Abuelo

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Cuando mi hijo, mi único hijo, me dijo que sería abuelo, el tiempo pasó con una extraña mezcla de rapidez y lentitud al mismo tiempo. Sé que suena extraño, pero imaginen que tienen que preparar la habitación y todas las cosas del bebé en un corto periodo de tiempo, no es algo que se pueda dejar para un año o dos. Luego, imaginen que la ansiedad les carcome todos los días, que quieren saber cómo será ese pequeño o pequeña, que desean abrazarle y colmarle de cariño. El tiempo transcurre muy rápido en el primer caso, mientras que, en el segundo, muy lento.

En fin, yo me tomé las cosas con suma seriedad y apure a ese par de padres primerizos para que alistaran todo, para que la habitación, la ropa y los juguetes estuvieran a tiempo. Pero como están muy zoquetes aún y no tienen idea de lo que deben hacer, me hice cargo. En menos de cinco meses la habitación de mi nieto estaba terminada y sólo me encargaba de los pequeños detalles.

Un día, de la nada, mi hormonal hijo se paró bajo el marco de la puerta de la habitación de mi nieto o nieta y con su tacto característico, me dijo:

—Viejo, ya vete a tu casa.

Me indigné, por supuesto.

—Estoy asegurándome de que la cuna es estable.

Tony rodó los ojos al tiempo que apoyaba una mano sobre su abultado vientre.

—Está estable, ayer la revisaste con nivel y todo. Te aseguro que ni Steve ni yo hemos movido nada.

—Por supuesto que no, todo lo he hecho yo.

—Papá, ¿si recuerdas que nosotros elegimos la decoración, que Steve pintó cada dibujito en la pared y que yo diseñe la cuna?

—¿Y eso qué? Yo compré los peluches.

—Como sea, llevas metido aquí todo el día, Steve y yo iremos a cenar. Así que te quedarás solo, vete a casa.

—Oblígame.

—¡Papá! ¡Oh! —Tony se llevó ambas manos a los costados de su vientre.

—¿Qué?

—Se movió.

Estoy seguro que mis ojos brillaron y en un santiamén tenía la oreja pegada a la panza de mi hijo, quien sólo pudo rodar los ojos y suspirar exasperado. Para su suerte y no mía, Jarvis vino por mí y me llevo a arrastras a mi casa. Claro que no me marché sin despedirme de mi heredero, aunque a Tony lo avergonzara, pegué otra vez mi oreja en su panza para escuchar los latidos del bebé, antes de irme.

Jarvis me reprimía todos los días. "Debe dejar que estén solos", me decía. "Confíe en ellos, señor", me repetía. Y bueno, yo confió en Steve y en la manera en la que suele convencer a Tony de hacer cosas que son por su bien, pero que él ignora, como dormir bien y comer sanamente. Así que disminuí mis visitas y el tiempo que pasaba dentro de su casa. A veces, Steve notaba mi ansiedad o qué sé yo, y me invitaba a ver un partido por la TV o a cenar. No puedo negar que tengo un yerno que es un sol. Aunque no siempre estaba ahí para evitar que Tony intentara que me marchara a mi casa. Pero éste no tuvo opción el día que se le rompió la fuente y sólo estaba yo. Steve estaba en el trabajo y Jarvis había salido a comprar algo para la comida.

—¡Viejo! —me gritó Tony.

Yo estaba en la habitación de mi nieto colocando sobre el cambiador un par de toallas que le había comprado. Así que tuve que salir y bajar las escaleras. Tony se sostenía del brazo de un sofá y se sostenía el vientre, su rostro mostraba que estaba justo en medio de una contracción.

—¡Ya viene! —me dijo con la voz un poco sofocada.

Como todo abuelo normal, entré en pánico. Tras dar un par de vueltas sin hacer nada realmente, logré llevar a mi hijo hasta el auto y salir apresuradamente al hospital. En el camino, entre una contracción y otra, Tony le llamó a Steve, quien prometió encontrarnos en el hospital; y también llamamos a Jarvis.

Stony Series Vol. 4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora