Ojos claros, labios rosas

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Hacer sparring es una costumbre nuestra. Si no nos ven, saben que estamos juntos. Si alguien pregunta dónde, saben que estamos en el gimnasio. Entrenamos, liberamos estrés, nos divertimos un poco y pasamos tiempo a solas.

Así es hoy y lo fue antes. Pero aquel día fue diferente.

Judo, dijo él, para cambiar un poco. Yo no sé nada de eso, pero acepté el reto. Por supuesto, él dijo que me enseñaría, obviamente, lo básico. Un derribe, una proyección, una llave...

Me sujetó contra el piso, uno de mis brazos enganchado bajo el suyo, mientras su otro brazo rodeaba mi cuello, su peso contra mí. Y...

Sentí, de momento, su piel y su aliento. El calor de su cuerpo, la humedad de su sudor, su respiración tibia contra mi rostro, el jadeo suave de su esfuerzo. No tienes idea. No sabes. Algo dentro de mí se agitó, mi corazón latió desenfrenado, me voló el sentido, no te miento. Y no quería, no me atrevía siquiera a moverme, a intentar zafarme como me había dicho él. Quería seguir ahí, atrapado entre sus brazos, debajo de él. Dejó de ser un sparring cualquiera, una simple lección de artes marciales. Estaba a su merced y no tenía intención de oponer resistencia.

No sé si se dio cuenta o si sólo creyó que estaba lastimándome o que, de plano, había aplicado más fuerza en su sometimiento; el caso es que me soltó.

—¿Estás bien, Tony? —me preguntó y yo, en el suelo sintiéndome mareado, asentí —. Creo que es suficiente por hoy.

Volví a asentir y tomé la mano que me ofreció para levantarme.

—Buena práctica—me dijo y me palmeó el hombro amistosamente —. Iré a tomar una ducha.

Como idiota volví a asentir. Él no me dijo nada más, lo vi alejarse, a su espalda ancha con esa playera blanca entallada, mojada por el sudor, pegada a sus omoplatos. Casi tuve que limpiarme la baba, sacudí la cabeza y fui por mi toalla, me sequé el rostro mientras trataba de notar la sensación que se había quedado sobre mi piel.

No había sido nada, me dije, sólo un entrenamiento nuevo. Steve no me dijo nada ni pareció haber notado la manera en la que me había perturbado. Pero yo cada vez que lo veía, ya fuera sentado en la isla de cocina leyendo el periódico, ya fuera sujetando su escudo, charlando con otro vengador, dibujando en la terraza, cualquier cosa que hiciera aumentaba los latidos de mi corazón, y volvía a mí, a mi mente y mi cuerpo, ese instante sobre la duela del gimnasio. Te juro que pensé en olvidarme de ese incidente, pero fue tan fuerte que no puedo ni siquiera ahora. A veces, de la nada, incluso cuando estoy concentrado en otra cosa, de repente lo recuerdo, siento su abrazo, su agarre y me estremezco.

Pasó una semana y le dije que quería volver a practicar judo. Me miró por un segundo como si dudara de ello.

—¿Por qué no el box de siempre? —me dijo.

—Porque quiero aprender algo nuevo, dijiste que me ensañarías.

Renuentemente, lo noté, aceptó.

Volvimos al piso, la misma inmovilización, esa vez, luche por concentrarme. Logré zafarme, me giré boca abajo con la intención de ponerme de pie, pero la lucha no había terminado, Steve me sujetó de nuevo contra el piso, pasó su brazo por mi cuello y con el otro cerró la llave. No presionó, sólo simuló la asfixia. Pero su cuerpo, de nuevo, estaba contra mí. Su torso contra mi espalda, su cadera contra mi trasero, una de sus rodillas había separado el compás de mis piernas, de manera que no tenía mucho apoyo.

—No le des la espalda así al enemigo —me dijo, pero yo no estaba pensando en eso.

Fui consciente del contacto que teníamos, uno inocente en el contexto del judo, pero que en mi mente rápidamente se transformó en algo muy, muy diferente.

Stony Series Vol. 4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora