Tres eran el límite

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Dos años justos pasaron tras el nacimiento de su primogénito, Tobey, cuando Tony se levantó con unas inmensas ganas de vomitar. Sin embargo, no le prestó demasiada atención a ese síntoma de lo ineludible. Tenía muchas cosas en que pesar ese día, porque era el cumpleaños de su hijo, así que se sumergió en los últimos preparativos de la fiesta y olvidó no sólo que había vuelto el estómago en la mañana, sino que el aroma del desayuno que su esposo tan solicito había preparado, y que lucía delicioso, le provocó un nuevo asco. Eso sí, no dejó de comer esas moras deshidratadas que había comprado en el supermercado (cuando se dio cuenta que faltaban las velitas del pastel y fue a comprarlas). De hecho, todo lo dulce estaba bien, lo salado no, así que comió más pastel y chucherías de las que debía; afortunadamente para él, Steve estaba tan ocupado persiguiendo-cuidando a Tobey que no se percató y, por ende, no lo detuvo.

Al día siguiente, volvió a vomitar y se le sumó un mareo que por poco creyó, de verdad, que se caería al suelo. Ese día tampoco paró de comer moras deshidratadas, incluso mientras estaba en una junta de su empresa, no pudo evitar llevarse una de esas pequeñas deliciosas cosas a la boca.

—Me recuerdas a cuando estabas en espera de Tobey —le comentó Pepper de pasada con una risita inocente.

Tony sintió un nudo en el estómago, un nuevo mareo. Y recordó. Recordó esa noche apasionada que había tenido un mes y medio atrás, por su aniversario. Lo único que podía recordar con claridad de esa noche, a parte del intenso e inmenso placer que experimentó, era que sus piernas habían quedado tan débiles y temblorosas que necesitó ayuda para ir al baño.

Horas después confirmaría su sospecha con una prueba casera.

***

Dos años después del nacimiento de su segundo hijo, Andrew, Tony despertó tranquilo y con mucho apetito, nada de vómito, nada de ascos, ni antojo de moras. El cumpleaños de su hijo había sido celebrado, unos días atrás. Regresó del trabajo, los niños estaban dormidos, la niñera de turno, Clint, le dijo que Steve acababa de llegar y de meterse a la ducha. Tony le agradeció y su amigo se retiró.

Tras revisar que todo estaba bien con sus pequeños y poner el monitor cerca suyo, Tony se sentó con una dona de chocolate a ver la televisión. En eso, su marido apareció con la toalla en la cintura y escurriendo agua. A Tony casi se le cae la dona de las manos, lo que no se salvó fue el bocado que acababa de morder, porque al ver a su escultural esposo se le cayó la mandíbula y el pedazo de pan aterrizó en la alfombra.

—Oh, ¿Clint ya se fue? —preguntó Steve mientras se acercaba para darle un beso de bienvenida breve, pero efectivo, en la frente. —¿Solo vas a cenar donas, Tony? —le dijo después, irguiéndose y dispuesto a decirle que le prepararía algo más adecuado.

—No —dijo Tony al tiempo que los dedos de su mano libre sujetaban el nudo de la toalla en la cintura del capitán —, me falta la leche —sentenció al tiempo que deshacía aquel nudo y dejaba que la toalla cayera al suelo.

Un mes después, regresaron los ascos, los mareos y el antojo por moras deshidratadas, ni siquiera se molestó en hacer una prueba casera.

***

Dos años después del nacimiento de su tercer hijo, Tom, Tony decidió que era hora de terminar con aquella cadena, parecían un reloj suizo y no era normal.

—Creo que tres son suficientes —le dijo a su esposo meses antes de su aniversario —. Considero que sería buena idea que te hicieras la vasectomía.

Steve frunció el ceño. Tres, pensó, pero si él quería tener mínimo cinco. Resistió. Dijo que él quería tener al menos uno más, que lo habían platicado antes y que Tony había estado de acuerdo. Sí, dijo Tony, pero tres diablillos eran suficiente trabajo y propuso algo que sabía podía romper las objeciones de su esposo, una vez hecha la vasectomía, podrían hacerlo siempre, cuando quisieran, sin protección. Vamos, hasta a él le gustaba la idea.

Al final, Steve cedió, a regañadientes y todo, acabó realizándose la operación. Tuvieron cuidado, todos los cuidados del mundo. Esperaron el tiempo reglamentario que les dieron los médicos para hacerlo con todo desparpajo. Y todo parecía estar bien...

Hasta que Tony vomitó una mañana, le asqueó el desayuno y consumió cantidades exorbitantes de moras deshidratadas.

—¿Seguro que no estás en espera? —le dijo Pepper con un tono escéptico.

—No, imposible —aseguró, pero realmente no estaba seguro.

Se hizo la prueba. Fue positiva.

—¡¿Pero cómo diablos sucedió?! —preguntó.

Steve no tenía respuesta, estaba tan consternado como Tony. Juraba y perjuraba que no se había escapado del quirófano ni nada por el estilo. El médico confirmo que la operación había sido realizada con éxito.

Fue Bruce quien, tras meditarlo, dio con la respuesta.

—¿No se supone que el suero del supersoldado aumenta-mejora algunas cosas? Quizás los espermas de Steve tienen más tiempo de vida que los de cualquier otro mortal.

En efecto. Eso fue.

Bien, se dijo Tony, sería uno más.

Pero hoy ha pegado el grito en el cielo:

Vienen gemelos.

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Stony Series Vol. 4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora