18 | El debate de los corazones rotos

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N/A: ¡Cumplieron la meta! Gracias a todos, los amo. Ahora, un doctor al lado por los paros cardiacos que tendrán.

Axen se tomó el puente de la nariz, exasperado.

—Eres insoportable.

—No, no, no. Insoportable tú, Grinch. Se supone que me ayudarías a conquistarlo, no a espantarlo. —refunfuñé como una niña.

—Entonces deja de huir.

—¡No estaba huyendo!

Axen se volvió bruscamente hacia mí.

—¿En serio? ¿Entonces qué fue eso de irte corriendo al baño?

—¡Estaba haciendo una carrerita! —me excusé.

—¿Qué?

—Sí. ¿Qué pasaría si viene un león y me quiere comer?

—Nadie te va comer aquí, Disney.

Sus palabras quedaron flotando en el aire. Tal vez un león no, pero casi la mitad del tiempo Axen parecía un depredador salvaje en busca de su víctima.

Como si me leyera el pensamiento, sus ojos oscuros cayeron en mí.

Mi rostro se convirtió en la nariz de un payaso y me puse a rebuscar en mi mochila con torpeza.

—Te traje una ofrenda de paz. Y no, no es una banderita blanca porque hoy no es mi funeral. Espero. Esto es más como un...

Mis cosas se desparramaron por el piso.

¡Santos cascabeles! Oh, no. Dios mío, se supone que era paz, no un acto de guerra.

En el piso, ahí en medio de mi libro y un par de medias de la furia, estaba la sartén con la que casi la desnuco.

Axen entrecerró los ojos con desconfianza.

—¡No, no, no! Esa no es la ofrenda de paz.

—No la quiero.

—¡Es esta!

Le enseñé un unicornio blanco de cerámica, sonriente.

Él me observó en silencio como si fuera un animal extinto. Sus ojos oscuros quedaron un poco ocultos por los rebeldes mechones de su cabello, pero no le tomó importancia y se acercó lentamente.

Mis nervios colapsaron por la poca distancia, pero no retrocedí.

—Es un unicornio, pero no es real. —balbuceé.

—Lo sé.

—Y es un unicornio no real que no respira.

—¿En serio?

—Sí, no respira porque no es real.

—Interesante.

Axen se apartó como si nunca se hubiera acercado a menos de un paso de mi tembloroso cuerpo y se sentó en el suelo, tranquilo.

¿Qué caracoles fue eso? ¿Por qué me puse tan nerviosa?

—¿Me estabas succionando el aire? —protesté.

—No.

—¿Entonces dices que hice el ridículo por voluntad propia?

—Siempre lo haces.

Oh por dios. Basta, Alana. No puedes quedarte como tonta cada vez que se te acerca. Fuerza. El Grinch solo te está provocando.

—Grosero.

Dejé el unicornio sobre la mesa de su cuarto y lo encendí. Inhalé el fresco aroma a lavanda que empezó a llenar el aire.

—Se supone que esto es para relajarnos, así que intentaré no pensar en darte sartenazos y tú intenta no succionarme el alma. ¿Estamos?

Una Conquista ImperfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora