí, pero no para comer.

Si ya no quería hablarme, tenía que tener las agallas para decírmelo en la cara.

Sin escupirme, de preferencia.

Una Conquista ImperfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora