Cuando los ex se encuentran

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Tendido en la cama, desnudo y boca abajo yacía Tony Stark. Estaba despierto, pero no quería abrir los ojos; sabía que el Sol ya había salido y que ese era un nuevo día. No tenía resaca, no había bebido la noche anterior... no alcohol, al menos. Su nariz estaba hundida en la almohada y recogió el aroma ajeno, el aroma de ese otro, de su ex.

Escuchó el lavabo del baño, el agua que corría y después como paraba; un segundo después el pestillo de la puerta, ese suave click que anunciaba que se abriría. Steve se secó las manos con la toalla que había tomado en el baño, bajo el umbral de la puerta, con la mirada sobre la cama a unos cuantos pasos. Como Tony, estaba desnudo, y sin pudor alguno recorrió con la mirada cada pliegue, cada cumbre, cada hondonada del intruso, del visitante, de su ex que estaba recostado en su cama.

Con un suspiro, Steve se giró y aventó la toalla al interior del baño, miró el reloj sobre la mesa de noche, eran las siete de la mañana, demasiado tarde para ir a correr, demasiado temprano para ponerse a trabajar. Tony escuchó los pasos de Steve sobre la alfombra, fueron casi un susurro; después, sintió el peso de Steve cuando éste subió a la cama. Lo sintió cerca, demasiado cerca, casi sobre él. Steve se inclinó hacia Tony, observó el tercio de su rostro que le dejaba ver, y sin pensarlo le besó debajo de la oreja. Tony luchó contra el estremecimiento que eso le provocó, pero poco pudo hacer después.

—Tony, ¿estás despierto? —Steve le susurró al oído, rozando sus labios en su oreja, atravesándolo con su voz grave, todavía ligeramente ronca.

—No... —murmuró sin abrir los ojos.

Steve sonrió y deslizó la yema de sus dedos por la espalda del castaño, lentamente delineando su omóplato, desembocando en la línea de su columna, bajando deliberadamente hasta su coxis. Tony se removió en la cama aferrándose a la almohada, ahogando en ella el gemido que esa caricia le había provocado.

—¿Quieres hacerlo de nuevo? —volvió a hablar Steve, con esa maldita voz que derribaba los alfiles del otro, quien no dijo nada, asintió con la cabeza al tiempo que se acomodaba en la cama.

Steve también se movió, se incorporó y colocó detrás de Tony, entre su compás abierto. Una vez más le recorrió la espalda, esta vez a manos llenas. Le ciñó la cintura, la cadera, acunó con sus palmas el trasero redondo. Con sus pulgares recorrió la hendidura entre las posaderas, se abrió paso entre ellas y encontró humedad y calor; reconoció un poco de culpabilidad por su estado, una culpa dulce, quizás.

Tony levantó ligeramente la cadera ante ese toque, para darle más acceso para apurar y terminar con la espera que lo estaba volviendo loco; como lo había estado volviendo loco desde que había terminado con Steve. Esa ansiedad, ese deseo que no parecía ser capaz de ser llenado por nada del mundo, por ningún placer conocido, excepto ese, ese que sólo podía encontrar en él. Gimió cuando sintió que separaba sus nalgas y descubría el acceso a su cuerpo, nuevamente la yema de sus dedos presionando la zona que estaba sensible, receptiva. Sintió los dedos de Steve adentrarse en ella, moverse en su interior, derramando un poco de lo que había quedado dentro, que no era más que suyo. Sin pena alguna, movió la cadera en busca del encuentro con esos dedos que masajeaban su interior y que buscaban el ángulo correcto hacía su próstata. Como si no supiera dónde, se dijo, él lo sabía perfectamente, sólo jugaba, porque si alguien lo conocía bien dentro y fuera de la cama, ese, era Steve.

Steve apartó sus dedos, sabía que no era necesaria más preparación, Tony estaba listo, ansioso tanto como él. Su pene dolía de la misma ansiedad, no lo torturó demasiado, lo colocó entre las nalgas de Tony. Se tomó, eso sí, un momento de apreciación, para disfrutar de la vista, una que le gustaba mucho y que había extrañado. Amaba ver como su miembro se hundía lentamente entre esas dos nalgas perfectas, redondas, suaves y carnosas. Le encantaba verlo, ver incluso como por la actividad anterior, un ligero rastro blanquecino era expulsado con la intromisión. Era como si un aro de fuego lo engullera, se sentía bien, eran como piezas de rompecabezas, encajaban y lo hacían estrechamente.

Stony Series Vol. 4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora